Mi querida hermana de la siguiente generación:
Aunque me aturde un poco pensarlo, he vivido más años después de la graduación de la universidad que antes de ella. Siento que los problemas del año 2000 fueron hace solo unos años; que los ataques a las Torres Gemelas son un recuerdo más reciente que distante; y recuerdo el tiempo en el que podías usar Internet o el teléfono, pero nunca ambos al mismo tiempo. Supongo que debo aceptar el hecho de que he envejecido. O al menos me he hecho mayor.
Si bien es una sensación extraña, no está mal sentirla. Puedo mirar atrás a las últimas dos décadas de mi vida y ver la gracia de Dios al santificarme, aunque Él todavía tiene mucho trabajo por hacer. El concepto más formativo que me ha enseñado es este: necesitas el evangelio todos los días de tu vida.
Cuando era niña y adolescente, e incluso como estudiante universitaria, realmente no pensaba mucho en el evangelio. Desde muy joven, creí que Jesús murió en la cruz por mi pecado, pero ahí es donde terminó la historia para mí. Nunca había considerado que el evangelio debería impactar mi día a día. ¿Por qué tendría que seguir escuchando el evangelio? ¿No había cosas más importantes en qué ocuparme?
Quizás puedas identificarte con mi yo más joven. Los mensajes del evangelio te parecen triviales o irrelevantes. O tal vez hayas escuchado que se supone que debes vivir una «vida centrada en el evangelio», pero nunca entendiste realmente lo que eso significaba o por qué es tan importante. Déjame decirte que no hay cosa más importante. El evangelio lo es todo. No vivas ni un solo día sin él.
Necesitas el evangelio cuando tienes dudas
(Juan 10; Romanos 8:38-39; Gálatas 3:3)
Los adolescentes han sido una gran parte de mi vida adulta y ministerio. Los he enseñado, entrenado y aconsejado; he viajado con ellos y orado por ellos durante unos quince años. Entonces, sé que las dudas sobre la fe son un tema común. A Satanás le encanta usar esta herramienta para meterse en tus pensamientos, haciéndote cuestionar todo lo que te han enseñado, todo lo que piensas que crees y todo lo que nunca pensaste que estarías tentado a creer.
En estos momentos en los que te preguntas si Dios está allí, si eres verdaderamente Su hija e incluso si la Biblia es verdadera, recurre al evangelio. Las buenas nuevas de que Cristo murió en tu lugar te recordarán que tu vida no se trata de ti, se trata de Él. Su salvación no depende de ti, de tu mérito, de tu fidelidad a un plan de lectura de la Biblia o de tu capacidad para seguir todas las «reglas» (sean las que sean). De hecho, precisamente porque no puedes cumplir las reglas es que necesitas un Salvador.
Pablo lo expresa de esta manera al escribir a la iglesia de Galacia: «¿Tan insensatos son? Habiendo comenzado por el Espíritu, ¿van a terminar ahora por la carne?» (Gálatas 3:3).
Lo que quiere decir es que todavía necesitas el evangelio. Si sientes que no eres lo suficientemente buena, que has hecho algo para «estropear» tu salvación o que Dios no te ama como pensabas, ¡regresa al evangelio!
Necesitas el evangelio cuando estás en la cima del mundo
(Efesios 2:1-3; 8-9; Romanos 3:9-31)
Quizás hoy dudar no sea tu problema. Tal vez sientas que lo tienes todo bajo control. Estás al día en tu plan de lectura de la Biblia (¡Incluso has pasado Levítico!), estás activa en un grupo pequeño en la iglesia, tienes a alguien para rendirle cuentas y enseñas a las jóvenes de tu iglesia en algunas ocasiones. ¡Eso es fantástico! ¡La gracia de Dios es evidente en tu vida! Pero aún necesitas el evangelio.
El evangelio nos recuerda quiénes somos realmente ante Dios, pecadores malvados y desesperados, y se dirige al orgullo de nuestro corazón. Pablo, después de decir: «Por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios» (Romanos 3:23), nos recuerda unos versículos más adelante: «¿Dónde está, pues, la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿La de las obras? No, sino por la ley de la fe» (Romanos 3:27).
Les está diciendo a sus lectores que a Dios no le impresionan sus obras. Sin Cristo, Dios solo ve la negrura de nuestros corazones. Con Cristo, Él ve la justicia de Cristo que se ha transferido a nuestra cuenta. Toda buena obra que hacemos solo es posible gracias a la gracia de Dios que nos prodigó en Cristo (Efesios 1:7).
Si te está yendo bien espiritualmente, ¡genial! Sigue adelante, pero hazlo con los ojos en la cruz.
Necesitas el evangelio cuando caes
(Romanos 1:16; 8:1, 38-39; 1 Juan 1:9)
En mi ministerio con adolescentes, he visto a muchos dejar el refugio de la casa y la iglesia de sus padres para abandonar su fe por completo, o al menos alejarse de ella por un tiempo. Quizás tu primera incursión en la edad adulta vino con algunos errores, grandes o no tan grandes. Te has arrepentido, pero todavía están ahí, dándole vueltas en tu cabeza, diciendo que eres indigno del perdón de Dios. Si esto no describe tu sentir actualmente, probablemente suceda algún día. Y cuando llegue ese día, necesitarás el evangelio.
