Mientras una guerra civil hace estragos en las calles y en las redes sociales de Estados Unidos, tú haces lo posible por no pensar en ello.
Sin embargo, los carteles de «Mi cuerpo, mi elección» se sienten como puñales clavados en lo más profundo de tu corazón. Tú también te creíste esa mentira. Tu apellido no es «Roe», pero sabes que bien podría serlo. En un momento de pánico, confusión o dolor, miraste la prueba de embarazo, consideraste tus opciones y decidiste que no era un bebé. Era una elección. Tu elección. Una elección que harías de manera diferente hoy.
El mensaje provida también te duele en el corazón (quizá incluso de manera más profunda) porque ahora sabes que los bebés no nacidos no son manchas de tejido. Crees que la vida comienza en la concepción y que Jesús es el autor de toda la vida, incluida la vida que apagaste hace tantos años, la vida en la que has pensado todos los días desde entonces.
Había un niño en tu vientre que tenía impresa la imagen de Dios y elegiste el camino del aborto. Pero ese no es el único camino en el que estás. También has elegido recorrer el camino de Jesús. Has visto con ojos nuevos el peso de tu rebelión y el castigo que mereces por ello. Has extendido tu mano y has encontrado a Jesús ya esperando, listo para tomar tu pecado y tu vergüenza, y ofrecer Su gracia y Su bondad.
Sabes que el costo de tu aborto (y de cualquier otro pecado que hayas cometido o vayas a cometer) lo pagó Jesús en la cruz, pero borrar tu deuda y borrar tu arrepentimiento no es lo mismo. A medida que avanzas en tus días, te acompaña un dolor sordo y constante y una profunda sensación de pérdida al saber que lo que podría haber sido nunca lo fue.
Nuestras iglesias están llenas de mujeres como tú, seguidoras de Jesús y nacidas de nuevo que también son post-abortistas. Son las mujeres que dirigen los estudios bíblicos, cantan desde el estrado los domingos por la mañana y abrazan a las hermanas heridas para orar, pero esperan que nunca les pregunten cuál es su postura sobre el aborto debido a su pasado. Siete de cada diez mujeres que han abortado se identifican como cristianas. Se sientan en las sillas de todas las iglesias, no sólo en la suya. (Y no hay manera de que esas cifras den cuenta de las muchas mujeres que nunca le han contado a otra alma su pecado).
A medida que el debate sobre este tema alcanza niveles ensordecedores, he pensado en ti a menudo. Creo que eres la más indicada para llevar los corazones y las mentes hacia la Verdad de Dios en este tema, aunque entiendo que prefieras no participar. Después de todo, ¿cómo puedes animar a otras mujeres a elegir la vida cuando tú no lo hiciste? ¿Cómo puedes adoptar una postura tan hipócrita? ¿Quién eres tú para mirar a los ojos de este mal y tomar la posición moral?
Hermana en Cristo, lo digo sinceramente, eres exactamente quien necesitamos.
El aborto es una cuestión del evangelio
Pocas cosas han expuesto nuestra depravación tan plenamente como la conversación sobre el aborto. Las marchas de «Manos fuera de nuestros cuerpos» revelan nuestro deseo de autonomía a cualquier precio. Las promesas del «Summer of rage» muestran la facilidad con la que nos enfadamos y lo dispuestas que estamos a decir lo que sea para salirnos con la nuestra. Adoramos con tanta facilidad el altar de la conveniencia, que somos capaces de ver a los niños (nuestros hijos) como un obstáculo que hay que eliminar. Somos pecadoras propensas a llamar malo a lo bueno y bueno a lo malo (Is. 5:20). El uso de «somos» fue intencional…«porque todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» (Ro. 3:23).
