Mientras vivía en una Holanda ocupada por los alemanes en 1944, Corrie Ten Boom dirigía una red clandestina que protegía cientos de judíos por todo el país. Esta labor le hizo acreedora de un boleto para Ravensbruck, un despreciable campo de concentración nazi, donde un sufrimiento indescriptible se convirtió en el marco para un nuevo ministerio de reuniones de oración en barracas infestadas de pulgas, y también se ministraba la Palabra de Dios a todo aquel que lo necesitara.
Los grandes santos de generaciones pasadas pueden parecer extraordinarios; con dones que parecen inalcanzables; realizaban proezas de impacto espiritual nunca oídas. Sin embargo, Corrie, la más pequeña de los cuatro hijos Ten Boom, no era particularmente sobresaliente. Ella no contaba con ningún talento extraordinario, ni con una inteligencia excepcional, ni con planes para cambiar el mundo. Aun así, esta mujer ordinaria se levanta en medio de una gran nube de testigos para mostrarnos lo que Dios puede hacer cuando los más sencillos de Su Pueblo tienen una fe extraordinaria y una obediencia radical.
Un invernadero: Sus primeros años
El horario familiar de lectura bíblica del hogar Ten Boom era tan puntual como los relojes que reparaban en su taller. La Palabra de Dios, leída mañana y noche, era el pulso que regía este pobre y estrecho hogar. Los corazones generosos de Casper y Cornelia, los padres de Corrie, acompañaban la abundancia de la Palabra. Ignorando las limitaciones de su propia escasez y pobreza, a menudo daban hasta lo último que tenían. Fue en este invernadero de lectura bíblica y amor sacrificial donde Corrie pasó su infancia.
Al igual que la mayoría de las jovencitas, Corrie anhelaba el romance del cual leía en las novelas. Pero la respuesta negativa de Dios a este sueño, se hizo evidente cuando el amor de su vida la introdujo con su prometida. Con la guía de su padre, Corrie rindió su única esperanza de alguna vez casarse: “Señor, te entrego lo que siento por Karel, mis planes para nuestro futuro –oh ¡Tú sabes! ¡Todo! Concédeme ver a Karel de una manera diferente. Ayúdame a amarlo tanto como tú y a Tu manera”.
Obediencia radical: trabajo clandestino
En 1942, los arrestos de la Gestapo se ejecutaban con toda su fuerza. Corrie, ya de cincuenta años de edad, vivía con su hermana mayor y su padre en su amado hogar en Haarlem, cuando escuchó el primer golpe de un atemorizado vecino judío en su puerta. Los Ten Boom se dieron cuenta que no podían rechazar a sus amigos judíos, así como tampoco podían hacerlo con un niño hambriento que llegara a la puerta de su callejón pidiendo un tazón de sopa recién hecha. Habiendo cuidado de once hijos adoptivos cuando los suyos propios ya habían crecido, Casper Ten Boom nunca rechazó a alguien en necesidad.
Conforme llegaron más tímidos toques a su puerta, Corrie se dio cuenta que su ubicación cerca del cuartel general de la policía implicaba mucho peligro. Así fue como comenzó la complicada labor clandestina de reubicar a los judíos en casas en el campo donde pudieran esconderse sin llamar la atención de los guardias alemanes. Asombrosamente el hogar Ten Boom se acomodaba perfectamente para ser el núcleo de esta obra porque “ellos tenían amistad con la mitad de los habitantes de Haarlem.”
En las palabras de Corrie, “Mi trabajo consistía simplemente en seguir Su dirección un paso a la vez, llevando toda decisión delante de Él en oración. Sabía que yo no era ingeniosa ni sutil ni sofisticada; si [nuestro hogar] se estaba convirtiendo en un lugar de reunión para provisiones y necesidades se debía a una estrategia superior a la mía”. En esa declaración vemos aquello que resultaba tan increíble acerca de los Ten Booms –su deseo nunca fue cambiar el mundo, sino más bien obedecer a Aquél que está en control de todo.
Conforme su obra avanzó, dieron hospedaje a los judíos particularmente difíciles de esconder (una mujer con un bebé, una anciana con dificultad para respirar). En las palabras de Eusie, una residente que no podía disimular su aspecto judío: “A mí me parece que todos los que estamos aquí en tu casa es porque tenemos una u otra dificultad. Somos los huérfanos –los que nadie más quiere.”
Totalmente conscientes que solo era cuestión de tiempo para ser atrapados, continuaron ayudando a aquellos en necesidad. Y así ocurrió, el 28 de febrero de 1944, su casa fue objeto de una redada y Corrie y su familia fueron llevados a prisión. Mientras se encontraban en el piso de un gimnasio en espera de ser registrados y llevados a prisión, la familia Ten Boom terminó su día de la misma manera que lo había hecho toda su vida –con oración y lectura de la Biblia. El papá de Corrie recitó de memoria el Salmo 119:
“Tú eres mi escondedero y mi escudo; en tu palabra espero…Sostenme para estar seguro, y que continuamente preste atención a tus estatutos.” (vv. 114, 117).