La verdad de la muerte, sepultura y resurrección de Cristo proclama el poder de Dios de principio a fin. ¿Cómo podría una virgen concebir y dar a luz? ¿Cómo pudo Jesús ser Dios y hombre a la vez? ¿Cómo pudo Jesús resucitar a los muertos? ¿Cómo pudo morir y resucitar? La respuesta a cada uno de estos es la misma: solo por el poder de Dios. Y si te detienes a pensar en ello, es un poder bastante poderoso. Mucho más grande que cualquier pecado que hayas cometido o cualquier golpe que el enemigo pueda dar.
El evangelio promete protección por ese mismo poder. Nada, ni el pecado sexual, ni las drogas, ni el alcohol, ni las autolesiones, ni los trastornos alimentarios, nada puede separarte de Cristo Jesús una vez que eres Suyo. Asimismo, absolutamente nada puede condenarte. «Por tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne sino conforme al Espíritu» (Romanos 8:1).
Cuando falles, vuelve al evangelio. Regresa al poder de Dios para salvación de todos los que creen (Romanos 1:16). Eso es lo que hacen los verdaderos creyentes. Es la única esperanza que tenemos.
Necesitas el evangelio cuando fallas
(Gálatas 2:20; 2 Corintios 5:17; Efesios 1:3-10)
El fracaso es parte de la vida. No me refiero al fracaso espiritual o moral; me refiero al fracaso de la prueba, al fracaso de la entrevista, al incumplimiento de los préstamos, al fracaso con la pérdida del empleo. En algún momento y de alguna manera nos llega a todos, y cuando pase, el enemigo susurrará mentiras en tu oído, alegando que ahora estás definida por este fracaso y que Dios no está interesado en errores como tú. Tu carne querrá crear una identidad en torno a tu fracaso. Contrarresta con el evangelio.
El evangelio te ha dado una nueva identidad gloriosa: ahora estás en Cristo. Lo que es de Cristo ahora es tuyo. Su obediencia es tu obediencia; Su justicia es tu justicia; Su amor es tu amor. Esto es lo que eres, no tu fracaso (incluso si tú mismo los causaste). Cuando regreses al evangelio, verás a Cristo, no a ti mismo. Míralo a Él y la identidad que Él te ha dado. El fracaso es difícil, pero no te define.
Necesitas el evangelio cuando otros te fallan
(Efesios 4:32; Romanos 5:8; Mateo 18; Lucas 15)
Cada relación de la que eres parte tiene al menos una cosa en común: involucra a dos humanos pecadores. Y los humanos pecadores pecan unos contra otros. Simplemente pasa. Incluso el romance más hermoso o las amistades más profundas tienen sus cicatrices de pecado. En los días en que esas cicatrices son heridas frescas, necesitas el evangelio.
Una mirada renovada al evangelio te recordará que el amor inquebrantable de Dios te persiguió, no cuando eras ambivalente o neutral con respecto a Dios, sino cuando eras hostil y te rebelabas contra Él en rebelión prepotente. Incluso mientras colgaba de la cruz, Jesús ofreció perdón a sus asesinos, un grupo al que tú y yo pertenecemos (Lucas 23:34). Cuando te parezca imposible extender el perdón, medita en el perdón, la bondad y el amor que has recibido en Cristo.
Necesitas el evangelio cuando vienen las pruebas (grandes o pequeñas)
(Romanos 8:18-39; 2 Corintios 4:17-18; Hebreos 12:3; 1 Pedro 1:3-7)
No sé qué forma tomará el sufrimiento en tu vida, pero sí sé que soportarás pruebas. Dios puede pedirte que sufras mucho, y si lo hace, necesitarás mucho más que las pocas palabras que puedo ofrecer aquí. No voy a fingir que lidiar con un sufrimiento profundo es simple o que buscar algunos versículos de la Biblia hará que el dolor desaparezca. Hacer semejante promesa sería cruel. Sin embargo, permíteme ofrecerte unas breves palabras de exhortación.
Cuando el sufrimiento venga por ti (y lo hará), mira hacia arriba.
Acuérdate de tu Salvador. Cristo sufrió la ira eterna e infinita de Dios mientras colgaba desnudo en la cruz en humillación. Él sabe lo que es sufrir. Corre hacia Él. Lo que se te pide que soportes, por terrible que sea, no será tan grande como lo que Él sufrió por ti. Y eso es bueno. Él sabe y se preocupa.
Recuerda la eternidad. La oscuridad por la que caminas aquí es temporal. En el evangelio, se te ha dado vida eterna. Vida libre de dolor, desilusión, angustia y cualquier otro efecto del pecado. La dificultad que enfrentas ahora es sólo por «un poco de tiempo» (1 Pedro 1:6-7). ¡Aférrate a la esperanza del cielo!
Acuérdate de tu Dios. En el evangelio encontramos un hermoso tapiz del carácter de Dios: compasión, perdón, gracia, misericordia, amor inquebrantable, santidad, justicia y fidelidad. El Dios que te salvó es el Dios que te guarda. Él es para ti, incluso en el valle más oscuro. Míralo a Él.
Amigas más jóvenes, es posible que no sepa muchas cosas, pero sí sé esto: tú y yo necesitamos el evangelio hoy, mañana y todos los días de nuestra vida.
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