Aliméntate de Su fidelidad

Seis días a la semana, cada semana durante cuarenta años, Dios alimentó a Su pueblo con maná mientras habitaban en el desierto. Sin embargo, este testamento de la fidelidad constante de Dios tuvo una fecha de caducidad y terminó poco después de que Israel cruzara el río Jordán para entrar en la Tierra Prometida de Canaán (Jos. 5:10). La fidelidad de Dios continuaría, por supuesto, pero ya no llegaría a los israelitas cada día en forma de una galleta celestial. En su lugar, se presentaría como un producto rico, una cosecha exuberante y una carne deliciosa. El pueblo elegido de Dios se alimentaría literalmente de la fidelidad de Dios, tal como lo había hecho durante su viaje de campamento de décadas. 

David utiliza un lenguaje similar en el Salmo 37:3. No soy una erudita en hebreo, pero el lenguaje de David no parece traducirse fácilmente al español. Mientras que la primera parte sigue siendo coherente, fíjate en la cantidad de maneras diferentes en las que los traductores han tratado de captar sus pensamientos en la segunda frase: 

  • «Habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad» (RV 60).
  • «Habita en la tierra, y cultiva la fidelidad» (NBLA).
  • «Establécete en la tierra y mantente fiel» (NVI).

Es una gran variedad, y sólo hemos considerado las traducciones conservadoras, palabra por palabra, conocidas por su interpretación literal de las lenguas originales. La palabra en cuestión es raa, que se traduce como verbo y sustantivo en todo el Antiguo Testamento. Significa literalmente «pastorear», pero también puede usarse para referirse a un pastor que hace el pastoreo (Gn. 4:2; 36:24; 1 Sam. 25:7; 2 Sam. 7:7). La idea de seguridad o plenitud parece acompañar a esta palabra, ya que una oveja estaría segura y llena en un campo de abundante pasto bajo la atenta mirada del pastor. 

Observa también que esta palabra es un mandato en el Salmo 37:3. No es algo que nos ocurra sin más; es algo que debemos hacer obedientemente. Consideremos de nuevo el ejemplo de los israelitas por un momento. Dios les dio fielmente el maná en el desierto y una tierra de leche y miel al otro lado del Jordán. Pero eso no significaba que se alimentarían automáticamente de Su fidelidad. Tenían que recoger obedientemente el maná cada día. La fidelidad de Dios estaba allí, pero a menos que decidieran alimentarse de ella, no tendría ningún valor para ellos.

Lo mismo sucede con nosotras. 

Pero alimentarse de la fidelidad de Dios no es tan tangible como salir de nuestras tiendas cada día y recoger un poco de maná. ¿Qué significa esto para nosotras hoy, seguidoras de Cristo en el siglo XXI? Analicemos el resto del Salmo 37:3 en busca de respuestas. 

Las Escrituras no nos dan mucha información sobre el momento en el que David escribió el Salmo 37, pero podemos estar seguras de que sentía que los malos estaban ganando. A lo largo de gran parte del salmo, el rey-pastor parece estar aconsejando a su corazón sobre la prosperidad de los malvados. En el versículo 3, da cuatro órdenes rápidas: «Confía en el Señor y haz el bien. Habita en la tierra, y aliméntate de su fidelidad». Juntos, estos mandatos nos dan una imagen de lo que significa «alimentarse» de la fidelidad de Dios.

Sólo confía en Él

En primer lugar, debemos «confiar en el Señor» (v. 3). David está luchando por mirar a su alrededor y ver a los malvados ganando, así que busca levantar la vista y ver algo más grande. Primero se dice a sí mismo que debe confiar en Yahweh, el Dios que mantiene el pacto. Los seguidores de Yahweh en la época de David habrían pensado automáticamente en la fidelidad de Dios a su triple promesa del pacto con Abraham: 

«Y el Señor dijo a Abram: “Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que Yo te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, Y al que te maldiga, maldeciré. En ti serán benditas todas las familias de la tierra”» (Gn. 12:1-3).

En la época en la que David escribió, la nación de Israel, que había comenzado con una mujer infértil de noventa años que dio a luz a un solo hijo, había florecido hasta convertirse en una fructífera nación de millones de personas. Y los nómadas que habían estado cautivos en Egipto durante siglos y vagado por el desierto durante décadas, habían entrado y conquistado finalmente la Tierra Prometida. De hecho, eran un pueblo bendecido por Dios.

Es posible que los lectores de David también hayan pensado en el Pacto Mosaico, la Ley dada a Moisés en el Monte Sinaí. Este pacto prometía la bendición para los que obedecieran la Ley y la maldición para todos los que no la cumplieran. Al pensar en este pacto, se habrían quedado aún más confundidos por la prosperidad de los malvados. David les dice que confíen en Yahweh. Él cumplirá su pacto. 

