Son las 5:30 a.m. Estoy acurrucada bajo una manta cerca del árbol de Navidad. Mi Biblia está abierta. Mis manos abrazan una taza humeante de té con especias. Todo está en calma. Todo está iluminado. Suspiro felizmente y pienso que Cristo nació para esto.
Son las 6:30 a.m. Despierto a mis tres hijos para ir a la escuela. El mayor está malhumorado y se niega a salir de la cama. El mediano ha tenido un accidente y necesita que le cambie las sábanas recién lavadas. El más pequeño empieza a vomitar. Vuelvo a suspirar, sólo que esta vez es un suspiro menos feliz. Siento que mi corazón se corrige, sé que Cristo nació para esto.
Una cruz tallada en un pesebre
¿Recuerdas las palabras que el ángel le dijo a los pastores esa primera Navidad?
«No teman, porque les traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: hallarán a un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
Si la obra de Cristo se hubiera detenido con Su encarnación, habría sido extraordinaria pero no redentora. Sin embargo, no se detuvo ahí, ¿verdad?
Me encanta la alegría de la temporada navideña, pero cuando caigo en la mentira de que Jesús vino para poder disfrutar de luces centelleantes y lazos brillantes, pierdo el sentido.
¿Y tú?
La maravilla de esta época sólo es posible gracias al horror de la cruz. Sí, Cristo nació como un bebé, envuelto por Su joven madre y colocado en un pesebre, pero eso es sólo el principio de la historia, no el final. Era apropiado que el bebé Jesús sintiera la madera rústica de ese pesebre en su pequeña espalda, porque pronto colgaría de la madera astillada de la cruz.
Nuestro Rey no sólo vino a rescatar a unos pocos. La noticia de Su llegada no se detuvo con los pastores. Jesús vino a traer buenas noticias a todas las personas. ¿Cuál es la buena noticia? Que Jesús estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para convertirse en nuestro Salvador. ¿Pero de qué nos salvó? Esa es la pregunta que debemos obligar a nuestros corazones a hacerse en esta época navideña.
Mateo 1:21 dice: «Y dará a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a Su pueblo de sus pecados».
Cristo no nació para darnos calor, sino para librarnos del pecado y de la muerte.
Cristo nació para esto
Cuando dejamos de lado nuestras expectativas de celebraciones tipo Norman-Rockwell y familias perfectas atadas con bonitos lazos, vemos que Cristo nació:
Por nuestros matrimonios fracturados.
Por nuestros hijos rebeldes.
Por nuestros pecados secretos.
Por nuestras relaciones caóticas.
Por nuestros sistemas rotos.
Por nuestros cuerpos enfermos.
Por nuestros dolores crónicos.
Cristo nació por los que destruyen iglesias con armas y por los terroristas suicidas.
Nació por los depredadores sexuales y los líderes eclesiásticos que han fracasado.
Nació por las tensiones raciales y los conflictos geopolíticos.
Cristo no nació por los árboles de oropel, sino porque somos un pueblo que camina ciego en la oscuridad del pecado y que necesita desesperadamente una Gran Luz.
Nuestras expectativas insatisfechas, los parientes desagradecidos y la tristeza post navideña no son señales de que, de alguna manera, hemos perdido la «razón de la temporada»; son recordatorios siempre presentes de por qué necesitamos un Salvador tan desesperadamente.
La oscuridad profunda
He pasado los últimos meses considerando la brecha entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Durante un período de 400 años, los profetas de Dios dejaron de profetizar. Sus sacerdotes dejaron de hacer sacrificios. Sus reyes dejaron de dirigir a Su pueblo. Fue el momento más oscuro en toda la línea de tiempo de la historia y un claro recordatorio del estado del reino antes de la llegada de Jesús.
Todos necesitaban un remedio permanente para el problema del pecado. Y necesitábamos ser salvados de la muerte espiritual a la que inevitablemente conduce el pecado. Una imagen histórica de un problema personal. Sin Jesús, nuestras vidas y corazones son oscuros, no alegres y brillantes.
Cuando las cosas se estaban poniendo mal en el reino, Dios no sólo envió un mensaje ni utilizó mensajeros solamente para anunciar un edicto real. Él mismo vino con un mensaje de esperanza. Él era el mensaje que necesitábamos.
«Él nos ha salvado y nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nuestras obras, sino según Su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad, y que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien puso fin a la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio» (2 Tim. 1:9-10).
No es el contenido más bonito de una tarjeta de Navidad, pero necesito que me recuerden que soy pecadora. Sin la «Luz de los Hombres», todos estaríamos obligados a caminar en la oscuridad perpetua. Pero... (¡Aquí está la Buena Noticia!) Jesús eligió envolverse en humildad, debilidad y humanidad para salvarnos. La Navidad es el evangelio.
Verdaderamente, Cristo nació para esto.
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