“En el año de la muerte del rey Uzías vi yo al Señor” - Is. 6:1
Hace mucho tiempo que vivieron unas personas débiles y cansadas. Se habían acostumbrado a la derrota. La discordia frustraba sus días y el temor a sus enemigos era su alimento cada noche. Un rey malvado tras otro les llevaba cada vez más cerca de la orilla del desastre. Entonces un día, un jovencito de dieciséis años subió al trono. Contra todo pronóstico, logró lo imposible –ganó batallas, unificó al pueblo, y aseguró las fronteras de su nación. En una palabra, se convirtió en su “esperanza.” Fue el Rey Uzías, y en algún momento alrededor del año 740 a.C., hizo algo inesperado.
Murió.
¿Puedes imaginarte cómo se sentiría la gente? En un instante su futuro que parecía brillante, se volvió sombrío. ¿Alguna vez has tenido una experiencia similar? ¿Un momento en que todo cambió para ti? Una decisión apresurada. Un diagnóstico. Una pérdida irremplazable o un error irreparable. En esos momentos sentimos como si se hubiera muerto la esperanza.
Una probadita
Dios me permitió saborear un momento así hace varios meses. Una tarde mi hija de seis años que estaba saludable, se quejó de una erupción ligera, y dos días después su cara y sus articulaciones estaban inflamadas hasta volverla casi irreconocible. Su cuerpo estaba rojo como la sangre; sus ojos y su boca filtraban pus; y lesiones inexplicables cubrían su piel. Fue la pesadilla más horripilante de mi vida. Durante tres días me mantuve en vela junto a su cama en el hospital tratando de procesar todo lo que escuchaba: “Estamos llamando al especialista en enfermedades infecciosas.” “Necesita ver a un oftalmólogo; puede haber daño permanente en su vista.” “Está demasiado deshidratada para que sus venas sangren. Vamos a tener que inyectar una arteria. Sosténgala; es muy doloroso.”
Oré incansablemente, con frecuencia sin palabras, más bien un profundo y desesperado clamor a Dios, desde mi espíritu. Pero se ponía peor. Cuando su piel comenzó a desprenderse de su cuerpo, se nos llevó apresuradamente en una ambulancia a una unidad para quemaduras, a dos horas de distancia. Nuestra hija fue diagnosticada con Síndrome de Estafilococo de piel escaldada, una enfermedad poco común en la que una infección por esta bacteria causa que la piel se separe del cuerpo, presentándose como una quemadura de segundo grado.
En las semanas siguientes la vida regresó a su curso normal…exteriormente. Se nos dio de alta del hospital, nuestra hija se recuperó y regresó a la escuela. Pero algo había cambiado dentro de mí. Tenía pesadillas todas las noches. Me sentía ansiosa todo el tiempo. Lloraba sin razón alguna durante el día. Por fin pude rastrear mi angustia hasta un momento en particular. Hubo un momento, en mi punto más débil, en que mi corazón murmuró “Dios, si me la quitas, Tú y yo hemos terminado.”
No era una amenaza; era un temor. No creía que mi fe fuera suficientemente fuerte para soportar que mi hija muriera. De manera que con gran pesar le dije a Dios “si ella muere, no creo que Tú y yo vayamos a continuar.” Sencillamente no podía imaginar un mundo con mi hija muerta y que yo pudiera sentir esperanza, paz, fe y gozo.
Encontrando a Cristo
Quizá estés enfrentando en este nuevo año un momento similar al mío conectado a tu pasado. Quizá tu momento fue peor, sentando las bases para un escenario con un futuro tan sombrío como el que enfrentaban los Israelitas después de la muerte de Uzías. En lugar de anticipar el año nuevo con entusiasmo, podrías estar enfrentándolo con un viejo dolor y una sensación de pavor. Si es así, tengo un versículo para ti.
¿Recuerdas Isaías 6? Es el pasaje en que Isaías tiene una visión de Dios sentado en un trono, rodeado de serafines que daban voces, diciendo “Santo, Santo, Santo es el SEÑOR de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria” - Is. 6:3. Regresa al versículo 1. Antes de describir su encuentro con Dios, Isaías nos da un vistazo del contexto. Él escribe, “En el año de la muerte del rey Uzías, yo vi al Señor.”
En una ocasión escuché decir a un pastor que Isaías bien pudo haber escrito, “En el año en que perdimos toda esperanza, yo vi al Señor.” ¡Qué palabras tan poderosas! Tú podrías escribirlas de mil maneras diferentes:
En el año en que perdí a mi bebé, yo vi al Señor.
En el año en que me diagnosticaron con cáncer, yo vi al Señor.
En el año en que se acabó mi matrimonio, yo vi al Señor.
En el año en que me sobrevino aquello que yo más temía, yo vi al Señor.
En el año en que llegué al final de mí misma, yo vi al Señor.
De la misma manera que un momento de tragedia puede cambiar toda nuestra vida, una mirada a Cristo puede cambiar nuestro futuro. Si nunca has leído la historia o necesitas refrescarla en tu mente, lee Isaías 6.1-8. A la luz de la santidad de Cristo, Isaías se vio a sí mismo como realmente era –un pecador inmundo, redimido y escogido por Dios. Con devoción radical, respondió al llamado de Dios de convertirse en un profeta, al clamar, “¡Heme aquí! envíame a mí” (v.8). Se cree que él es el mártir que se elogia en Hebreos 11:37 por ser aserrado en dos por su fe. Ese es un cambio de vida radical. Y todo comenzó con un encuentro con Cristo, ante un trasfondo de desesperanza.
Mirando hacia adelante
Al enfrentar un año nuevo, quizás seas el tiempo de adoptar una nueva perspectiva. El mundo nos dice que las circunstancias son las que nos gobiernan. ¿Eres rica o pobre? ¿casada o soltera? ¿exitosa o desempleada? ¿saludable o enferma? ¿Cómo se ve tu vida este año? Quien tenga la imagen más brillante en las redes sociales, gana.
Pero la manera en que Dios bendice no puede medirse con los ‘me gusta’ de Facebook, o filtros halagadores. Él no da como lo hace el mundo, con la teología de Santa Claus que dice, “sé buena, y tendrás todo lo que deseas.” Más bien, Dios da desde lo más profundo de Su amor, clamando, “Solo Yo soy bueno, y el regalo más grande es que seas más como Yo.” ¿Cómo usará Dios las pruebas que enfrentes este año para hacerte más como Cristo? ¿Cómo llegarás a un encuentro con Él?
En las semanas que siguieron a la enfermedad de mi hija, yo vi al Señor. Mientras más me sentaba en Su presencia, más veía Su corazón con fresca claridad. Y a la luz de Su gran compasión, mi temor finalmente se disolvió. Solía pensar que nunca negaría mi fe porque amo tanto a Jesús. Pero ahora sé que nada me separará de Cristo, no porque mi amor sea tan fuerte, sino porque Su amor es indestructible (Romanos 8:38-39).
Este año mi oración es que puedas ver al Señor. Que puedas verlo en medio de las pruebas y la tragedia. Que puedas verlo en medio del temor y el fracaso. En el año que menos lo esperas, que puedas ver al Señor, y que Él se convierta en tu Esperanza Viva (1ª Pedro 1:3).
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