Nota del editor: esta publicación del 2014 se ha desenterrado de nuestros archivos para animarte. ¡Esperamos que la disfrutes!
Escrito por Elisha Galotti
Una de las tradiciones navideñas anuales de nuestra familia es tomar el metro del centro y pasar por las ventanas navideñas de Bay Street en Toronto. Detrás de cada panel hay una acogedora y festiva escena navideña en miniatura. Una ventana podría ser una casa victoriana tradicional que alberga una alegre reunión de Nochebuena, y la siguiente ventana puede ser una pequeña ciudad
antigua con farolas de hierro forjado y villancicos alegres. Me encantan estas ventanas, y cada año, solo por diversión, pretendo poder elegir en qué escena festiva pasar la noche.
La verdad es que, mientras caminamos por esta vida, hay ventanas a nuestro alrededor, escenas en las que, si nuestros ojos están abiertos y estamos listos, podemos entrar. Camina conmigo por un momento. Déjame llevarte a otras dos ventanas navideñas.
¿Cuál elegirás?
Primera ventana: una acogedora sala de estar, con un fuego chispeante y un manto decorado con ramas de pino y luces brillantes. Esta sala está llena de mujeres bonitas y hombres guapos que están hablando, riendo, brindando con sus vasos y disfrutando de la amistad uno del otro. Los niños elegantemente vestidos juegan y toman los chocolates.
Segunda ventana: un hogar de ancianos financiado por el gobierno para personas mayores con bajo funcionamiento; un vestíbulo de olor rancio lleno de gente rota, herida y sola; una anciana de cabello blanco cuya mente se rompió hace mucho tiempo y que está babeando, con la cabeza baja, los ojos vacíos, y junto a ella hay un anciano que no tiene sus dos piernas, postrado a una silla de ruedas.
Dos escenas. Una elección.
Si pudiéramos entrar en cualquiera de las escenas, ¿cuál elegiríamos? En la primera estaríamos de manera acogedora y cálida, alegres y luminosos. En la segunda, ministraríamos, serviríamos, y nos gastaríamos por ellos.
Como cristianos, tenemos la mirada en Aquel cuyo nacimiento celebramos en Navidad para traer luz a este mundo, pero ¿qué tal si Dios quiere iluminarlo a través de nosotras?
¿Cuál es el verdadero espíritu navideño?
Las mujeres de la familia de mi iglesia están leyendo «El Conocimiento del Dios Santo» de J.I. Packer. Hace un par de semanas, estudiamos el capítulo «Dios encarnado». Apropiadamente, mientras anticipamos la inminente temporada navideña, estábamos leyendo acerca de la encarnación de nuestro Salvador. Al final de nuestro tiempo juntas, una mujer leyó en voz alta estas palabras: «Hablamos con ligereza del “espíritu navideño”, que rara vez significa más que alegría sentimental en el ámbito familiar. Pero...debería significar la imitación en la vida humana del temperamento de Aquel que por nosotros se empobreció en la primera Navidad (Lucas 2:7). Y el espíritu navideño mismo debería ser la marca de todo cristiano durante todo el año».
Mi amiga continuó leyendo una descripción convincente de cómo muchas de nosotras vemos la necesidad humana a nuestro alrededor, pero desviamos nuestras miradas hacia otro lado.
Ese no es el espíritu navideño. Tampoco es cuando el espíritu de los cristianos (¡tristemente son muchos!) tiene una ambición en la vida que parece limitarse a construir un bonito hogar cristiano de clase media, hacer buenos amigos cristianos de clase media y criar a sus hijos en una bonita clase media.
El espíritu navideño no brilla en aquellas personas cristianas que imitan las clases sociales, porque el espíritu navideño es el espíritu de aquellos que, como su Maestro, viven toda su vida bajo el principio de empobrecerse, gastando para enriquecer a sus semejantes, dando tiempo para atender molestias, dar cuidados e inquietudes, para hacer el bien a los demás (y no solo a sus propios amigos) en cualquier forma que parezca necesaria (Mateo 16:24-25).
¿No son esas palabras las que atraviesan el corazón? Día tras día se nos da esa opción de muchas maneras diferentes: ¿Entraré en la escena que me resulta familiar, cómoda y agradable? ¿O entraré en la oscuridad y llevaré la luz?
Tengo una amiga que vive en esa residencia de ancianos de bajo funcionamiento que he descrito. No la visito lo suficiente. No le escribo lo suficiente. No la llamo lo suficiente. No la quiero lo suficiente, como me ha querido Cristo.
Las casas acogedoras y los amigos íntimos son buenos regalos, y Dios no nos ha dado una decisión de uno u otro. La familia, los amigos y las fiestas navideñas son regalos que podemos disfrutar para la gloria de Dios. Sin embargo, si nuestra Navidad está llena de comidas festivas, pero carece de esas relaciones que son duras, oscuras y que requieren humildad y esfuerzo para llevar las cargas de los demás, entonces estamos fallando en ser cristianos que se parezcan a nuestro Salvador.
Nosotras estamos llamadas a ser Sus manos, Sus pies, Su corazón en esta tierra. Sabemos eso, y queremos vivir de esa manera, pero lo olvidamos, ¿no es cierto?
Nos olvidamos y seguimos nuestra vida de clase media, en nuestras casas de clase media, con nuestros amigos de clase media.
Buscando ser como Él
Con demasiada frecuencia vivimos en esa primera escena, cómoda y cálida, y nos olvidamos de caminar intencionadamente hacia aquellos lugares que son fríos y oscuros. Cristo vino a esta tierra rota y oscura, y nosotras debemos buscar ser como Él (1 Pedro 2:21).
A veces la oscuridad se siente abrumadora, y no sabemos qué hacer. Queremos ser utilizados, pero no sabemos cómo. Leemos las noticias, miramos a nuestro alrededor y vemos un mundo con mucho mal persistente. Escuchamos la angustia de las personas que amamos, vemos la inmensidad de lo que está roto, y nos preguntamos cómo podemos ser utilizados para iluminar la oscuridad. El pastor Andrew Schep nos orienta con estas palabras: «Cuando el panorama general parece sin esperanza, hazlo más pequeño. Tan pequeño como la gente que está cerca. Lo suficientemente pequeño como para ver un pequeño camino que lleve a la esperanza».
No somos llamadas a llevar la luz a todo el mundo; eso lo hizo y lo hará Otro. Somos llamadas a amar al prójimo.
Es Navidad. Es la época en la que los cristianos celebran a un Salvador que lo dejó todo para venir a morar con la gente rota. ¿Seré como Él? ¿Lo serás tú? ¿Buscaremos y encontraremos a esas personas en nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra iglesia, nuestro barrio que necesitan amor?
Y cuando las veamos, ¿desviaremos la mirada y seguiremos caminando? ¿O iremos hacia ellos y los amaremos?
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