Creo que puedo decir con certeza que no hay otra festividad tan ligada a la comida como la Navidad. Aunque, por supuesto, el Día de Acción de Gracias se gana el segundo lugar a pesar de que sus delicias y platos están generalmente limitados a la comida de un solo día (seguido, desde luego, por las abundantes sobras). Sin embargo, la Navidad, con todas sus reuniones acostumbradas y recuerdos de la infancia, puede prestarse a oportunidades de placeres azucarados, ricos entremeses y espléndidas comidas durante semanas.
Supongo entonces que entiendes esa común sensación navideña de estar lleno, pero aún así querer seguir comiendo. (No estoy juzgando, tú entiendes. Me identifico con esto.) Y aunque a veces podemos sentirnos justificadas al participar de una porción adicional o dos de los platillos de la temporada, el hecho es que tal indulgencia a menudo es simplemente nuestra carne que quiere salirse con la suya. Queremos lo que queremos y no deseamos que nos digan lo que no podemos o debemos hacer o comer.
Cuando el enemigo tentó a Jesús en el desierto (Mat. 4: 1-11), apeló primero a sus apetitos físicos. Jesús, como recordarán, no había comido en casi mes y medio. No pudo haber sido humano y evitar por completo la idea de que después de cuarenta días merecía permiso para romper su ayuno. Pero su batalla ese día, aunque obviamente diferente en extremo a nuestras luchas navideñas, todavía giraba en torno al mismo problema: cuando consideramos si pasar o no por la despensa camino a la cama en la noche.
El conflicto radica en, ¿Quién manda aquí?
La pregunta que surge es, ¿Me someteré al señorío de Dios en mi vida?, o ¿insistiré en dirigir las cosas yo misma?
Cuando vemos a Jesús en Getsemaní, orando estas sinceras palabras desde lo profundo de su corazón: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42), estamos siendo testigos del fruto de una vida completa, gozosa, entregada, rendida constantemente a Su Padre. A pesar de lo impresionante que pueda sonar Su voluntad de soportar la cruz, esta es una actitud que en realidad solo da continuidad a la trayectoria que Él estableció cada día que vivió en la tierra.
«El Hijo no puede hacer nada por sí mismo», dijo Jesús al principio de Su ministerio, «sino sólo lo que ve hacer al Padre. Porque todo lo que hace el Padre, eso también lo hace el Hijo» (Juan 5:19). «He descendido del cielo», les dijo más tarde a sus discípulos, «no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Juan 6:38). Cristo explicó este tema una y otra vez: «Hago como el Padre me ha mandado» (Juan 14:31). «Siempre hago lo que le agrada» (Juan 8:29).
Nuestra pregunta alrededor de la mesa en esta fiesta de Navidad o reunión familiar es la pregunta que realmente debería regir cada momento de nuestros días. ¿Quién toma las decisiones? ¿Quién tiene la palabra? ¿A quién permitimos ganar esta batalla de voluntades?
Jesús no lo hace fácil, pero sí lo hace sencillo. Debemos permanecer rendidas en obediencia, caminando guiadas por la Palabra y el Espíritu de Dios.
¿En qué área de tu vida estás sintiendo más la batalla entre tu voluntad y la de Dios? ¿Quién ganará? ¿Qué elección, si la tomaras ahora mismo, declararía tu entrega y sumisión a Él?
Amado Padre celestial, sé que los deseos que me has dado fluyen de Tu bondad. Tienes la intención de que me lleven a la bendición, que me permitan encontrar mi gozo y satisfacción en Ti. Ayúdame a no dejarme persuadir por mi propio entendimiento o el de mi enemigo, sino a decirte alegremente "Sí Señor", sabiendo que eso dará como resultado lo que es realmente mejor para mí. Te elijo ahora y siempre. En el nombre todo suficiente de Jesús, amén.
Este artículo fue tomado de Considera a Jesús: 31 días – Devocional de Adviento por Nancy DeMoss Wolgemuth. Clic aquí para solicitar una copia y comenzar a preparar tu corazón para esta Navidad.
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