Como mujer creyente, debo tomar en serio las instrucciones que Pablo dio a Tito sobre las mujeres maduras en la fe y su rol en la vida de la iglesia. Seguramente conoces muy bien el pasaje: «Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta… que enseñen lo bueno, para que puedan instruir a las jóvenes…» (Tito 2:3-4ª). Esta es una encomienda dirigida al pastor de la iglesia local para que él entrene, por medio de la sana doctrina, a las mujeres que tienen más tiempo y experiencia en la fe, para que ellas puedan así instruir y aconsejar a las mujeres más jóvenes.
A mí me llena de gozo poder participar en la obra de Dios y el ministerio de la iglesia local por medio de enseñar formalmente, o aconsejar informalmente, a otras mujeres. Creo que frecuentemente experimento un gozo legítimo, y me imagino que tú también lo has hecho si tienes esa oportunidad. Servir al Señor como un instrumento en Sus manos es fuente de verdadero gozo.
Pero, si te soy sincera, reconozco una realidad dolorosa que me ha costado aceptar: nunca estoy libre del pecado. Ni aun cuando estoy sirviendo al Señor en un rol bíblico como el de instruir a las más jóvenes en la fe, estoy libre de los efectos del pecado. Y el pecado que acecha a la maestra bíblica puede ser muy sutil.
La lista que te muestro a continuación está lejos de ser exhaustiva, pero nos da categorías generales para saber por dónde empezar. Recuerda: el hecho de que tu pecado sea descubierto, confesado y abandonado es esencial para tu intimidad con Cristo y tu utilidad en el Reino. Lee y considera si pudieras estar cayendo en alguna de estas trampas sutiles del enemigo.
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Auto justicia
Considera las siguientes situaciones ficticias (o quizá no tan ficticias):
Situación 1: Tú estás intentando prepararte para una enseñanza y tu esposo te interrumpe para pedirte un favor. Te irritas y te indignas porque interrumpió tu actividad espiritual tan importante. Te sientes justificada en tu actitud porque estás haciendo algo para el ministerio.
Situación 2: Escuchas una conversación entre dos hermanas de la iglesia en la que obviamente están chismeando acerca de una situación difícil que está pasando una familia de la iglesia. Sabes que la situación comentada allí es una complicada combinación de vivir en un mundo roto y de haber pecado intencionalmente. Estas dos hermanas no están mostrando misericordia y bondad hacia sus hermanos en Cristo.
Ahora te pregunto: ¿cuál de estos dos pecados es más grande en tu mente? O permíteme retroceder, ¿entendiste que tu respuesta hacia tu esposo fue pecaminoso tan rápido como detectaste el pecado de las hermanas chismosas?
Cuando se nos concede esa posición de «hermana madura» o «anciana en la fe», es muy fácil que esa auto-justicia tan natural pase desapercibida, o incluso que sintamos alguna justicia superior a otras mujeres simplemente porque somos «maestras» o «esposa de pastor» o «líder». Pídele al Señor que abra tus ojos espirituales para ver tu pecaminosidad y necesidad al mismo nivel desesperado que la hermana más inmadura de tu iglesia. Tu pecado sutil es igual de grave que su pecado descarado.
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Control
Muchos de los dones que las mujeres tenemos el privilegio de ejercer para el bien de la iglesia local tienen que ver con administración y servicio. Una líder entre sus hermanas en Cristo frecuentemente se encuentra organizando eventos, comidas, decoración, clases para niños y jóvenes, limpieza, ayuda para los necesitados y muchas cosas más. Como Pedro dijo, los líderes espirituales de la iglesia deben poder confiar muchos detalles menores de la vida diaria a los miembros de la iglesia para así concentrarse en el estudio y la predicación de la Palabra. Así debe ser.
Si tú ejerces liderazgo en alguna área de tu iglesia, o estás encargada de enseñar a niños, jóvenes o mujeres, ¿cómo respondes cuando hay cambios que afectan tu área y no tuviste la oportunidad de intervenir en esas decisiones? ¿Cómo tratas a otra hermana que tiene mucho interés en apoyar, tiene muchas ideas nuevas y la energía para intentarlas? Si las cosas no se pueden manejar como tú has querido, o te encuentras sujeta a circunstancias fuera de tu control, ¿cuál es tu estado emocional?
Nuestros dones de enseñanza, hospitalidad, u organización no nos dan el derecho de controlar todo ni significa que siempre se tienen que hacer las cosas como nosotras queremos. Muchas relaciones interpersonales en la iglesia han sido dañadas porque una persona no puede soltar el control.
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Perfeccionismo
«Si tenemos músicos profesionales en la iglesia, ellos deben ser los que siempre participan porque todo se debe hacer de la manera más excelente posible para la gloria de Dios». «Yo tengo más preparación teológica que ninguna mujer en mi iglesia, entonces obviamente se me debe permitir enseñar a las mujeres». «La hermana Fulana tiene mucha disposición para decorar, pero la otra hermana, la pequeñita bonita que casi no viene, lo hace mucho mejor y así le damos excusa para que tenga que venir».
Hay cierta validez en el principio de la excelencia al querer hacer las cosas de la mejor manera, pero tenemos que cuidar de tener los mismos estándares que Dios tiene. Si lees cuidadosamente desde el libro de Hechos hasta los primeros capítulos de Apocalipsis, y te preguntas cuáles son los valores que más deben regir en la iglesia local, no encontrarás decoración perfecta, música profesional o títulos teológicos (especialmente para mujeres).
Servicio, amor, fidelidad, amor a la Palabra, y humildad están entre las cualidades de personas aptas para participar en la obra de los santos. Creo que nos tenemos que preguntar si estamos estableciendo estándares propios de perfeccionismo, limitando así el crecimiento y el servicio de otros.
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Comparación
Aunque sabemos que la Biblia enseña que hay una gran variedad de dones dados a la iglesia para suplir cada necesidad y así glorificar a Dios como un cuerpo, parece que especialmente para las mujeres es difícil dejar de comparar nuestros dones con el de las otras hermanas. Esto lo hacemos normalmente procurando sentirnos mejor con nosotras mismas, nuestra «posición» entre las hermanas de la iglesia, o porque nos importa mucho lo que otros piensan de nosotras. También, nos comparamos con otras para regodearnos en autocompasión y lamentar que no tenemos dones importantes.
Dios no pone a nuestras hermanas en Cristo como nuestra meta de imitar ni nuestro estándar para alcanzar. Él quiere que solamente nos comparemos con Cristo y que esto nos humille y lleve constantemente a sus pies en oración y confesión. Compararnos entre nosotras es necio e inútil, y nos roba el gozo de servirnos unas a otras y lado a lado en el Reino. Dios no mide ciertos dones como más valiosos, sino que ama y provee para todo Su cuerpo. Cada una de nosotras tenemos igual oportunidad de glorificar a Dios en nuestras vidas sin importar el don específico que Dios nos ha dado.
Mis queridas hermanas en la fe y en el ministerio, andemos conscientes de nuestra tendencia hacia estos sutiles pecados en nuestros corazones de tal manera que encontremos el socorro oportuno para vencer el pecado y así servir a otros y a Dios con nuestras vidas.
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