Escrito por Laura Booz
¿Qué haces cuando tu hijo no te agrada?
¿Cómo vences el fastidio con tu propio hijo?
¿Cómo decides amar por encima del desagrado?
Quisiera poder decir que no me veo reflejada en estas preguntas, pero sí. He sentido desagrado por cada uno de mis hijos en alguna ocasión. Por años, me he guardado estas batallas ocasionales para mí misma, porque no me siento bien cuando no me agradan mis propios hijos tan preciados.
Lastimo a mis hijos con mis afectos imperfectos que influyen en cómo les hablo y cómo los trato. Me preocupa cómo les pueda afectar a largo plazo. ¿Alguna vez te has sentido de esa manera?
Dios me ha estado guiando en la misión de comprender y vencer esta batalla. Y quiero compartir las cosas que Él me está enseñando que me han ayudado a tener cierta perspectiva y victoria. Espero que a ti también te resulten útiles.
Pero primero, creo que es importante reconocer que «el hecho de que mis hijos me agraden», no es el objetivo de la maternidad; sino,
- Criarlos para que conozcan y amen a Jesucristo
- Hablarles sobre la Palabra de Dios
- Alimentarlos, vestirlos y protegerlos
- Compartirles Su sabiduría
Entonces, ¿por qué me siento tan avergonzada y turbada cuando simplemente mi hija no me agrada? Me siento mal porque mi afecto imperfecto puede ser un obstáculo para que crea que Dios la creó con infinita dignidad, valor y alta estima. Me siento mal porque revela mi amor egoísta y hueco; me aflige mi incapacidad de extenderle mi afecto de madre de forma constante e incondicional.
Cuando nuestros hijos no nos agradan, vemos nuestra necesidad de Jesús.
Cuatrocientos años antes del nacimiento de Jesús, el profeta Malaquías escribió esto acerca de Él:
«Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que venga yo y hiera la tierra con maldición» (Mal. 4:6).
Sin Cristo, nuestros corazones se alejan de las personas valiosas a quienes se nos ha llamado a nutrir, entrenar, proteger y llevar a Dios. Dios odia cuando los padres no sienten afecto por sus hijos; es una de las razones por las que Él viene a juzgar al mundo.
Por un lado, me alegro. Estoy contando con que Dios enderece el torcido camino de la crianza para purificar todas nuestras imperfecciones y negligencias. Por otro lado, me doy cuenta de que, sin Cristo, merezco el juicio de Dios. No amo a mis hijos de la manera que una madre debe amarlos.
Antes de dar rienda suelta a Su juicio sobre un mundo de padres egoístas y abatidos, Dios envió a Su propio Hijo a obrar un milagro dentro de las paredes de mi pequeña casa y las paredes de mi duro corazón. Más que eso, Él envió a Su Hijo a absorber el juicio que todas nosotras, madres imperfectas, merecemos. Cuando Dios mira a las madres que han confiado en Cristo, Él ve mamás fieles, constantes, perfectamente amorosas. Este es, en verdad un «sueño hecho realidad».
Jesús vino a volver mi corazón hacia mis hijos.
El tuyo, también.
Qué hacer
A la luz de estas verdades, a continuación, cuatro pasos a dar, cuando tu propio hijo no te agrada. Haciendo esto, Jesús cambiará tu corazón.
- Confiesa tu pecado a una amiga de oración.
«Por tanto, confesaos vuestros pecados unos a otros, y orad unos por otros para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede lograr mucho» (Sant. 5:16).
Hace algunos meses, decidí desnudar mi alma llena de culpa con una de mis queridas amigas. Sin compartir el nombre de mi hijo ni mi queja específica, dije, «realmente, en estos momentos, estoy luchando para que uno de mis hijos me agrade. ¿Alguna vez has tenido esa lucha? ¿Qué debería hacer? Me siento terrible al respecto».
Mi amiga, una madre maravillosa con hijos prósperos y felices, al instante me dijo, «¡Por supuesto que lucho con eso! Puedo recordar ocasiones cuando alguno de mis hijos no me agradaba». Su honestidad y su familiaridad con el problema me hizo descansar. Me brindó sabiduría que me movió a moverme hacia el siguiente paso. Me preguntó…
- ¿Por qué te desagrada tu hijo?
Resulta que he caído en una enredada telaraña de razones tanto válidas como ridículas: me desagrada por alguna peculiaridad de personalidad, debilidad de carácter o inmadurez. Tampoco me agrada cuando es desobediente, me falta al respeto o me trata sin afecto.
Me ha desagradado por sus incesantes necesidades, porque me estorba el camino y porque me ha impedido lograr ciertas metas o experimentar ciertos placeres.
