Una noche cuando manejaba hacia mi casa con mis dos pequeños amarrados en sus asientos del carro, estaba oscuro y lluvioso, vi los conos color naranja alineados en la transitada calle que bordeaba nuestro vecindario, pero no les presté atención pues llevaban semanas allí. Lo que no había estado ahí -ni siquiera más temprano en el día- era el pozo de seis pies en construcción, en el cual caí.
Grité aterrorizada cuando mi carro se lanzó dando tumbos y las luces de mi carro brillaban en aquel pozo. Luego, con la adrenalina subiéndome, luché por abrir mi puerta y tomar a mis bebés -sintiendo que, mientras tanto, el vehículo se sacudía. Sin saber cuán precaria era la situación, llena de pánico, con mis dedos temblorosos, desabroché a mis pequeños, y los saqué a toda prisa del vehículo pensando en su seguridad.
Así que allí estábamos, en una calle con mucho tránsito junto a nuestro vehículo tambaleante, que bloqueaba todo el tráfico que se acercaba. Yo acurrucaba de manera protectora el asiento del carro de Cole y apretaba la cintura de mi pequeña Lindsay. De un lado estaba la zanja. Del otro, el ruido del tráfico hacía imposible cruzar, en la oscuridad y con dos pequeños.
Grandes hoyos negros
Estoy agradecida de que la policía llegó rápidamente y nos pusieron en la parte trasera de su vehículo para que no nos mojáramos en la lluvia. Desde ahí las luces de la policía brillaban como un farol sobre nuestro carro cuyas ruedas delanteras colgaban en el borde del pozo dando la apariencia de que nuestro vehículo hubiera sido tragado completamente.
Lindsay, quien tenía dos años, se subió y se agarró de la parte trasera del asiento del carro de la policía y miraba con ojos atónitos. Traté de explicarle cómo la policía y la grúa nos estaban ayudando y que ya estábamos seguras, pero ella no paraba de decir “¡mami, mila! ¡Mi carro se cayó!”
Para Lindsay, esta escena representaba un nuevo terror que ella no había considerado antes. Antes de este momento, ella desconocía que existían grandes hoyos negros en el mundo. Y seguramente no se había dado cuenta de que las personas podían caerse en ellos. Estábamos completamente seguros, pero mi niñita se sentía más insegura que nunca antes.
La ilusión de seguridad
En las semanas y meses siguientes, Lindsay no dejaba de hablar de lo que había ocurrido. “¡Mi carro se cayó!” decía a los extraños en la tienda o a los amigos en la iglesia. Como si quisiera alertar a todos del peligro que existía allí afuera.
En repetidas ocasiones, traté de asegurarle que estábamos seguras ahora; y que no había nada de qué preocuparse. Pero no podía borrar de su mente la escena de nuestro carro tambaleándose hacia la oscuridad y el peligro. “¡Mi carro se cayó!” ella continuaba susurrando. La ilusión de seguridad se había esfumado y yo no podía recuperarla.
Un día, mi madre estaba sosteniendo a Lindsay en su cadera mientras hacíamos planes para ir a cierto lugar. Con sus manos regordetas, Lindsay volteó la cara de mi mamá hacia ella y se le acercó de manera que sus narices casi se tocaron. Con franqueza ella le dijo en voz alta, “¡Mama ¿por qué no manejas?, mami va muy rápido y mi carro se cae!”
¿Qué? ¡No podía creerlo! ¿Mi hija de dos años estaba cuestionando mis habilidades para conducir?
En realidad, no podía negar que me metí junto a ellos en una situación temerosa. Pero me resultó jocoso que mi hija de dos años se sintiera calificada para ¡criticar mi manera de conducir! ¿No manejaba yo de manera completamente segura desde antes que ella naciera? ¿Y no había pasado los últimos dos años cuidándola, tomando en cuenta su seguridad, salud y bienestar? Y ahora con toda la lógica que puede tener una niña de dos años, de manera valiente ella expresaba sus dudas sobre mi confiabilidad, ¡lo suficiente como para solicitar otro conductor!
Volviéndome escéptica
Ésa es una buena ilustración de nosotras mismas. Dios nos ha cuidado meticulosamente desde antes de nacer (Salmo 139:13). Mientras nuestras madres dormían, Dios entretejió los intricados patrones de nuestros ojos, oídos, narices, bocas y piel, para que entráramos al mundo con la capacidad de recibir y disfrutar el sol, el aire, los alimentos, y la calidez que Él nos provee. Antes de que nuestras mentes se desarrollaran lo suficiente ya Dios nos estaba cuidando.
