“[…] que enseñen a las jóvenes a que amen […] a sus hijos”
Tito 2:4
En cierta ocasión leí acerca de una madre que fue capaz de luchar contra un cocodrilo gigante que atrapó a su hijo, mientras éste se bañaba en un río. En una lucha complemente desigual, mientras el cocodrilo tiraba de las piernas del muchacho, y él gritaba desesperadamente, su madre lo mantenía agarrado por los brazos tratando de zafarlo de las fauces del monstruoso animal. Aquel incidente debió ser algo terrible para esa madre.
Pero lo que más me llamó la atención sobre esa narración fue la frase al final de la historia: “Luis está vivo porque a alguien le interesaba lo suficiente como para no dejar de verlo ni soltarlo” … Esta mujer amaba tanto a su hijo, que no lo perdió de vista ni lo soltó hasta saber que él estaba fuera de peligro.
¿Es ésa la forma como amamos a nuestros hijos?... Posiblemente nunca tengamos que defenderlos de un cocodrilo; pero ¿cuántos peligros mayores que ése no les rodean en medio de esta sociedad tan permisiva y de tanto libertinaje en que les ha tocado vivir? ¿Los amamos lo suficiente como para no soltarlos a fin de que la sociedad no se los trague?
Tito 2:4 habla de que “las mayores enseñen a las más jóvenes… a amar a sus hijos”. En mis primeros tiempos de cristiana, no le daba importancia a este versículo. Para mí el amor de madre era un sentimiento natural de toda mujer, desde el momento en que sentía moverse en su vientre una criaturita que la consideraba como parte de su ser. Con el paso del tiempo y el estudio de la Palabra, he llegado a comprender lo equivocada que estaba. El amor, el verdadero amor es algo que hay que cultivarlo porque requiere de mucho sacrificio. De ahí que la cita de Tito en su capítulo 2 nos mande a enseñarlo.
El problema radica en que nos hemos hecho la idea de que el amor es un sentimiento como el que se presenta en las novelas, y debido a que “el corazón es engañoso” (Jer.17:9-10) no lo asumimos como un compromiso. Nos hemos dejado confundir por el mundo permitiendo que lo vano y superficial sustituya lo importante.
El amor no es un sentimiento; el amor es una decisión, una entrega, una actitud madura y responsable que asumimos para compartir con todos aquellos a quienes amamos, sin importar cuanto tengamos que sacrificar.
En estos tiempos, nuestros hijos, desde temprana edad, están demasiado expuestos a todo tipo de peligro; por un lado, por el exceso de información y de motivación a través de los medios de comunicación y de la tecnología, y por otro, por estar inmersos en una sociedad pecaminosa y permisiva en la que los verdaderos valores han desaparecido y en la que todo es relativo. Por tanto, se requiere de una sobredosis de protección de las familias.
Hubo un tiempo en que el hogar era el nido adonde nuestros hijos se sentían protegidos; donde desde pequeños aprendían a diferenciar lo bueno de lo malo, donde forjaban su carácter bajo la supervisión de los padres. Para una madre, atender a sus hijos, vivir pendientes de ellos y cuidarlos de los peligros que le asediaban, era un deleite. Hoy, eso se ha convertido en una carga, porque el famoso movimiento feminista se ha encargado de infiltrar los hogares y aún las iglesias, haciéndole creer a las mujeres, que cuidar de sus hogares, - algo que antes era un privilegio - ahora es un estigma. Se ha desplazado lo importante para darle lugar a lo superfluo y la crianza de los hijos ha quedado en manos de extraños.
Pero lo peor de todo es que nos quejamos de que nuestros jóvenes se comportan irrespetuosamente y sin decoro, pero si hacemos un análisis concienzudo nos damos cuenta verdaderamente de quién es la falta. Lamentable cuántas veces nos enfrentamos a un comportamiento delincuencial, tenemos que hablar de jóvenes sin hogares, o de hijos de hogares separados. Muchachos sin identidad propia, que no saben ni siquiera a qué ambiente pertenecen, porque un día están con el padrastro y a la semana siguiente están con la madrastra. Con esto no quiero hacer sentir culpables a madres que han tenido que sufrir situaciones de separación. Pero sí quiero hacer un llamado de atención: somos responsables de la formación de los hijos; sobre todo las madres, a quienes Dios eligió para acunar en su vientre a una de “Sus criaturas”, y a quienes, en Su sabiduría ha dotado de una capacidad de observación especial, recayendo sobre ellas una gran responsabilidad.
Madre de hoy: No eches a perder esa bendición que Dios te ha regalado. La formación del carácter de tu hijo no corresponde al colegio, ni a la iglesia, ni al gobierno, ni a la sociedad. Trata de conocerlos desde pequeños, corrígelos; disciplínalos, imponle sus consecuencias por sus inconductas, pero con amor, de manera que comprenda que lo que haces, lo haces porque lo amas, porque te importa.
Observa sus cambios de ánimo, demuéstrale que te interesa lo que le está pasando y que estás dispuesta a ayudarlo. Es doloroso ver cómo muchos jóvenes (hembras y varones), han caído muy bajo en su pecado porque cuando iniciaron la caída no contaron con una madre que le sirviera de refugio o que fuera capaz de comprenderlos y ayudarlos a salir a tiempo de su problema.
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