Varias veces, personas me han dicho que soy muy “tonta” al tener continuamente la casa llena de niños, pues prácticamente siempre somos el centro de reunión de vecinos y amigos de nuestros hijos, además de que en otras ocasiones también cuido los niños de amistades que tienen horarios extendidos de trabajo.
Ellos creen que soy “tonta” o que “se aprovechan de mi” por todo el trabajo extra que adquiero al tener más personas en casa (pues es obvio que hay más desorden, gastos, comidas que preparar, limpieza necesaria, atención que dar, etc.).
Me gustaría compartirte que además de ese trabajo extra, esa apertura y acercamiento me ha permitido: la bendición de conocer de cerca a los amigos de mis hijos, involucrarme en sus vidas, amarles, servirles, cocinarles, darles un consejo, orar por y con ellos, invitarlos a actividades Cristocéntricas, abrazarlos y darles un vistazo de cómo es una familia cristiana.
Por otro lado, otros consideran que es algo “lindo” qué hacer, pero me han dicho que no creen poder hacer algo similar ya que ellos no son “tan pacientes”. Si me conocieran bien, sabrían que su percepción no es real. Antes de que tú también imagines algo que no soy y generosamente me regales varios bondadosos adjetivos calificativos (que obviamente no merezco) deja que te aclare que sí me canso, que no tengo “superpoderes”, que nunca me gusta la condición en la cual queda mi casa luego de que las visitas se van, que no cuento con una persona que me ayude con las tareas domésticas, que sí hay ocasiones en las que preferiría estar sola durmiendo o también socializando con personas de mi edad, que muchas veces me desespero, me irrito, que algunas veces quisiera salir corriendo y otras llorando y te repito: siempre me canso (¡y mucho!). Aun así, créeme: hay gran bendición en hacer esto.
Cada vez que un pequeñito o pequeñita está aquí y puedo escucharle, limpiar sus lágrimas, abrazarle, consolarle, animarle, cuando puedo darme cuenta de lo necesitados que están de amor y atención, me alegra mucho el que sepan que pueden venir a nuestro hogar y que lo vean como un refugio, pero sobre todo quiero apuntarlos a Cristo, el Único Refugio que necesitan.
Esta palabra ha sido de ánimo y aliento para mí, cada vez que precisamente me piden agua ¡y cuando la derraman también! “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis.” Mt 25:40.
Quizá no estés en el campo misionero, pero tienes uno en tu hogar, en tu sala, en la cocina, en el frente de tu casa o en tu patio, míralo como lo que es: un campo árido que necesita gotas de amor del Salvador y además como un centro de entrenamiento para tus hijos, en cualquier etapa de vida que estén, para que aprendan a mostrar hospitalidad, a servir, soportar, tolerar, compartir y amar.
Oremos que Dios nos permita aprovechar las oportunidades de bendecir a otros incluso con las incomodidades que se presentan. Seamos un instrumento de gracia para la siguiente generación. Te animo a abrir tu hogar para conocer, amar y servir a los amigos de tus hijos.
Me encantaría escuchar de ti: -Si puedes comparte en los comentarios cómo incluyes e involucras intencionalmente a otras personas en tu vida, podemos aprender unas de otras-
Día 24. Toma el Viaje de los 30 días a través del Manifiesto de una Mujer Verdadera, y sé animada a la hospitalidad.
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