En la vida hay momentos en que se nos arranca la ilusión de seguridad. Quizás experimentamos algo traumático, vemos algo que nos causa temor o somos testigos del atemorizante carácter definitivo de la muerte. En momentos así, nuestro mundo se sacude, y nos preguntamos si hay alguien que lo sostiene.
Con las dudas y temores frescos, dirigimos nuestro escepticismo hacia Dios. ¿Dónde estaba Él, esa noche turbulenta? ¿Qué estaba haciendo cuando gritábamos que nos ayudaran? ¿Sus manos controlaban el guía cuando la vida metió sus narices en el terror?
Quizás hasta ese momento no nos habíamos detenido a pensar en la credibilidad de Dios, pero ahora nos cuestionamos. ¿Podemos saber que Él es responsable, bueno y fuerte? ¿Podemos contar con que nos mantendrá seguras?
La manta de seguridad
Nuestro cuestionamiento a Dios es inmediatamente seguido por una nueva tentación. Es la tentación de encontrar un sustituto. Entonces nos volvemos hacia las personas, casas, carreras. Todo lo que nos haga sentir seguras. O nos volvemos hacia las cuentas bancarias, seguro médico o la popularidad para evitar las amenazas. Somos como niños pequeños agarrando mantas de seguridad para sentirnos a salvo.
Sin embargo, nuestro razonamiento de niños de dos años no se puede sostener. Cuando nos abrochamos con nuevas restricciones de seguridad o una nueva promesa de protección, ¿hemos bloqueado el control? Después de agotarnos tratando de forrar nuestra vida con cada capa imaginable de protección, ¿realmente nos hemos protegido a nosotras mismas y a nuestros seres queridos de los problemas?
¿Quién está en control?
Con frecuencia tengo pensamientos sobre este asunto del control. Cuando el miedo fluye en mi corazón, de inmediato me convenzo de que, todo depende de mí. Presa del pánico, con dedos temblorosos trató de sacar a mis amados de los pozos. Trazo planes para evitar que ninguno maneje en precipicios. Pero depender de mí es tan necio como depender de una casa, o de dinero o de alguna persona para que me mantenga segura.
Y por eso Dios usa grandes hoyos negros para presionarme a reconocer que no estoy en control y que mis mantas de seguridad no pueden protegerme del peligro.
Dios no está siendo severo ni cruel. Él quiere que vea que esta carga de querer tener a todos seguros y evitarles un desastre no es algo que Él haya colocado sobre mis hombros. Él no me ha pedido tener el control. Lo que Dios requiere de mí y a lo que me ha invitado es a confiar en Él.
Confiando en Dios
Dios no espera que me convenza a mí misma que el mundo es seguro ni que todo saldrá justo como lo he esperado. Pero Él sí quiere que yo confíe que Él es poderoso y fuerte, aunque no evite el desastre. Y quiere que yo confíe que Él es bueno, aunque yo no vea nada bueno en el pozo. Él quiere que yo confíe que Él está en control, aunque el mundo parezca, de manera que atemoriza, que depende del azar.
Así como quería que mi pequeña hija se relajara y confiara en mí como su madre que soy, Dios quiere que yo confíe en Él como mi Dios. La paz profunda viene de saber que Dios sostiene en Sus manos todos los imprevistos que aparecen en el mapa de la vida. La seguridad no viene por saber lo que acontecerá en la próxima curva sino de saber que Dios está ahí. La esperanza no viene de mi propia fortaleza ni sabiduría, sino de descansar en la Suya.
Amiga, nuestro mundo está lleno de pozos. Toda la tierra está cediendo ante la presión de la maldición del pecado y ninguna de nosotras escapará de sus efectos. Tenemos una opción. ¿Usaremos la lógica de niña de dos años y nos volveremos escépticas del Único que ha sido Digno de confianza y Veraz? ¿Buscaremos “choferes sustitutos” que nos den la ilusión de seguridad? O ¿confiaremos en Dios quien realmente está en control y Quien hace que todas las cosas cooperen para nuestro bien -aun los pozos en nuestra vida-?
¿Cómo respondes cuando la ilusión de seguridad te ha sido arrancada? Si te has vuelto escéptica con Dios o has buscado “mantas de seguridad” en lugar de buscarlo a Él, habla honestamente con Dios sobre eso. ¿Cómo quiere que confíes en Él? lee el Salmo 30 en voz alta como una oración a Dios.
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