Siento que soy la última persona que debe escribir sobre la gratitud. Tener una actitud de agradecimiento no es algo natural para mí en lo absoluto. Tengo un radar interno que siempre busca lo negativo. Mis ojos ven errores ortográficos en un anuncio antes de terminar de leer la oración completa. Mi “juez interna” evalúa cada situación y percibe primero lo que no se hizo bien, antes de apreciar lo que sí. Los problemas siempre se ven más grandes a mis ojos que las bendiciones. Toda mi vida se me ha requerido un esfuerzo intenso para poder concentrarme en lo positivo y hacer caso omiso a lo negativo; pero obviamente, esta no es una receta para la gratitud.
Digo todo esto para decir que Dios ha tenido que trabajar mucho en mi corazón sobre mi falta de gratitud y de disposición general hacia sentir y mostrar agradecimiento. He descubierto muchas cosas que matan la gratitud en mí. Aunque sí hace falta hablar sobre cómo se produce gratitud en el corazón, creo que también puede ser valioso reconocer cuáles son esas cosas que matan la gratitud. Dios nos dice claramente que debemos dar gracias en todo y tener una disposición de gratitud. Así que te comparto mis «mata-gratitudes»:
1. «Yo merezco»
Hace años, empecé a darme cuenta de cuántas cosas espero que me lleguen en la vida. Si yo cocino para mis hijos, merezco que ellos me den las gracias y quieran ayudarme a lavar los trastes. Si lavo y plancho la ropa de mi esposo (lo de planchar es hipotético en mi caso), lo menos que él puede hacer es ayudarme a guardar la ropa doblada. Si yo sirvo en la enseñanza de mujeres en mi iglesia, merezco su atención y su asistencia regular. Nunca diría estas palabras en voz alta y, en algunos casos, ni tendría esos pensamientos exactos; pero reconozco que existen esas actitudes. Y el problema más grande es que puedo tener esa misma actitud hacia Dios. Si yo le sirvo a Dios «fielmente» (según yo), merezco que Él me «bendiga» de la manera que yo quiero. Creer que merezco cierta respuesta de otros a mi servicio hacia ellos mata la gratitud que podría tener por las personas que Dios permite en mi vida.
2. «Yo no merezco»
Del otro lado de la moneda encuentro que respondo a situaciones incómodas y difíciles sintiendo que no merezco tener que pasar por eso. Yo no merezco tener a un hijo enfermo porque yo cuido su alimentación y hábitos. No merezco que una amiga me decepcione porque yo creo que soy una buena amiga. No merezco batallar económicamente porque mi esposo y yo servimos a Dios en el ministerio de tiempo completo. Creer que no merezco las pruebas y las dificultades que llegan a mi vida matará la gratitud que esas mismas pruebas podrían producir en mi corazón al tener su efecto deseado.
3. «Yo tengo derechos»
Es muy común hoy en día que las mujeres reclamen sus derechos con voces fuertes y apasionadas. Hay ciertos derechos civiles que cada ciudadano debe tener, y a veces es necesario defender nuestros derechos humanos y civiles, pero debemos tener mucho cuidado como mujeres creyentes, seguidoras de Jesús, porque el reclamo de derechos en un ámbito de la vida nos puede llevar rápida y fácilmente hacia el reclamo de supuestos derechos en otros. Mi «derecho» de ser escuchada puede llevarme a faltar respeto y a estar inconforme con el liderazgo que Dios ha puesto en mi vida. Mi «derecho» a tener tiempo para mí puede llevarme a sentir resentimiento hacia mis hijos o esposo trabajador. Mi «derecho» a usar mis dones me puede llevar a no apreciar ni dar lugar a los dones de otras hermanas en la iglesia. El exigir mis derechos mata la gratitud que pudiera tener por todos los privilegios que sí tengo.
