Querida maestra del ministerio de mujeres:
Como una viuda de pastor (mi preciado esposo falleció), con ochenta años y previamente maestra del ministerio de mujeres, he reflexionado en tu realidad actual, sirviendo en el contexto de crisis en el mundo.
Durante décadas, los miércoles en la mañana he orado por las mujeres que enseñan a otras y las entrenan, compartiendo el evangelio y sus vidas (Tito 2:3-5 y 1 Tesalonicenses 2:7-8.) Tal vez no sepa tu nombre, pero eres muy querida para mí. En estos días, mis oraciones por ti se han intensificado.
Estoy muy agradecida por tus esfuerzos heroicos y creativos en tu manera de seguir conectada con las mujeres que el Señor te ha encargado después de la crisis de la pandemia. En los viajes misioneros aprendí lo exhaustivo que es ministrar en un contexto desconocido, pero había otras mujeres que habían estado en el lugar adonde yo iba. Ellas podían darme consejo y prepararme para lo que venía.
Si pudiera sostener tu mano y animarte a que sigas, te diría lo que Pablo, le dijo a su hijo espiritual Timoteo: «Acuérdate de Jesucristo, resucitado entre los muertos… por el cual sufro penalidades, hasta el encarcelamiento como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está presa» (2 Tim. 2:8-9).
No existe prisión, cuarentena, o distanciamiento social que limite el ministerio del Espíritu del Salvador y la Palabra de Dios en Su pueblo.
Cada día, desde el funeral de mi esposo, uno de nuestros amigos pastores me envía un versículo que está orando por mí. Cada día es exactamente lo que necesito. El Espíritu lo guía al elegir y luego me guía a cómo aplicar la Palabra de Dios a mi corazón. Esto me asombra y llena de gozo, y me inspira a hacer lo mismo por otros.
A menudo, envio una promesa u oración de las Escrituras a otra mujer. Primero este pasaje habla a mi alma leyendo varias veces y me lleva a orar, luego oro por la mujer que la recibirá. A veces me pregunto si, en estos días, el Señor nos está moviendo nuestras rutinas y actividades para recordarnos lo que importa realmente y lo que de verdad tiene poder: compartir el evangelio y cuidarnos unos a otros.
Este es el versículo que recibí de mi pastor hoy:
«Así dice Dios el Señor, que crea los cielos y los extiende, que afirma la tierra y lo que de ella brota, que da aliento al pueblo que hay en ella, y espíritu a los que por ella andan: Yo soy el Señor, en justicia te he llamado; te sostendré por la mano y por tí velaré, y te pondré como pacto para el pueblo, como luz para las naciones, para que abras los ojos a los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de la prisión a los que moran en tinieblas. Yo soy el Señor, ese es mi nombre; mi gloria a otro no daré, ni mi alabanza a imágenes talladas» (Isaías 42:5-8).
El Creador soberano y Redentor quien me llamó para ser Suya me sostiene y vela por mí. En Él estoy segura. Aunque soy vieja, Él me permite ser una luz a otros compartiendo la luz de su Palabra y orando por ellos.
Es profundamente simple, exquisitamente hermoso, y gloriosamente eterno.
Esto es lo que oré por ti hoy.
Con amor en Cristo,
Susan
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