Anna Reinhart, la madre sollozante de la Reforma.

El mismo año en que Lutero, a sus 33 años, clavaba las 95 tesis en las puertas de la iglesia del palacio de Wittenberg –dando así inicio al movimiento que más tarde se denominaría la Reforma protestante- una joven mujer, casi de la misma edad que Lutero, enviudaba quedando sola con sus tres hijos pequeños, luego de 13 años de matrimonio. Envuelta en la tristeza por su pérdida y ajena no solo a aquel acontecimiento sino aún más, a que las lágrimas que en ese momento derramaba no se compararían con las que dicho evento entretejería en su vida que la llevarían a ganarse el sobrenombre de la madre sollozante de la Reforma;  esa joven viuda era Anna Reinhart.

«Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos —declara el Señor. Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos» Isaías 55:8

Contraer matrimonio en la oscuridad

Poco se conoce de la niñez y la juventud de Anna Reinhart. Su nacimiento se sitúa entre 1484-1487, en una familia de clase media. Siendo joven, se enamoró de ella, un miembro de la aristócrata familia von Knonau, John quien a pesar de que su padre había elegido a una joven de una familia de la nobleza austríaca para que fuera su esposa, había preferido casarse con Anna, proveniente de una familia común y ordinaria.

Anna y John contrajeron matrimonio en secreto en el año 1504. Cuando el padre de John se enteró le prohibió visitar la casa paterna y lo desheredó. John se unió al ejército suizo. Luego de pelear en varias batallas, regresó a su casa enfermo y falleció en 1517. Anna tenía entre 30 y 33 años.

Un rayo de luz en la noche oscura

Anna tuvo que hacer frente, por su cuenta, al sostenimiento y crianza de sus hijos, con quienes visitaba la iglesia de su ciudad donde a finales de 1518 llegó Ulrico Zuinglio -considerado hasta nuestros días uno de los tres principales reformadores junto a Lutero y Calvino-, y que en poco tiempo abandonaría su vida como sacerdote. Desde sus inicios en el sacerdocio se ganó acérrimos enemigos por denunciar prácticas no bíblicas de la iglesia católica.

Ulrico empezó a romper con las tradiciones católico-romanas, al predicar la Palabra de manera expositiva en su propio idioma; sermones éstos que cautivaban a Anna quien era amante de la Palabra de Dios. Además, Zuinglio escribía contra las enseñanzas erróneas y prácticas católicas que no se conformaban a la Biblia, la cual consideraba como la autoridad suprema y la revelación única de Dios para Su pueblo.

El hijo de Anna, Gerold fue la puntada del Tejedor Divino para unir los dos eventos del año 1517 citados al inicio. Habiendo observado Zuinglio los talentos del pequeño se convirtió en una especie de mentor principalmente en sus estudios. Tuvo un cuidado pastoral y paternal con el menor. De ahí nació la relación entre Anna y Zuinglio que dio lugar al segundo matrimonio de esta.

Contraer matrimonio de nuevo en la oscuridad

Anna se vio privada no una sino dos veces de disfrutar una celebración pública de su matrimonio. En 1522, cinco años después de la muerte de su primer esposo, nuevamente Anna tuvo que contraer matrimonio a escondidas debido a que anticipaban las represalias que se levantarían en el seno de la iglesia católica romana, ya que hacía alrededor de tres años Zuinglio había dejado su vida de sacerdote y junto a otros había pedido a las autoridades eclesiásticas el derecho de los clérigos a casarse basándose en que el celibato impuesto por la tradición católico-romana era antibíblico.

Cuando se hizo pública la noticia de su casamiento, sus sospechas se hicieron realidad, y Zuinglio fue acusado de haber violado los votos, de haberse casado por interés económico, entre otras muchas imputaciones, siendo uno de los primeros matrimonios de un líder de la Reforma. Anna y Ulrico procrearon cuatro hijos.

La más querida cuidadora de su casa y útil ayuda idónea

A pesar de la constante oposición, de las amenazas y las persecuciones que enfrentaron en su matrimonio, cultivaron una relación de cuidado mutuo; él cuidaba del alma de su esposa leyéndole la traducción de la Palabra, y ella por su parte, se aseguraba de que su esposo contara con protección y compañía, debido al peligro que representaban sus numerosos enemigos. Zuinglio trabajaba durante largas horas siendo animado con dulzura por su esposa a que descansara. Ella no fue un obstáculo para que su esposo desempeñara el importante rol que Dios le había asignado en el movimiento de la Reforma; por el contrario, fue su incansable ayudadora.

Proverbios 31:12 «Ella le trae bien y no mal todos los días de su vida».

La Biblia se convirtió en el libro favorito de Anna no solo porque escuchaba con atención cuando su esposo le leía porciones, sino por su constante puesta en práctica de sus enseñanzas -evidencia de un corazón transformado por la Palabra- y su marcado interés de que esta llegara a todos los hogares de su congregación.

Además, tal como la mujer virtuosa de Proverbios «extendía su mano al pobre y alargaba su mano al necesitado». Visitaba a los enfermos y recibía en su hogar amistades e invitados de su esposo, así como a refugiados que huían de la persecución de la iglesia de Roma, práctica que la hizo recipiente de elogios por su don de hospitalidad; el cual continuó ejerciendo aún después de que su casa fuera apedreada por esa causa. Para Zuinglio ella era «mi más querida cuidadosa de la casa… mi útil ayuda idónea en el ministerio».

De vuelta a la noche oscura

Antes de cumplir diez años de casada con Ulrico Zuinglio, el gran reformador de Suiza, Anna fue de nuevo visitada por el dolor y la pérdida en octubre de 1531 pero en esta ocasión magnificado porque no solo recibió la noticia de la muerte de su esposo en una batalla entre protestantes y católicos sino también la de su amado hijo Gerold, su hermano, un primo y uno de sus yernos quedó gravemente herido. 

Bendiciones después de una noche oscura

Antes de que Zuinglio partiera a la batalla, ellos se habían despedido rindiéndose a la voluntad de Dios y prometiendo él que le traería, «Bendiciones después de una noche oscura». Ciertamente, su vida estuvo marcada por una constante secuencia de noches oscuras, de lágrimas y de pérdidas, pero esto no mermó su confianza en el Señor al aceptar que tendría que hacer frente a los embates que sobrevendrían por haberse casado con un hombre llamado por Dios para transformar Suiza.

Anna vivió aferrada las últimas palabras de su esposo sabiendo que toda la oscuridad se despejaría cuando llegara la «gloriosa mañana» y así falleció siete años después según reporta Enrique Bullinger –sucesor de su esposo en la congregación– que la acogió como a una madre junto a sus hijos: «No deseo otro final más feliz para mi vida. Ella murió tranquilamente, como una luz tenue y se fue a casa con su Señor, adorando y encomendándonos a Dios». Ella dejó un legado de fe en sus hijos quienes continuaron edificando la iglesia de Jesucristo.

«Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos; llevando siempre en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» 2ª Corintios 4:8-10.

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Sobre el autor

Isabel Andrickson

Abogada de profesión y aprendiz de Su Palabra por pasión y convicción; es madre de un adulto joven a quien crio  como madre sola desde que tenía 3 años. Concluyó esa etapa, consciente tanto de las luchas y obstáculos que … leer más …


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