Puedes parar los debates políticos, las marchas, el activismo y la incesante cobertura de los medios de comunicación con el mensaje de que Jesús se acerca a nosotras en nuestro quebranto y nos ofrece Su gracia. Puedes mirar a los ojos de la mujer que está pensando en abortar y de la mujer que ha abortado y ofrecerle algo que necesita desesperadamente: compasión. Estoy segura de que muchas mujeres que han sido afectadas personalmente por el aborto tienen miedo a pisar una iglesia por temor a llevar una letra escarlata. Pero, tú lo sabes mejor. Sabes que Cristo vino por los pecadores (Lucas 5:32), que Su amor es imposible de eliminar (Jeremías 31:3), y que Su sangre cubre completamente el pecado del aborto (Col. 1:20). ¡Tienes una historia que vale la pena contar en este momento cultural!
El aborto perjudica a las mujeres
El fundamento de arena sobre el que se ha construido la posición pro-aborto es que los «derechos» del aborto son buenos para las mujeres. Nadie ha argumentado nunca que los abortos son buenos para los bebés, pero pon cualquier canal de noticias o visita cualquier artículo sobre este tema y lo verás:
«Mujeres»
«Mujeres»
«¡MUJERES!»
Sin embargo, cuando sacamos este tema del plano público, es fácil ver que el aborto no es una elección que ninguna mujer sueñe con hacer. No se nos tiene que enseñar a jugar a las casitas y a mecer a nuestras muñecas para que se duerman cuando somos niñas. La maternidad es algo que Dios nos ha hecho desear, y cada vez que una mujer se plantea esa opción, también está viendo cómo se desmoronan una larga lista de sueños. Tú eres una mujer que conoce la verdad real: el aborto es devastador para las mujeres, porque el pecado siempre deja destrucción a su paso (Prov. 14:12).
Pienso en mi amiga Sarah, que abortó a una niña hace cuarenta años y, aunque siguió teniendo hijos, nunca volvió a quedarse embarazada de una hija. Su dolor es real e implacable.
Pienso en Laura, a quien le dijeron que si no elegía el aborto, su hijo sufriría. A pesar del profundo deseo de aumentar su familia, nunca volvió a quedarse embarazada. Es una realidad que todavía le hace llorar.
Pienso en Kathryn, que abortó en la universidad. Aunque ahora es abuela, reserva un día al año para llorar al hijo que perdió.
Estas son las historias que las noticias no cuentan, las que las multitudes enfurecidas y las pancartas en alto nunca pueden comunicar. Tú eres la única capaz de decir: «Tuve un aborto. No me llevó a la libertad, sino a un dolor profundo y duradero. Pero hay una libertad real y duradera del pecado disponible en Jesucristo». Tú eres la razón por la que el salmista declaró: «Díganlo los redimidos del Señor, a quienes ha redimido de la mano del adversario» (Sal. 107:2).
La Iglesia fue creada para esto
Nuestro mundo anhela la redención de este momento. Conocemos la profunda verdad que muchos no conocen, que Jesús es capaz de redimir cada embarazo no deseado, cada diagnóstico aterrador, cada elección hecha desde el miedo, cada arrepentimiento … y usarlos para nuestro bien y para Su gloria. Como Su Esposa, debemos brillar como focos en la oscuridad. Como mujeres cristianas, post aborto o no, somos embajadoras de la esperanza.
Es tentador pasar a la clandestinidad, ignorar lo que está sucediendo y dejar de ver las noticias. Pero la Iglesia tiene un trabajo que hacer. Estamos en co-misión con Cristo para hacer discípulos y enseñar Su Palabra. Cuando las tinieblas y la luz chocan, estamos hechas para brillar (Mt. 5:14). Jesús es la esperanza que el mundo entero anhela. Como un campanario visible a kilómetros de distancia, la Iglesia fue creada para esto. Tú fuiste creada para esto. Que estemos juntas a la altura de las circunstancias y celebremos que Jesús eligió la vida (Jn. 10:10).
Publicado originalmente en inglés en Revive Our Hearts
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