Como seguidoras de Cristo, también miramos otro pacto mayor, conocido como «el nuevo pacto», que Jesús estableció la noche en que fue arrestado y juzgado (Lucas 22:19-20). Este pacto no sólo cambia el exterior, cambia el corazón: 

«“Porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días”, declara el Señor. “Pondré Mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré. Entonces Yo seré su Dios y ellos serán Mi pueblo”». (Jer. 31:33)

David nos dice que debemos confiar en nuestro Dios que cumple el pacto. Para alimentarnos de la fidelidad de Dios debemos aferrarnos a su promesa de pacto a lo largo de la Escritura. Esto nos da alegría hoy y esperanza para el mañana. Miramos la sangre de Cristo derramada en la cruz y sabemos que la pena por el pecado ha sido pagada. Y cuando recordamos la tumba vacía de Cristo, confiamos en que la maldad ha sido derrotada y la justicia ha vencido. Miramos a los lugares celestiales donde estamos sentados espiritualmente con Cristo (Ef. 2:7) muy por encima de todas las fuerzas espirituales de las tinieblas (Ef. 1:20-23) y sabemos que nada puede frustrar el impresionante poder de Cristo resucitado. 

Podemos (debemos) confiar en nuestro Dios cumplidor del pacto.

Persevera en la obediencia

Para alimentarnos de la fidelidad de Yahweh no sólo debemos confiar en Él, sino también obedecerle. David dice que la respuesta a nuestra consternación por la prosperidad de los malvados no es unirse a su maldad, sino confiar en que Dios no abandonará a los justos y, por lo tanto, seguir haciendo el bien.

Como seguidoras de Cristo, estamos llamadas a luchar contra las tinieblas, no a ceder ante ellas. Jesús nos llama «la luz del mundo» (Mateo 5:13). No «hacemos el bien» para ganarnos el favor de Dios, sino porque Dios ya nos ha concedido Su favor. Estamos unidas a Cristo, la Luz del Mundo (Juan 8:12), partícipes con Cristo en el nuevo pacto. El evangelio debe motivar y potenciar tanto nuestra fe como nuestra obediencia.

A veces el «camino del transgresor» parece cualquier cosa menos duro. De hecho, hay días en los que los malvados parecen tener un toque de Midas. Y puede ser tentador unirse a su «diversión». Después de todo, ¿qué tiene de malo? A ellos les va bien. Amiga mía, ¡qué bien entiendo esa tentación! Pero debemos confiar en nuestro Dios que guarda el pacto y perseverar en la obediencia. 

Habita en la persona de Cristo

Finalmente, David nos aconseja «habitar en la tierra». Pero, ¿qué significa esto? Al pueblo de Israel se le ordenó confiar en Dios permaneciendo en la tierra que Dios les había dado y ver cómo Él proveía para sus necesidades. David utiliza esta imagen de Canaán para describir la permanencia en el lugar de Dios, sin vivir sin fe, yendo a donde los malvados parecen prosperar más que los justos.

Cristo utilizó una metáfora similar. Quizás ya hayas pensado en ella. En el aposento alto, en torno a Su última cena de Pascua (con la que instituyó el nuevo pacto), el mandato de Jesús a los discípulos fue sencillo: permanecer.

«Permanezcan en Mí, y Yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en Mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer» (Juan 15:4-5).

Como creyentes, ya no estamos llamadas a permanecer en un lugar geográfico. Se nos ordena permanecer en una Persona, permanecer en Cristo, encontrar nuestra morada en Él y Él en nosotras. Asimismo, nos manda permanecer en Su Palabra (Juan 15:7), donde encontraremos vida, fuerza, esperanza, perspectiva, alegría y valor cuando los malvados que nos rodean parecen estar ganando.

Si estás luchando por permanecer, permite que estas palabras de San Patricio sean tu oración:

Cristo protégeme hoy...

Cristo conmigo, Cristo delante de mí, Cristo detrás de mí, Cristo en mí, Cristo debajo de mí, Cristo sobre mí, Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda, Cristo cuando me acuesto, Cristo cuando me siento.1

Los malvados y la maldad nos rodean por todas partes, pero no tenemos que desanimarnos ni enfadarnos. Confía en el Dios que guarda el pacto, persevera en la obediencia, permanece en la Vid y aliméntate de Su fidelidad eterna. 

1“Prayer of St. Patrick,” as found at https://www.journeywithjesus.net/PoemsAndPrayers/Saint_Patrick_Prayer.shtml

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Sobre el autor

Cindy Matson

Cindy Matson vive en un pequeño pueblo de Minnesota con su esposo, su hijo y su ridículo perro negro. Le gusta leer libros, tomar café y entrenar baloncesto. Puedes leer más de sus reflexiones sobre la Palabra de Dios en … leer más …


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