Escritora invitada: Amy Byrd
Silencio…De nuevo me recibe el silencio; una adolescente ha sido casi arrastrada por su mamá a mi oficina y está sentada frente a mí sin decir una palabra. No se le ve ninguna emoción y rueda los ojos en blanco muchas veces. Como coordinadora del ministerio de niñas a tiempo completo en la iglesia, a menudo me encuentro en esta situación; en presencia de adolescentes destrozadas, solitarias, confundidas, insensibles... y silenciosas.
La mayoría de las veces le pido a cada madre que abra su corazón en presencia de su hija, y luego le pregunto si puedo hablar a solas con su hija durante unos minutos. Nueve de cada diez veces, en el momento en que la puerta se cierra, el silencio se convierte en el sutil sonido del llanto; la presa se rompe, las palabras fluyen y el corazón se abre.
¿Por qué es eso? ¿Por qué muchas de estas chicas se comportan como estatuas? ¿Por qué sienten que no pueden expresar lo que hay en sus corazones? Lo que he descubierto es que estas chicas son expertas en aquello que es falso y evitan todo lo auténtico; no porque sean superficiales o poco inteligentes, ni porque sean incapaces y carezcan de emoción, sino porque el mundo les ha enseñado que lo que ellas son y la forma cómo se sienten realmente no está bien. La autenticidad ha sido cambiada por filtros, Instagrams falsos y por esconder emociones reales.
Entonces, ¿qué nos deja eso? A chicas adolescentes que se enfrentan a problemas del mundo real intentando estar bien y a mamás confundidas con el corazón roto porque sienten que ya no saben cómo comunicarse con «su niña». ¡Wow! Nos encontramos aquí, con una generación de mujeres jóvenes a las que estamos llamadas a ayudar a que se conviertan en guerreras del Reino, pero estamos luchando por atravesar sus exteriores resistentes y bellamente filtrados hasta llegar al corazón de quienes realmente son.
¿Por dónde empezamos?
Vayamos primero a la autenticidad.
Paso uno: Mírate en el espejo.
Acabamos de conocernos, pero estoy a punto de meterme en todos tus asuntos. Voy a pedirte que des un pequeño paseo conmigo por las partes de tu vida y de tu corazón que puedes tener ocultas. Abre ese armario donde guardas todo tu desorden, hermana, antes de que podamos sentarnos ante nuestras hijas o las jóvenes que Dios ha puesto ante nuestra vista y pedirles que sean reales y vulnerables. Primero debemos estar dispuestas a ser reales nosotras mismas.
Puede que yo no tenga un Instagram falso, pero ciertamente uso filtros en mi propia vida para que solamente se muestren las partes más bonitas y admirables de mi mundo. No quería que nadie me viera cuando en el estacionamiento del banco me dio una crisis emocional por la angustia que estaba enfrentando, no quiero que nadie sepa que tuve que aumentar una talla más de mis jeans, no quiero darle al mundo un asiento en primera fila para ver que mi matrimonio no es perfecto; quiero ocultarlo, quiero filtrarlo.
Quiero que la gente vea bonitos tulipanes, mi hermosa vela aromática, mi diario, mi taza de café perfectamente colocada. Quiero que vean algo más que simplemente a mí. Y en los momentos que tengo, cuando estoy entre amigas, cuando debería hablar abiertamente sobre mis luchas y los lugares oscuros de mi corazón, a menudo respondo con el silencio, sin palabras. ¿Te suena familiar? Y de repente veo que estas chicas solo están actuando su autenticidad (o su falta de ella), igual que yo.
¿Recuerdas a Babilonia? ¡La hermosa Babilonia! Una maravilla a los ojos. Asombrosa por su belleza y grandeza, es impresionante y sería fácil maravillarse en ella, pero estaba llena de gente destrozada bajo el reinado del rey tirano Nabucodonosor a quien solo le importaba lo que las cosas parecían ser y no lo que realmente eran.
La autenticidad es arriesgada.
Lo que el rey Nabucodonosor exigió a sus seguidores es curiosamente similar a los estándares que nuestro mundo nos pide que cumplamos hoy:
«Estos jóvenes no debían tener defecto alguno, serían de buen parecer, inteligentes en toda rama del saber, dotados de entendimiento y habilidad para discernir y que tuvieran la capacidad para servir en el palacio del rey». -Daniel 1:4
Como muchas de ustedes saben, un joven llamado Daniel se encontró viviendo en esta hermosa ciudad. Una y otra vez se le dio a elegir ser el verdadero hombre para el cual Dios lo creó, sin importar el costo, o comer la comida, inclinarse ante los ídolos, lucir como todos los demás, básicamente ponerse el filtro de Babilonia.
Revisa los siguientes pasajes con algunos de los ejemplos de cómo Daniel y sus amigos eligieron ser quienes Dios los llamó a ser, sin importar cómo se verían o cuán severas serían las consecuencias.
Daniel 1:8-16: Daniel decidió no contaminarse comiendo la comida del rey.
Daniel 2:17-24: Daniel arriesgó su vida para interpretar el sueño del rey.
Daniel 3: Daniel se rehusó a adorar la estatua de oro del rey.
El punto que espero que veas en estos pasajes es que la autenticidad (ser quienes en verdad somos) es arriesgado y a menudo tiene un costo mundano. Para Daniel y sus amigos significó ser vistos como raros o diferentes, ser arrojados a un horno o ser compañeros de cuarto con un león. Para nosotras, podría significar que nuestras amigas, nuestras hijas, nuestras jóvenes observen nuestras luchas, nuestro pecado y las grietas de nuestra armadura.
La autenticidad dirige a las mujeres jóvenes a Jesús.
Pero, hermana, eso también significa que cada defecto y mancha que ven en nosotras es una oportunidad para que les mostremos a Jesús, Que vean cómo en tu quebrantamiento conociste la bondad de Dios, permíteles que te escuchen cuando reconoces tu pecado y luego les muestras a un Dios que rompe todas las cadenas, muestrales que no eres perfecta, pero que Dios es bueno, y eso es suficiente.
Estoy llorando porque sé lo que estoy pidiendo, pero si cierro mis ojos también puedo ver los muros derribados y los corazones ablandados hasta el punto en que nosotras, las mujeres que somos más maduras que estas chicas, les mostramos lo que significa ser exactamente lo que Dios nos creó para ser. En todo su desordenado esplendor, imagina la luz en sus ojos cuando te escuchen decir: «Amada joven, yo también», «Ya he recorrido ese camino», «¡Estoy luchando con eso ahora mismo!».
Los filtros caerán, y la gloria de Dios brillará. No porque les estamos diciendo que ellas son perfectas, sino porque les estamos asegurando que no lo son, pero no están solas y la gracia de Dios es grande. Mujeres imperfectas junto a un Creador santo, perfecto e infalible, a menudo me siento con mis jóvenes y me dicen que se sienten solas y destrozadas, y las miro a los ojos y les digo que yo también me siento así muchas veces.
La autenticidad conduce a la honestidad, la honestidad lleva a la verdad de quién soy yo y quién es Dios, y todas esas cosas son mucho mejores que una imagen falsa y perfecta en un mundo que podría crear en mi imaginación. Hermanas, seamos un modelo de autenticidad para las jóvenes que nos rodean y oremos para que Dios use el desorden que puedan ver en nosotras para magnificar cuán poderoso es Él, la autenticidad comienza con nosotras.
Recurso recomendado:
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