Sus manos sostenían las mías, mientras su cuerpo se esforzaba por dar un último aliento. Ese fue el día en que mi padre que me vio nacer se despidió de mí. Recuerdo como si fuera hoy el dolor que albergó mi corazón. Mis piernas temblaban cuando vi su cuerpo sin vida, dormido en la cama donde estuvo despierto tantos años. Un día él eligió mi cuna, pero más tarde yo tuve que elegir su ataúd.
Aunque era cristiana y tenía la total convicción de que mi papá se encontraba en la presencia de Dios, comencé a vivir con una ausencia que era inusual para mí. El vacío que dejó su presencia no parecía ser llenado con nada, ni con nadie. Las lágrimas me alimentaban de día y de noche. Fueron meses intensos, al parecer vacíos, en los que le hacía preguntas a Dios. ¿Por qué él? ¿Por qué mi papá?
Posiblemente tú has sentido un dolor así. La pérdida de un ser amado, la angustia de expectativas no alcanzadas o un diagnóstico fatídico que traen consigo una tormenta emocional con la que nos enfrentamos cara a cara con nuestros miedos más profundos y dolores más agudos.
El mundo en la actualidad está marcado por realidades que nos abruman constantemente: el dolor, el sufrimiento y las injusticias; pero entonces, ¿cómo podemos mirar con esperanza el futuro? ¿Dónde encontramos las fuerzas para vivir luego de ser impactadas por noticias que son difíciles de aceptar?
En el libro de Apocalipsis 21:1-6 encontramos el mapa perfecto para encontrar la esperanza. La audiencia contemporánea a la que el apóstol Juan escribió estaba pasando por difíciles tiempos de persecución. El emperador Domiciano torturaba y despojaba de sus bienes a todos los que profesaban la fe cristiana, siendo así tentados a vivir sin esperanza.
Juan nos dice: «Él enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado. El que está sentado en el trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Y añadió: “Escribe, porque estas palabras son fieles y verdaderas”.También me dijo: “Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tiene sed, Yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida (...)”» (Apocalipsis 21:4-5)…
En estos versículos encontramos cuatro principios, cuatro anclas que nos mantendrán firmes en fuertes tormentas:
1. Afirma tu identidad en Cristo.
Cuando enfrentamos dolor los días más duros ocurren al experimentar sentimientos de soledad y falta de propósito. Esos son indicadores de que hemos olvidado nuestra identidad como hijas de Dios. Somos nuevas criaturas (2 Cor. 5:17), somos completas en Él (Col. 2:10), somos Su novia (Ap. 21:1-2) y tenemos la oportunidad de enfrentar circunstancias adversas y responder ante ellas con sabiduría y dominio propio porque lo que sucede en nuestra vida no escapa de los ojos de Dios. ¿Sabes quién eres en Cristo?
2. Afirma tu conocimiento del evangelio.
Las buenas noticias de que el Mesías llegó, y con Él la salvación para mi alma, me confirma que estaba perdida y ahora he sido encontrada. No hay más condenación (Rom. 8:1-2), tengo vida eterna. Eso establece una gran diferencia entre lo que creo y cómo lo aplico. Si crees que este mundo es el final, entonces vivirás afanada pensando en todo lo que no tienes; pero si has puesto tu confianza en lo que Cristo ganó por ti en la cruz, entonces caminarás segura, sabiendo que lo único que las dificultades podrán destruir es este cuerpo mortal (2 Cor. 4:17-18). Solo el evangelio te permitirá acceder a esto. Hay esperanza en una sola persona, su nombre es Cristo. ¿Conoces el evangelio?
3. Afirma tu mente y corazón en las promesas de Dios.
Lo que está escrito en la Biblia es Palabra de Dios y, por tanto, se cumplirá en su totalidad. Diariamente debemos servirnos de este manjar para meditar y memorizar esas promesas llenas de esperanza que nos servirán de ancla en las batallas que estamos luchando. Hoy no será para siempre, hay una promesa segura de que algún día todo esto será cambiado y viviremos en total cumplimiento de lo que Dios ha dicho. El hará nuevas todas las cosas. ¿Estás pasando tiempo en la Palabra de Dios y confiando en sus promesas?
4. Afirma el servicio hacia otros.
Somos parte de un pueblo: la Iglesia de Cristo. Aun en nuestro dolor, debemos unirnos a servir con nuestras heridas al ser vulnerables. Es edificante cuando estás dispuesta a ayudar a los demás como parte del testimonio y obra de Dios en medio de tus debilidades. ¿Te has aislado de la comunión con otros creyentes?
La esperanza no es algo fortuito, es más bien una expectativa segura de que mi presente y futuro están asegurados en Cristo. Así puedo ser parte de la historia que dará gloria a Su nombre. ¡Qué privilegio ser parte de ella!
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