Llegó la noche de la reunión de grupo y necesitaba ser sincera con Dios y conmigo misma; me sentía distraída, desmotivada y necesitada. No es que no me importaran las mujeres a las que iba a dirigir en un par de horas o que no estuviera agradecida por el ministerio que se me había confiado, simplemente... me sentía débil.
Tal vez debería cancelar la reunión. ¿Quizás no vengan todas las mujeres? Señor, ayúdame. Quiero serte fiel, pero sinceramente, preferiría huir. Huir y escaparse no eran precisamente opciones piadosas.
Quizás, como yo, eres una maestra de un grupo pequeño que falla en tener motivos centrados en Cristo, preparación fiel o afecto cálido el 100 % del tiempo. