Recientemente me encontré con una mujer a quien no veía desde hacía varias semanas. Casi no pude reconocerla. Su cabello normalmente rubio, estaba completamente blanco. La transformación era dramática. Todo lo que conllevó fueron 40 minutos y blanqueador.
Si tan solo la transformación espiritual fuera así de sencilla. Solo leer un libro, ver un consejero, asistir a una conferencia, hacer un compromiso nuevo, derramar algunas lágrimas en el altar, memorizar algunos versículos…y, ¡listo! Conseguimos a un cristiano piadoso, maduro.
Por el contrario, la experiencia de muchos cristianos luce así:
Me comprometo. Fallo. Confieso.
Vuelvo a comprometerme. Vuelvo a fallar. Vuelvo a confesar.
Vuelvo y me comprometo de nuevo. Fallo nuevamente. Me rindo.
Después de tantas luchas y esfuerzo, tendemos a querer un “arreglo rápido” – una victoria de una vez y para siempre- para no tener que seguir luchando con los mismos viejos hábitos.
En mi propio caminar con Dios, he descubierto algunos principios que me han resultado útiles sobre cómo tiene lugar el cambio espiritual.
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Un cambio espiritual profundo y duradero no ocurre de la noche a la mañana. Es un proceso que conlleva entrenamiento, prueba y tiempo. No hay atajos.
Escuchamos a personas que han sido libertadas dramáticamente de la adicción a las drogas o al alcohol y nos preguntamos ¿Por qué Dios no hace eso conmigo? ¿Por qué tengo que luchar con esta adicción a la comida, la lujuria, la preocupación o la ira?
No los echaré de delante de ti en un solo año, a fin de que la tierra no quede desolada y se multipliquen contra ti las bestias del campo. Poco a poco los echaré de delante de ti, hasta que te multipliques y tomes posesión de la tierra. Éxodo 23:29-30
Dios está comprometido con ganar los corazones y desarrollar el carácter de Su pueblo. Eso requiere un proceso.
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Se requiere deseo para que ocurra el cambio espiritual.
Debemos preguntarnos a nosotras mismas: ¿Realmente quiero cambiar? ¿O estoy contenta permaneciendo dónde estoy? ¿Cuán importante es para mí ser como Jesús? ¿Qué precio estoy dispuesta a pagar para ser piadosa?
Los deseos piadosos se nutren de la oración y meditación en Cristo, Quien es el objeto de nuestro deseo. En la medida en que leo la Palabra y contemplo al Señor Jesús, veo que mi corazón anhela ser como Él: humilde, santo, compasivo, rendido a Su voluntad y sensible a la dirección del Espíritu.
Cuando nuestro deseo de ser santas es mayor que nuestro deseo de permanecer donde estamos, hemos dado un gran paso hacia la transformación espiritual.
¿Dónde estás hoy mientras lees este artículo? ¿Qué tan grande es tu deseo de ser transformada para lucir más como Jesús? ¿Se lo dirías a Él ahora mismo?
Adaptado y traducido del artículo de Nancy DeMoss Wolgemuth en la edición de Mayo 2001 de la revista Decision Magazine.
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