Ya estaba lista para salir a hacer diferentes actividades del día, con mi blusa nueva blanca blanquísima. Pero pasé a la cocina a revisar el sabor del guiso recién terminado (que lleva un condimento que es negro, negrísimo), y me aproximé, cuchara en mano. Y sí, de la olla a mi boca cayeron varias gotas a mi blusa que ya no era ni nueva, ni blanca ni blanquísima.
Me enojó mi torpeza, la blusa estropeada y explicar el desastre a quien me dio el regalo.
Pero Dios es bueno y Su Espíritu da lecciones prácticas para recordar Su gracia, Su paciencia y Su perseverancia, porque, así como iniciaron mis quejas mentales, al mismo tiempo, el Señor mostró las rebeliones sutiles donde yo había vivido las últimas semanas: tiempos saturados, cansancio post covid, tentaciones sin resistir, pecado en contra de otros y un corazón tibio (esa es la razón real) que se resiste a humillarse ante Dios.
Quizá a ti no te ocurra, pero con mucha facilidad puedo olvidar lo que de gracia he recibido, y llenar mis días de «buenas obras» que sostengan mi relación con Dios, con mi Señor Jesús: despertar, agradecer a Dios e inmediatamente iniciar con lo que traiga el día.
¿La Biblia? Siempre abierta en mi sala, lectura iniciada pero frecuentemente interrumpida por mi mente que divaga, siente culpa, revisa el celular, se acuerda del podcast aquel y huye de la presencia de Dios; aunque mi cuerpo físicamente está quieto en ese sofá, mi corazón y pensamientos están dispuestos a escapar de la Palabra. Y me siento abrumada de culpa. ¿Te ha pasado?
Así que, en medio del desastre del pecado, cuando el Acusador está más que dispuesto a hacer su trabajo, el Espíritu hace el Suyo. Jesús dijo: «Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que les he dicho» (Juan 14:26, NBLA).
Esa blusa manchada recuerda que mi corazón, se ensucia, no solo a diario, sino a cada segundo de mi vida. Y comprendo la desesperación de Lutero cuando quiso ganar la paz con Dios portándose bien, y la angustia del fracaso, hasta que el Espíritu Santo le muestra en la Biblia que, al creer en Cristo, somos, no solo libres de condenación eterna, sino adoptados por Dios, gracias a la salvífica sangre de Jesucristo, para un día vivir en gozo eterno junto a Él.
Cuando peco y descuido mi comunión con Dios, mi mente puede errar y creer toda la condenación que el enemigo repite y repite; pero el Espíritu del Dios Altísimo, me recuerda que todas mis manchas terrenales – las pasadas, presentes y futuras – desaparecieron cuando el único Justo, subió por amor al madero, habiendo cancelado el documento de deuda que consistía en decretos contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en medio, clavándolo en la cruz. Y habiendo despojado a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos por medio de Él (Col. 2:14-15, NBLA).
Vivimos en este mundo pasajero, difícil, abrumador y como dice Nancy, con el puño levantado contra Dios. Mas llegará el momento para estar en la casa del Padre, en el gozo de Su perfecta presencia, y no habrá ningún dolor.
No somos de este mundo, pero vivimos aquí y podemos mostrar la gracia de Cristo que hemos recibido cuando otros nos ofenden. Cuando recuerdo de dónde me sacó Cristo, al ver a otros en la misma condición en la que estuve, y ayudo, en lugar de condenar, puedo animar al hermano cansado, puedo hablar la Escritura a quien no la conoce.
Puedo orar al Espíritu para que me llene del deseo de hacer Su voluntad.
Puedo responder con bien al mal que me hacen.
Puedo perdonar lo imperdonable.
Puedo esperar con paciencia.
Porque eso es lo que he recibido de mi Rey, gracia ante mi pecado, misericordia antes que castigo, corrección y sabiduría, dolor, pero esperanza de una eternidad en Su gozo.
Puedo llorar de soledad, tristeza, angustia y cansancio, y acudir a la presencia del Dios de toda consolación, para dejar mis cargas en Su sabiduría y soberanía.
Puedo pedirle al Espíritu que me libre de excusas y argumentos que defienden mi pecado y no burlar Su santidad con mi orgullo.
Puedo recordar y leer que estas leves tribulaciones que nos toca vivir en esta temporalidad no son nada comparado con lo que vendrá.
Puedo recordar que soy redimida y perdonada, pero falible y expuesta al pecado, y, por tanto, puedo aferrarme a Su Palabra y esconder mi vida en Cristo, cuando las cosas no van bien.
Allá seré alimentada con el gozo de Su presencia, en Su palabra hallaré la luz para la oscuridad que me rodea, y Su palabra renovará mi alma, mudará mis trapos de inmundicia, y me hará desear, el día en que, como parte de Su iglesia, la novia vestirá lino fino, blanquísimo y acudirá al destino precioso de las Bodas del Cordero.
Su Palabra lo dice, y yo lo creo.
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