Por Jeanne Harrison
Nunca me ha gustado la analogía de “Mamá Osa”. Cuando pienso en Mamás Osas, yo me imagino a aquellas mamás que son agresivas con las profesoras, que a codazos puros en medio de la multitud logran obtener los mejores asientos para sus hijos en las sesiones de cuentos de niños. Yo prefiero ser una Mamá Cisne, plácidamente navegando por la vida con mis pequeñuelos caminando uno tras otro en fila. Pero la realidad es que no lo soy. Lo que sí es, que tengo la cara de la mamá cisne, pero el corazón de una osa Grizzli.
La verdad es, que no tienes que ser muy escandalosa y necia para catalogarte como Mamá Osa, solo tienes que ocuparte más de la cuenta por el bienestar de tu familia. La tienes que idolatrar, doblegarte y adorarla, así que si alguien en tu casa no está bien, nada está bien. Como ves, el asunto de Mamá Osa es que allí en lo más profundo de nuestro ser, lo que realidad queremos hacer es controlar nuestro universo y de esa manera proteger a los que amamos. Si de veras somos cristianas, en algún nivel sabemos que esto no es posible, es imposible. Pero de todas maneras esto no nos impide tratar de continuar haciéndolo.
Un fundamento tambaleante
Y, ¿cómo dejar de hacerlo? Entonces todo pueda que se desmorone y nada funcione. Así que estamos en movimiento todo el tiempo, constantemente y anhelamos ese momento cuando podamos tomar aliento y decir: “La vida es buena. Nadie en el hospital, nadie con pesadillas. Nadie con problemas en el trabajo”. Por supuesto, que este tipo de paz es tan frágil como cáscara de huevo. Es como si al edificar tu casa lo hicieras con una base de palillos.
Y, ay que sí es agotador. Yo sabía que el ser esposa y madre iba a requerir mucho trabajo; De lo que no me había dado cuenta era de lo mucho que ese trabajo lo haría con mi corazón y no con mis manos. Mientras más personas añadimos a nuestra familia, la carga que llevamos en nuestro corazón aumenta. Preocupaciones, amor, gozo, dolor, afecto, temores, ¡Yo no quiero tener ni siquiera un perro, porque no creo tener la capacidad emocional de darle cuidado a un ser vivo más!
Hay días en que mi esposo entra por la puerta de la casa con una expresión de pesar en la cara, y mi deseo es extender mi mano y decirle, “¡Lo siento! Mi medidor de ansiedad ha alcanzado máxima capacidad. ¡Una carga más en mi plato, y me caigo muerta aquí mismo en la cocina! Y entonces tú (el esposo) vas a tener que terminar de cocinar la cena.” Por lo contrario, usualmente opto por una solución rápida: le pregunto “¿Pasa algo malo? ¡Solo dímelo. Dímelo ahora!” Y así quizás pueda súper rápidamente tirar unas verdades bíblicas a la situación quitando así el asunto de la lista de “por hacer”, antes de que se me queme la salsa de los espaguetis que estoy cocinando.
Poniendo a Dios en un cortocircuito
Pero así no es que las cosas funcionan, por una sencilla razón. Yo no soy Jesús. Todos mis intentos de “arreglar” nuestro universo son solo eso- intentos externos. Son como los palillos de dientes soportando una casa cuyo peso siempre los quebrantará. Yo aun recuerdo el día en que Clint me miró y me dijo, “¿Puedes permitirme el no estar OK? ¿Me puedes amar aun cuando no soy feliz?”
Pero es que si tú no estás ok, yo tampoco estoy ok, pensé yo. Y así de fácil lo llegué a entender. Desear que él estuviera bien, nunca fue realmente acerca de él. Siempre fue acerca de mí. Yo no quería convivir con él en un periodo de prueba y paciencia. Yo quería que terminara ya. Resuelto. Para así yo poder volver a mi estado de felicidad. Yo sé que las Mamás Osas (como yo) son protectoras y controladoras. Pero por primera vez me di cuenta de que también somos egoístas. De hecho, somos tanto así, que estamos dispuestas a darle un corto circuito a lo que Dios quiere hacer en la vida de una persona para así nosotras no tener que estar soportando la incomodidad de ver las cosas que están sucediéndole.
Cuando la pequeña Susie no tiene amigos en el colegio Mamá Osa (como yo) no quiere ir por el largo y doloroso camino de enseñarle cómo confiar en Jesús. Nosotras solo queremos que el dolor de cabeza desaparezca. Queremos hacer una fiesta con todos los vecinos e invitar cada niña de cinco años de Georgia. Pero, ¿Y qué si Dios tiene destinado que este sea el primer momento en que Susie se vuelva a Jesús con un problema real? ¿Y qué si este dolor de cabeza está preparando el escenario para su primera experiencia de creer en Dios y verlo actuar a su favor? ¿No vale esto un poco de sufrimiento? ¿Para Susie y Mamá Osa?
Atenerse en lugar de actuar
Pero de la única manera en que nos transformaremos en el tipo de mujer con la habilidad de atenernos en lugar de actuar es si permanecemos ancladas en Cristo. David una vez cantó,
“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeré, aunque la tierra sea removida y los montes se muevan al mar” (Salmo 46:1-2)
De la única manera en que seremos ese tipo de mujer, con la habilidad de atenernos en lugar de actuar, es si permanecemos ancladas en Cristo.
¿Desearías tú tener una certeza así, si tu montaña privada se cae en el corazón del mar el día en que tu esposo pierda su trabajo , o cuando el pediatra te diga que debes ver un especialista, o un hijo adulto te llame para decirte que se va a divorciar?
Yo te garantizo que Mamá Osa ansía tener esa certeza. Porque ella conoce la vida del otro lado de la cerca. Ella vive en una casa edificada sobre la arena, y aun en días buenos, siente temores de que esta se hunde. Yo quisiera poderte decir que es fácil levantar esa casa, moverla de su lugar y simplemente dejarla caer sobre la Roca que es Cristo. Yo quisiera que fuera asunto de una sola movida para lograr esto. Pero no lo es. Es algo de momento a momento, es un asunto de someterse y confiar. Y es en ese momento y solo en ese momento que podremos ministrarle a nuestras familias con el tipo de amor que dice: “Ven como estés, hecho un desastre y en dolor. Yo permaneceré contigo. Hasta que sea necesario”.
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