El amor de Dios es más profundo: En Ravensbruck
Después de tres largos meses en prisión (los cuales para Corrie, en su mayoría, transcurrieron en una celda de total aislamiento), Corrie y su hermana Betsie fueron transferidas a un campo de concentración en Holanda por tres meses más. Aunque para la mayoría de nosotras estas experiencias significarían lo peor que pudiera sucedernos, para las hermanas Ten Boom -quienes contaban en ese momento con cincuenta y dos y cincuenta y nueve años- solo era el anticipo de horrores peores que se avecinaban.
El 8 de septiembre de 1944, luego de transcurridos los tres días que duró “la pesadilla del viaje en tren” hacia el temido campo de concentración Ravensbruck en Alemania, las hermanas Ten Boom tenían esperanza. Por ayuda divina, milagrosamente una Biblia se mantenía en su poder hasta ese momento, escondida en una bolsita colgada al cuello de Corrie. En otro momento también orquestado por Dios, el valioso paquete pasó con ellas a través de la austera inspección hacia las duchas. “Así fue como al ser empujadas [hacia las duchas], ya no éramos pobres, sino ricas. Enriquecidas a través de esta nueva evidencia de Su cuidado, viendo que aún en Ravensbruck, Él seguía siendo Dios.”
Ravensbruck. Hogar de las vergonzosas inspecciones desnudas; golpes y azotes; piojos y moscas; enfermedad e inodoros derramados; hambre y trabajos forzados; temperaturas heladas y sábanas deshilachadas. Fue ahí, en el corazón de la Alemania Nazi, que Corrie y Betsie fueron llamadas por Dios para ministrar el Evangelio. Todos los años de constante obediencia llena de fe las habían preparado para que pronta y voluntariamente dijeran “sí” a Dios, consintiendo en llevar Su Palabra aún al mismísimo infierno.
“Una cosa se hizo claramente evidente: la razón por la cual ambas estábamos aquí. Desde que amanecía hasta que se apagaban las luces, en cualquier momento en que no estábamos en las filas para el pase de lista, nuestra Biblia era el centro de un círculo de ayuda y esperanza cada vez más amplio. Como vagabundas apiñadas alrededor del fuego ardiendo, nos reuníamos para recibir luz y calor en nuestro corazón. Mientras más oscura se hacía la noche a nuestro alrededor, la Palabra de Dios ardía más brillante, más verdadera y más hermosa”.
“Ahí, en el foso más profundo que te puedas imaginar, el amor de Dios fue aún más profundo. Y en la noche más oscura, Su Palabra brillaba con todo su esplendor”.
Fidelidad perseverante: Sus últimos años
Betsie murió en Ravensbruck el 16 de diciembre de 1944; semanas después, Corrie fue liberada. En menos de seis meses ya ella había abierto un centro de rehabilitación cristiano para las víctimas de la guerra y con el tiempo convirtió su vieja casa en un hogar para aquellos holandeses que habían trabajado para los nazis (pues éstos eran más aborrecidos que los mismísimos alemanes).
Apenas un año después de su liberación de Ravensbruck, Corrie ya había publicado un libro y viajaba para compartir su historia. La prueba de fe más grande vino cuando, después de una conferencia, un alemán que había sido guardia (y ahora nuevo creyente en Cristo) se le acercó para saludarla. De hecho, él era uno de los guardias delante de los cuales ella y Betsie habían sido forzadas a desnudarse.
Consciente de su insuficiencia para conducirse con bondad y su falta de fortaleza en sí misma para extender su mano y perdonarlo, ella oró “Jesús no puedo perdonarlo. Dame Tu perdón.” El amor abundante que brotó de su corazón luego de esa oración la hizo darse cuenta que “la sanidad del mundo no descansa en nuestro perdón ni en nuestra bondad, sino en los Suyos. Cuando Dios nos ordena amar a nuestros enemigos, junto con el mandamiento, nos da el amor que necesitamos.”
Solo un derrame sufrido en 1978 pudo hacer que Corrie redujera su actividad de compartir el mensaje del profundo amor de Dios en lugares oscuros. Ella había pasado sus últimos años con una agenda más apretada que la mayoría con la mitad de su edad, viajando alrededor del mundo para compartir la historia del amor de Dios. Su asistente Pam la vio sentarse paralizada por cinco años después de ese derrame, y comentó la manera llena de gracia en que Corrie había soportado sus años finales: “Haciendo nada, si así lo demandaba la voluntad de Dios, sin duda requería más esfuerzo que si se le hubiera exigido hacer mucho, por ser ella una persona dotada de tanta energía. Y, aun así, lo hacía. Yo la observaba pasar por la prueba.”
Corrie Ten Boom fue una mujer ordinaria con una profunda esperanza en un Dios fiel. Aunque ella no se propuso cambiar el mundo, sus pasos de obediencia llenos de fe, día a día, hicieron justo eso. La pregunta es ¿seguiremos su ejemplo de fe extraordinaria dando hoy los mismos pequeños pasos de obediencia a Dios?
Si quieres aprender más sobre Corrie Ten Boom, te recomendamos el libro “El refugio secreto” escrito por Corrie Ten Boom y Elizabeth & John Sherrill.
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