Para la maestra que enfrenta dolor en el hogar

Escrito por Joy McClain 

A la maestra que se enfrenta al dolor en casa:

Te veo, amiga mía.

Sé lo difícil que puede ser cumplir con el rol al que has sido llamada dentro del cuerpo de Cristo mientras lidias con una vida hogareña tumultuosa, particularmente en el matrimonio. Es agotador, confuso y, a menudo, muy solitario.

Y lo que es más importante, Dios te ve. Él conoce tu corazón y tu dolor. No te ha olvidado, ni te ha considerado inútil o ineficaz.

Recuerda, es natural tener temporadas de lucha dentro de tu matrimonio. Tiempos estresantes e inciertos como los que hemos experimentado recientemente pueden añadir una pesada carga a los esposos, particularmente si no han encontrado su esperanza y seguridad en Cristo. Tal vez estás experimentando este tipo de temporada, o tal vez tu matrimonio ha sido una lucha durante mucho tiempo. De cualquier manera, es posible que no te des cuenta que eres vulnerable a creer las mentiras del enemigo, los débiles susurros de que (al igual que tu matrimonio) careces de valor, confiabilidad y productividad.

¿Puedo recomendarte que no caigas presa de esas mentiras? Tu rol en el ministerio es valioso, y es posible que enseñar en humilde obediencia en medio de estas pruebas prepare el escenario para un despliegue de la gracia de Dios en tu vida.

Los problemas matrimoniales cambian tu perspectiva, no tu posición en Cristo.

«Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Ro. 8:38-39).

Aunque antes estabas separada de Dios, ahora eres una nueva creación, justa, gracias a la obra expiatoria de la cruz. Nada puede cambiar eso, ni siquiera un matrimonio difícil. Ningún pecado puede borrar tu identidad en Cristo.

Tu pecado es tu responsabilidad; no eres responsable por el de él. A veces, la disciplina amorosa de Dios hacia tu esposo puede afectarte, pero puedes estar segura de que Sus manos cuidadosas y conocedoras permanecen sobre tu vida. En muchos casos, las esposas comparten alguna responsabilidad por la condición del matrimonio. Sin embargo, si te has arrepentido y has pedido perdón por esos pecados, eres libre de la esclavitud del pecado no confesado y de su condenación.

Dios se ocupará del pecado de tu marido. Tú no puedes cambiarlo, persuadirlo o manipularlo para que haga lo correcto. Ese es el trabajo del Espíritu Santo. Sin embargo, puedes tener la confianza de saber que nada puede separarte del amor de Cristo. Eres una hija amada de Dios.

Tu influencia va más allá de lo que percibes.

«Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia» (Ro. 5:3).

Puedes sentirte limitada en las formas en que puedes ministrar a las mujeres durante este tiempo, pero ser una maestra en el ministerio de mujeres no se limita a organizar, planificar, supervisar, hablar, enseñar o ser mentora. Mientras otras hermanas te ven guiar con gracia a través de las inevitables pruebas de la vida, ellas están aprendiendo de ti. Tu disposición a apoyarte en el Señor y someterte a Su voluntad a través del dolor personal les muestra una hermosa vida de entrega. Las mujeres necesitan ver a una maestra que confía en Dios en lugar de una persona que proyecta autosuficiencia.

Las penas surcan el terreno de las semillas de la compasión.

«Porque para este propósito han sido llamados, pues también Cristo sufrió por ustedes, dejándoles ejemplo para que sigan Sus pasos» (1 Pd. 2:21).

El sufrimiento desarrolla un lenguaje del corazón que se comunica a los demás a través de la ternura y la compasión. Tu propio sufrimiento está desarrollando en ti la capacidad de conocer en el dolor de una mujer. En tu ministerio en el futuro, verás a una mujer que sufre no como un proyecto, sino como una persona, como lo hace Jesús.

Comprenderás que las palabras deben medirse con cuidado y elegirse sabiamente. Conocerás la importancia de no restar importancia a una situación grave o a una dificultad. Estarás familiarizada con el costo de entrar en el sufrimiento de otro, así como con la duración que a menudo es necesaria para caminar al lado de los heridos. No te alejarás de los lugares difíciles; tú misma has pasado por ellos. Y podrás decir sinceramente a una hermana dolida: «Te comprendo». Su corazón vulnerable se sentirá seguro porque has compartido cómo Dios demostró Su fidelidad a través de tus propios sufrimientos.

La comparación solo ofrece frustración.

«Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos. Pero ellos, midiéndose a sí mismos y comparándose consigo mismos, carecen de entendimiento» (2 Cor. 10:12). 

Compararte con las demás te llevará al orgullo o a la vergüenza. Sentirás que eres mejor que los demás o que no estás a la altura. Envidiar a otra mujer porque su esposo es amoroso y la apoya, distrae de lo que Dios está haciendo en tu propia vida. Querer que tu relación matrimonial sea sanada es un deseo digno y debe ser buscado seriamente con oración, pero albergar amargura enfocándote en lo que no tienes, te dejará miserable y desagradecida. Concéntrate en lo que el Señor está haciendo en tu vida. Nada se desperdicia; ni tus lágrimas, ni tus luchas, ni tu clamor. Aunque no puedas ver cómo el Señor usará tus problemas para magnificar Su nombre, incluso ahora, eres testigo de un Dios fiel y amoroso.

Recibe gracia.

«Pues de Su plenitud todos hemos recibido, y gracia sobre gracia» (Jn. 1:16).

Cuando las cosas no son como deberían ser en casa, la frustración puede ocurrir como resultado de no poder controlar el ambiente. Como maestras en el ministerio, a veces transferimos ese deseo de control y perfección a nuestro ministerio. Pero tanto el matrimonio como el ministerio pueden ser desordenados. Eso no significa que Dios no esté trabajando en ambos. Tú no puedes organizar u orquestar tu matrimonio o tu ministerio en lo que soñaste que sería... solo Dios puede hacer eso.

Al igual que en el ministerio, Dios es la mano fiel que cuida del matrimonio desordenado. Él sabe cómo te duele el corazón. Escucha tus llantos de desesperanza. No se trata de que sonrías y sigas como si no pasara nada. Invita al Señor a tu dolor. Llora y gime ante Él por tu cónyuge y tu matrimonio. Y si necesitas alejarte o retirarte de tu rol en el ministerio por un tiempo para atender a tu matrimonio y a tu hogar, eso es algo honorable. No debería avergonzarte ni hacerte sentir fracasada por ocuparte de tu relación terrenal más importante.

Busca un consejo sabio.

«Donde no hay buen consejo, el pueblo cae, pero en la abundancia de consejeros está la victoria» (Prov. 11:14).

Al igual que con muchas otras pruebas, cuando tu matrimonio está en problemas, es sabio buscar consejo. Sé diligente en la búsqueda de la sabiduría y el discernimiento de un pastor, consejero u otra amiga de confianza. Aunque los blogs, artículos y recursos pueden ser útiles, necesitas la Palabra de Dios, la oración y una comunidad de creyentes que te sostengan durante esta temporada. Proteger a tu esposo, tu orgullo o tu apariencia te agotará. Busca en oración la ayuda que necesitas.

Tu identidad está solo en Cristo.

«Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo» (Gal. 1:10).

Cuando hay una ausencia de afirmación en el hogar, puede ser tentador buscarla en otra parte, lo que lleva a un esfuerzo continuo por obtener aprobación. Se siente bien cuando alguien te hace un cumplido. Pero tu identidad está en el Señor, no en la opinión que los hombres tengan de ti o en cuántas mujeres te sigan.

El ministerio es servir para que Cristo sea glorificado, no construir una plataforma para que te conozcan y te aplaudan. El Señor ve lo hambrienta que estás de afecto y afirmación. Siéntate con Él. Permítele que te llene de su cuidado compasivo y tierno.

Dios siempre ha sido fiel a Sus hijas.

Un último recordatorio: estás en buena compañía. Los nombres de los hijos de Lea revelan su anhelo de ser amada por su marido, Jacob. Abram le pidió a su mujer, Sarai, que mintiera sobre su relación en dos ocasiones diferentes para protegerse. Abigail estaba casada con un hombre despiadado y cruel. Dios fue fiel a estas mujeres, que no siempre fueron tratadas con dulzura y amor. El Señor obró en y a través de sus vidas a pesar de sus difíciles circunstancias.

Los hombres fallarán. Las mujeres fallarán. Todos nos quedamos cortos y, sin embargo, el Señor decide utilizarnos. Debes confiar en que Sus planes no serán frustrados, que Él te habla a través de Su Palabra, y que Su Espíritu está vivo en ti.

Invítale a obrar en tu cansancio.

Lamenta lo que está roto.

Reconoce que Él está haciendo una obra en tu propio corazón.

Espera mientras Él revela Su fidelidad.

Él te ve, amiga mía, Él te ve.

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