Nuestras historias son la historia de Dios

Brittany se presentó valientemente ante el público en el retiro de mujeres en su iglesia. Como la mayoría de las mujeres podrían sentirse en su lugar, estaba nerviosa e incómoda. Lo que planeaba compartir con el grupo sería escandaloso, pero se negó a que el miedo le impidiera testificar cómo Dios rescató milagrosamente su matrimonio.

Por años, esta madre joven de ojos brillantes había sufrido en silencio. En los momentos más oscuros, dudaba si Dios era suficientemente poderoso para sanar y resucitar un matrimonio sin vida y condenado al divorcio. Pero Brittany nunca dejó de orar ni de aferrarse a Jesús. 

Ella sabía que no podía seguir viviendo aislada con su dolor. Un día encontró el valor—que sólo puede ser explicado por el Espíritu Santo—para ser honesta y pedir ayuda. La presa se rompió. Durante los siguientes dos años, ella y su esposo recibieron sabiduría de Dios a través de pastores, mentores y consejeros. Hoy, su matrimonio está regido por humildad, arrepentimiento, amor restaurado y confianza. En las palabras de Brittany: «¡Solo Dios!».

Mientras que Brittany compartió su historia públicamente por primera vez, no se encontraba un ojo seco o un corazón intacto en la sala. Su testimonio infundió una esperanza renovada a la historia privada de sufrimiento de cada oyente. La alabanza que se entonó sonaba como un coro celestial, ya que la iglesia unida alababa la bondad de Dios en cada historia—incluso, en aquellas que aún se están escribiendo y que no han llegado a tener un final de cuento de hadas. 

Nuestras historias son la historia de Dios

La disposición de Brittany al compartir su testimonio me recuerda al gozo de David al expresar la fidelidad de Dios en su historia.

«He proclamado buenas nuevas de justicia en la gran congregación; no refrenare mis labios, Oh Señor, Tú lo sabes. No he escondido Tu justicia dentro de mi corazón; he proclamado Tu fidelidad y Tu salvación; no he ocultado a la gran congregación Tu misericordia y Tu fidelidad» (Sal. 40:9-10, énfasis añadido).

Al igual que las historias de David y Brittany, nuestras historias de salvación, de sanidad de aflicciones o abusos; de liberación de la vergüenza y la pena; y de misericordia en el dolor y el quebrantamiento de nuestras vidas, son realmente parte de la gran historia redentora de Dios. Cada relato es precioso para Él y no está destinado a ser enterrado como un tesoro escondido o como algo que se pone bajo llave con la intención de nunca abrirse. No comparto la mentalidad que es vigente hoy en día de que cada persona necesita publicar la historia de su vida en un libro, pero es verdad que cuando los hijos de Dios proclaman lo que Dios ha hecho por ellos, eso edifica a la iglesia. 

Hay esperanza en nuestros testimonios

Una invitación a la iglesia para que nos sentemos a contar y a escuchar las buenas nuevas se encuentra en Salmos 66:5, 16:

«Vengan y vean las obras de Dios…Vengan y oigan, todos los que temen a Dios, Y contaré lo que Él ha hecho por mi alma».

Nuestras historias tienen el poder de:

  • Exponer que el plan maligno de Satanás no es más que un peón en las manos de Dios para trabajar por nuestro bien (Apocalipsis 12:11).
  • Profundizar nuestros lazos de hermandad cuando nos regocijamos y lloramos juntas (Rom. 12:15, 1 de Juan 1:2-3).
  • Alentar el gozo y la esperanza de correr nuestra carrera con fuerza hasta el final (Heb. 10:24-25).
  • Consolarnos unas a otras con el consuelo que hemos recibido del Espíritu Santo (2 Cor. 1:3-7).
  • Magnificar el carácter de Dios y evocar la alabanza corporativa (Marcos 5:19).

De principio a fin, la Biblia está llena de historias de la vida real que nos inspiran a tener fe para nuestro propio caminar.

El relato de cada vida habla de que Dios es el Héroe de cada aventura, el Libertador de cada rescate, el Sanador de cada quebranto, el Consolador de cada aflicción, el Redentor de cada alma perdida, la Roca para cada inestabilidad, el Escudo para cada ataque, y la Fortaleza para cada batalla. 

  • Sin la historia de Ester, ¿cómo confiaríamos en la Providencia de Dios?
  • Sin la historia de Pablo y Marcos y Juan, ¿cómo tendríamos esperanza para nuestras vidas quebrantadas?
  • Sin la historia de Ana, ¿cómo tendríamos fe en la espera?
  • Sin la historia de Rahab, ¿cómo podríamos creer en la gloriosa redención de Dios?
  • Sin la historia de Oseas y Gomer, ¿cómo podríamos comprender el pacto del amor de Dios?

Hay muchas más lecciones acerca del carácter de Dios que esperan ser contadas en nuestros ministerios. Usa la esperanza de los testimonios creando una cultura en la iglesia que invite a todo tipo de historias—las desordenadas, las que todavía están desarrollándose, y las ordenadas atadas con un moño. Cada historia tiene valor…incluyendo tu historia.

Las semillas son sembradas para cultivar la transparencia cuando una maestra toma la iniciativa de relatar su historia. Así, se da validez de que todas las historias tienen valor eterno en la glorificación de nuestro gran Dios y Salvador.

Permite que se compartan testimonios (sin obligar) en tus estudios bíblicos y eventos. En cada oportunidad que tengas, invita a alguien a contar su historia. Ora con ella por adelantado, y provee entrenamiento acerca de cómo compartir su historia para que el enfoque sea en Dios y no en ella.

Invita a compartir testimonios en entornos seguros

La primera vez que una mujer cuenta su historia, sería mejor que lo haga en un contexto de un grupo pequeño donde los miembros se han ganado confianza mutua. Las mujeres son más propensas a ser transparentes cuando hay expectativas claramente definidas de que los que se comparte en el grupo permanece en el grupo. Cultiva ambientes libres de chisme, y seguros de apertura, honestidad y confidencialidad. Debe quedar entendido que nadie puede repetir la historia de otra persona a menos que haya recibido permiso.

Una maestra también debe enseñar cómo responder a los testimonios, especialmente a los que puedan ser angustiantes de escuchar. Es mejor no ofrecer comentarios como: «¡Que horrible! Nunca lo hubiera imaginado». Las respuestas que dan vida son:

  • «Eso requirió valentía. Dios fue glorificado. Gracias por tu honestidad». 
  • «Le doy gracias a Dios por ti. Tu vida refleja a Jesús y el poder del evangelio».
  • «Tu valor me ayuda en mi camino. Me has dado esperanza. Oraré por ti».

El contar nuestras historias nos puede recordar que la cruz de Cristo vino antes que la tumba vacía. Amigas, nada es tan pecaminoso, ni está más allá del poder de Dios para redimir. Cada historia puede reclamar una esperanza, confiada en un final mejor de lo que tú puedes imaginar, gracias a Jesús. Viene un día en el que Él enjugará toda lágrima de nuestros ojos, y ya no habrá más lamento, ni clamor, ni dolor (Apocalipsis 21:4).

Es entonces cuando se devela la verdadera historia.

Pongámonos de pie una por una y contemos valientemente nuestras historias para la gloria de Dios. «Vengan y oigan, todos los que temen a Dios, y contaré lo que Él ha hecho por mi alma». 

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Sobre el autor

Erin Davis

Erin Davis es una autora, bloguera y oradora a la que le encanta ver a mujeres de todas las edades correr hacia el pozo profundo de la Palabra de Dios. Es autora de muchos libros y estudios bíblicos, incluidos Beautiful … leer más …

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