Les conté de la indumentaria que nosotros usamos, para practicar natación, pero no les he contado acerca de una pieza fundamental, la máscara, ésta la usamos nosotros, para protegernos del sol, para que no nos queden las marcas de las gafas de natación y así, protegernos más, pero ustedes no se imaginan lo que ha significado para mí, aprender a usar este elemento, aquí les cuento.
Cuando observé que ya algunos la estaban usando, me dije, “yo nunca usaré una máscara, como esa”, pero, me llegó el momento de necesitarla y la primera vez que me la puse, experimenté una sensación como de ahogo y debía parar de nadar para quitármela, porque sentía que no podía respirar.
Sin embargo, me fui acostumbrando poco a poco, y quienes nadan a mi alrededor han tenido que adaptarse para nadar a mi lado, sin ver mi rostro.
Sin embargo, cuando me la quito, al terminar el entrenamiento, y le permito al sol que ilumine mi rostro, siento un gran alivio.
Pienso, que, a veces hacemos lo mismo delante de Dios. Quien es, el Sol de justicia. Y una gran parte, de aquellos que no tienen una relación con Él, razonan que todavía no se pueden acercar, hasta que arreglen ciertos asuntos, y Le ocultan su rostro.
Del mismo modo, quienes ya Lo hemos recibido como nuestro Señor, en ocasiones, buscamos ocultar, delante de Él, ciertas flaquezas, y tanto los unos, como los otros, terminamos poniéndonos máscaras.
Y en un principio, nos sentimos como ahogados por una sensación de que no podemos continuar nuestra vida con “esos pensamientos obsesivos” o quizás, con “esa tentación que viene una y otra vez, y en la que caemos muchas veces”, o tal vez con esa “doble vida”, que es tan asfixiante. Pero, nos ponemos la careta, que lo oculta todo y que, de tanto usarla, terminamos acostumbrándonos a ella, así hayamos dicho alguna vez, que nunca nos la pondríamos.
Todos tenemos, tentaciones, y debilidades; en Romanos 7, el apóstol dice: “Porque lo bueno que deseo no lo hago, pero lo malo que no deseo es lo que practico”. Y cuando les dejamos coger ventaja a esas flaquezas, sucede lo mismo que dice un Salmo: “Fui perdiendo fuerzas,
como una flor que se marchita bajo el calor del sol”. (32:4 TLA)
Así que, ¿vamos a seguir escondiéndonos, e intentando cambiar en nuestras propias fuerzas, tratando de ocultarle a Dios lo que está pasando en nuestro corazón?
O, por el contrario, tomaremos la decisión de ser sinceros y quitarnos la careta, delante de Él, buscando Su gracia para que nos ayude a salir de ese laberinto en el que nos hemos metido y del cual no hemos encontrado la salida.
Él es un Padre Amoroso que está esperando con los brazos abiertos a que, nosotros Sus hijos, nos acerquemos a Él y nos dice “clama a mí y yo te responderé”.
De manera que, delante de Dios, no tenemos que usar máscaras, a Él le gusta que estemos con nuestro rostro descubierto, y nada de lo que hagamos a Él lo va a asustar o lo va a escandalizar, Él ya nos conoce, pero le gusta que seamos sinceros con Él.
Podemos hablar con Dios con la cara descubierta y Él nos permite acercarnos confiadamente para alcanzar Su misericordia y perdón. Le podemos pedir que no nos deje caer en tentación y nos libre del mal y al hacerlo, sentiremos una gran libertad y tal vez escuchemos el susurro de Dios a nuestro oído que nos pregunta ¿aún me quieres?
Bendiciones,
Marcela Sosa
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