No me ha agradado cuando no puedo dormir bien durante la noche, cuando tiene su cabello tieso o cuando se viste con mal gusto.
3. Considera la respuesta correcta
Dios, concédeme la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo, y la sabiduría para saber la diferencia.
Con frecuencia sentimos aversión hacia un hijo porque algo está mal o debe repararse. Quizás no me guste cierto comportamiento o rasgo del carácter que es pecaminoso o inmaduro. Tal vez no nos gusta alguna debilidad o singularidad de su personalidad que ponga en riesgo sus relaciones o su bienestar futuro. Quizá queramos menos a nuestros hijos cuando estamos cansadas, estresadas o distraídas.
Todas estas cosas pueden mejorarse con sabiduría, atención y tiempo. Ninguna tiene una solución «rápida». Es necesario que en oración desarrollemos un plan y que seamos perseverantes. Pero al implementarlo al lado de nuestros hijos, probablemente notemos que nuestros corazones comienzan a suavizarse. Con el tiempo, quizá pensemos algo como: Yo pensaba que mi hijo siempre viviría enojado, pero Dios lo ha transformado en un joven fuerte, con dominio propio y lleno de gracia. En verdad me agrada la persona en que Dios lo ha transformado.
En otras ocasiones, nos desagradan las circunstancias inalterables o rasgos de carácter de nuestro hijo. Quizá no nos agrada que nuestro hijo sea escandaloso, extrovertido o un líder testarudo. O que sea un siervo mediocre, reservado, de voz suave. Quizá no nos agraden las discapacidades o debilidades de nuestro hijo. O no nos gusta que nuestro hijo sea…, bueno…, un hijo que tiene muchas necesidades naturales por lo que requiere de nuestro tiempo y atención. Dios nos dará la gracia para aceptar estas cosas.
Cambiar nuestra oposición por un afecto que nos sorprenda no está fuera del poder de Dios. Puede requerir semanas, meses o años. Renovar la mente, ser agradecida en toda circunstancia y crecer en gracia no sucede de un momento a otro, sucederá cuando tengamos un fundamento sólido en la verdad. Con el tiempo, quizá diremos algo como: «Solían molestarme las pequeñas singularidades de mi hija, pero ahora la admiro justo por eso. Me doy cuenta de que, son parte de lo que la hace una artista asombrosa. De hecho me encanta tal y como es».
4. Considera si se trata de algo importante o no
Me he dado cuenta de que, con frecuencia he interpretado mis sentimientos incorrectamente. Resulta que en realidad no era que mi hijo me desagradara; era algo que mi hijo estaba haciendo o algo difícil por lo que estábamos pasando lo que me desagradaba.
¿Ves la diferencia? (Me trae paz poder decirle a mi alma cargada con culpa: «Oh, solo era su vestimenta lo que no me gustaba; eso no significa que no la quiera; obvio.») Puedes darte cuenta de lo mismo con respecto a tus propias luchas. En esos casos, respira profundamente con alivio y sigue adelante. Deja que suenen las campanas de la libertad.
En otras ocasiones, nuestro desagrado es de mayor importancia. En ocasiones nuestros hijos nos desagradan porque son extremadamente difíciles de querer. Muchas madres son llamadas a amar y a nutrir hijos que son irrespetuosos, que las odian y las rechazan. Esto no es raro ni vergonzoso, ni está más allá del cuidado de Dios, pero requiere seria atención. No dejes que pase el tiempo sin buscar ayuda y consejería bíblica. Quizá una amiga sabia o un consejero pudieran ayudarte a ver una posible solución que a ti no se te había ocurrido. Quizá Dios tiene maravillas que quiere mostrarte mientras caminas con Él a través de ese desierto.
No estás sola
Dudé para escribir este artículo porque no quiero que un día mis hijos se enteren y se pregunten con cuánta frecuencia tuve que luchar para que no me desagradaran. (¡Hola chicos! Les prometo que no fue muy frecuente. Gracias a Dios ustedes eran fáciles de querer. Generalmente me sentía mucho mejor después de que se cepillaban su cabello; generalmente.)
Pero decidí publicarlo de todos modos porque pensé en ti, que estás leyéndolo; porque tal vez puedes estar necesitando saber que no eres la única a quien su propio hijo le ha desagradado. Decidí publicarlo, porque también pensé en mis hijos que probablemente se sienten de la misma manera hacia mí, de vez en cuando, y acerca de sus propios hijos. Quiero que todas recordemos que Jesús nos salvará de nuestra enredada telaraña de afectos contradictorios.
No necesitamos tener un pleito con nuestros corazones caprichosos buscando afectos paternales perfectos; Jesús trae el corazón más salvaje de regreso a casa.
Ayúdanos a llegar a otras
Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Mujer Verdadera?
Donar $3
Únete a la conversación