Creadas para vivir en comunidad

Escrito por Heather Cofer

Una tarde, a la mitad de mi cuarto embarazo, recibí una llamada telefónica de una hermana de nuestra iglesia. Después de uno o dos minutos de intercambiar saludos, me dio la razón de su llamada diciendo: «Judá me comentó que estás pasando por dificultades físicas durante este embarazo. Me preguntaba si me permitirías organizar un horario de comidas para ti en estas próximas semanas y así ayudarte a aligerar tu carga». Yo estaba completamente sorprendida, y pensaba que algo como esto ni siquiera había pasado por mi mente. Aun así, yo sabía que era una respuesta directa a mis oraciones.

Había sido una temporada muy intensa. Por mucho que me encantaba recibir personas en nuestro hogar, podía sentir como mi energía iba disminuyendo. Incluso las tareas más simples del hogar se estaban convirtiendo en algo difícil de manejar. El día anterior a esta llamada telefónica, yo estaba sentada en mi rincón favorito de nuestra habitación mirando hacia la ventana mientras me arrullaba en nuestra mecedora. Oré y le pedí al Señor por gracia y fuerza para hacer lo que Él me llamó a hacer, porque no tenía idea de cómo iba a mantener el ritmo en el cual nuestras vidas se estaban moviendo. Pero Dios se encargó de dirigir la situación de una manera mucho más práctica de lo que hubiera imaginado. Yo no sabía que mi salud iba a decaer de una manera tan significativa y estas comidas serían una provisión increíble y muy bienvenida. 

Confieso que en mi orgullo, fui tentada a «amablemente» rechazar la oferta, pensando en las muchas otras familias cuyos bebés ya habían nacido o estarían por nacer en los próximos días. Poniéndolo de esta manera, yo no quería ser una carga para otros. Pero como esta preciosa hermana me recordó en un mensaje de texto, unos días después, «¡Para eso está el cuerpo de Cristo!». Me di cuenta de que necesitaba aceptar humildemente esto como un regalo de mi amoroso Padre celestial. 

Necesitamos a la Iglesia

La cultura americana pone en alto valor la independencia y la autosuficiencia. Nos enorgullece ser capaces de realizar las cosas por nuestra propia cuenta, y vemos el recibir ayuda de otras personas como señal de debilidad. Aun cuando necesitamos la ayuda desesperadamente, casi siempre preferimos sufrir el peso de la carga que humillarnos y pedir ayuda. Esta mentalidad se ha ido introduciendo en las iglesias; casi siempre es inconscientemente, pero allí está. 

Esta no es la manera en la que Dios quiere que vivamos. Él no creó a las personas para ser independientes sino interdependientes. Desde el principio, Él nos diseñó para vivir en comunidad, para ayudarnos y animarnos unos a otros y así mostrar el amor de Dios a nuestros vecinos y al mundo que nos observa. Jesús dijo «Por esto conocerán que son mis discípulos, si os amáis unos a otros» Juan 13:35. No podemos amar de esta manera si no vivimos un estilo de vida generoso en comunidad con nuestra iglesia local. 

Debemos estar preparadas y dispuestas, no solo a entrar en las vidas de otras personas, sino también a dejar que ellas entren a nuestras vidas. Esto requiere vulnerabilidad y humildad, y es arriesgado. Pero este es el tipo de amor que testifica al mundo acerca del Dios que servimos. 

He aquí algunas maneras en las que podemos ser intencionales en amar y servir a la iglesia en la que Dios nos ha puesto.

Ora 

Muy a menudo la oración se convierte en el último recurso en lugar de ser nuestra primera salida, y ¡esto no debe ser así! Él proveerá de sabiduría, gracia, revelación, paciencia y la tolerancia que necesitas para amar a otros también. Si tú crees que la iglesia a la que perteneces no está modelando este tipo de amor ni un corazón de servicio como el de Jesús, te animo a orar por tu iglesia. Ora para que el Señor les ayude a amarse unos a otros. Puedes orar con total confianza, sabiendo que Dios desea esto mucho más de lo que crees. Cuando los hijos de Dios oran, Él escucha. 

Hazlo también a los demás

Muchas mujeres desean profundamente una comunidad fuerte y de apoyo, y sienten una carencia significativa de esto en su iglesia. Si te identificas, práctica la regla de oro: «Por eso todo cuanto queráis que hagan los hombres así también haced vosotros con ellos» (Mateo 7:12). Se comienza por nosotras. Si queremos ver amor, unidad y fuerza en nuestra iglesia local, nosotras debemos estar comprometidas a extenderlo. 

Lleva una comida a aquella mujer que acaba de dar a luz. Invita a una madre y a sus hijos a una tarde de juegos. Saluda a la pareja que está sentada cerca de ti aun si eres tímida. Cuando estamos dispuestas a salir de nuestra zona de confort para amar a otros en nombre de Jesús, traemos gloria a su Nombre. Es posible que no veamos el fruto de inmediato. Pero cuando alcancemos la eternidad, no nos arrepentiremos ni un poquito del esfuerzo que nos tomó amar a nuestros hermanos y hermanas en Cristo. 

Permite que otros te ayuden

Si eres como yo, es difícil hacerlo. Por heridas pasadas (y querer dar la impresión de que eres capaz), es difícil para mi ser vulnerable y dejar que otros me ayuden cuando estoy batallando. Pero en ocasiones somos llamadas a recibir en lugar de dar. Puede ser tan simple como llamar a una amiga cercana y pedir que ore por ti en un día difícil. Puede ser aceptar la oferta de alguien de lavar el baño si estás embarazada o padeces de alguna enfermedad crónica. O puede ser el pedir ayuda con una tarea que terminó siendo más trabajo de lo que esperabas. Cualquiera que sea el caso, debemos estar dispuestas a ser vulnerables para que nuestra iglesia local crezca en amor.

Hay muchos pasajes sobre «uno al otro» en el nuevo testamento, que solo podemos vivirlos en comunión con otras personas. Suple una necesidad con alegría cuando puedas, no sientas culpa cuando eres tú la que necesita pedir ayuda. Dios nos da la gracia para hacer ambas cosas, dar y recibir amor a nuestra familia espiritual, y en ese amor Él será glorificado.

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