Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;
Pruébame y conoce mis pensamientos;
Y ve si hay en mí camino de perversidad,
Y guíame en el camino eterno.
Salmo 139:23-24
He transcurrido los últimos años de mi vida en compañía de mis pequeños hijos y cuánto me ha enseñado el Señor a través de sus cortas vidas. Cuando examino mi corazón delante del Señor y evalúo si estoy siendo la madre que Dios quiere, detecto rápidamente las fallas.
Pienso si estoy siendo consistente en la enseñanza y corrección de mis hijos, buscando el fruto de todo lo sembrado. Pienso si sus corazones están siendo cambiados, si responden con obediencia y sumisión. Constantemente estamos esperando resultados de los demás en especial de nuestros hijos, pero ¿qué hay de nosotras mismas?
No podemos pedir nada que no hagamos, ni cosechar nada que no sembremos ni podemos dar lo que no tenemos. Por esa razón es necesario que nos auto examinemos a nosotras mismas antes de esperar ver frutos en nuestros hijos.
Llegó el momento de la autoevaluación:
1. ¿Estoy siendo primero obediente a mi padre cuando demando obediencia a otros?
2. ¿Estoy alimentando mi alma de tal forma que puedo instruir a mis hijos en la Palabra?
3. ¿Estoy siendo sumisa a mi Padre cuando demando sumisión a otros?
4. ¿Cuido mis actitudes cuando le pido a mis hijos que cambien las suyas?
5. ¿Soy tan paciente con mis hijos como lo ha sido mi Padre conmigo?
6. Cuando exijo dominio propio a un niño ¿pienso en cuánto me cuesta a mí como adulta ejercitarlo y tolero sus debilidades como el Padre me tolera a mí?
7. ¿Lo que anhelo ver en ellos es lo que estoy sembrando en sus corazones?
Nuestros hijos nos observan todo el tiempo ¡y nos imitan! Y ellos no son los únicos que nos ven ¡Dios también nos ve!
No es difícil perder los estribos cuando estamos en la etapa de crianza, pero aun estos momentos son ordenados por Dios para moldearnos. Que podamos exclamar como el salmista ‘examíname oh Dios, ¡ponme a prueba! saca a luz todo lo malo que hay en mi corazón, fíjate si voy por camino malo, y guíame por tus sendas’.
El Señor nos ha encomendado una gran tarea al concedernos la gracia de criar hijos para Su gloria. Esforcémonos en nuestra labor de enseñar, instruir y corregir a nuestros hijos en las verdades de Dios, sabiendo que este es un proceso al cual debemos someternos nosotras primero.
Nuestros hijos no son un obstáculo en nuestras vidas, ellos son la herramienta que Dios quiere usar para modelar nuestro carácter, paciencia y dominio propio.
Dios nos ha encomendado un ministerio precioso a las madres con mucha responsabilidad, pero con una enorme recompensa. Lo que sembramos en nuestros hijos ahora, tiene eco en la eternidad.
Amando la maternidad y glorificando a Dios a través de ella.
“…no se han agotado sus misericordias, cada mañana se renuevan ¡grande es su fidelidad!
Lamentaciones 3:22-23
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