4. «Debí ser yo»
Puedo estar contenta y agradecida disfrutando un día normal en mi casa con mi familia, y de repente ver algo en las redes sociales que me quita esa gratitud. ¿Qué es? Normalmente se trata de que a alguien más le tocó experimentar algo que yo quisiera vivir. ¿Ella va a tener otro hijo? Y yo todavía no tengo uno. ¿A ella le pidieron ayudar con ese ministerio? Debieran reconocer que yo tengo esos mismos dones. ¿Su esposo la lleva otra vez de vacaciones? Las personas que servimos más a Dios deberíamos de tener vacaciones bonitas también. La comparación con otras personas, y el creer que yo debería de estar en su lugar o recibir lo mismo que ellas, mata la gratitud en mi corazón por todo lo que sí experimento.
5. «Yo necesito»
Me refiero al enfoque en lo material por encima de lo espiritual. Encuentro que la acumulación de bienes y experiencias materiales producen una creciente falta de satisfacción en mi corazón y mente. Al contrario, cada vez que renuevo esfuerzos por enfocarme en lo espiritual, aunque sean luchas espirituales difíciles, la gratitud siempre acompaña ese esfuerzo. Esto choca con nuestra intuición natural. Siempre es natural pensar que comodidades y placeres físicos van a producir más satisfacción, y por lo tanto, tendemos a expresar muchas veces nuestra gratitud por esas cosas (piensa en el tiempo típico de accioón de gracia en las iglesias: salud, provisión económica, etc.). Cuando valoro más la comodidad material que los «bienes» espirituales, no tendré un corazón donde crece la gratitud.
Estoy segura de que hay muchas más actitudes que pudiéramos identificar que matan la gratitud del corazón. Pero, si eres aunque sea un poco parecida a mí, ¡con estas ya tienes mucho para pensar! Aunque el tema de la fuente verdadera de gratitud merece todo un artículo aparte, ¡o un libro!, no quiero dejarte sin mencionar dos cosas que Dios ha usado para empezar a cambiar mi corazón en cuanto a la gratitud.
Mis «aviva-gratitudes» favoritos son estas dos enseñanzas bíblicas:
1. El evangelio produce gratitud
Pareciera obvio, pero vale la pena destacar y repetir siempre esta gran verdad. El evangelio me desviste de todo ese orgullo y esa sensación de tener derecho a ciertos privilegios y beneficios. Mi condición caída que veo en el evangelio me recuerda que lo único que yo merezco es condenación y tormenta eterna. Me dice que no soy mejor que nadie, y nadie tiene que servirme a mí. Me recuerda que todas las mejores bendiciones que pudiera desear ya me han sido dadas en Cristo. La gran esperanza de salvación, y la herencia que está guardada para mí en los cielos, debe producir una gratitud perpetua y duradera en mi corazón.
2. El sufrimiento produce gratitud
Aparte de ensayar diariamente las verdades del evangelio, ningún otro tema bíblico ha transformado mi perspectiva sobre la gratitud como el tema del sufrimiento del creyente. Entender que la enfermedad, la escasez, la pérdida de un ser querido, insultos, la interrupción de mi horario, relaciones difíciles, en fin… Todas las cosas que normalmente matan mi gratitud… Existen con el propósito de producir crecimiento espiritual en mí. Tienen como su propósito hacerme más como Cristo, y eso es lo mejor para mí. Las pruebas pueden librarme de las mentiras que el mundo me dice en cuanto a lo que me hará feliz, y mostrarme lo que realmente vale la pena. La gratitud que el sufrimiento produce es profunda.
Mi corazón engañoso no es agradecido por naturaleza. Es egoísta y orgulloso. Exige sus derechos y preferencias y mata cualquier gratitud genuina, pero el evangelio me libra de mí misma y me causa verdadera y profunda gratitud. ¿Reconoces conmigo algunas señales de «mata-gratitudes» en tu corazón? Corre al evangelio, donde encuentras el motivo mayor para estar agradecida.
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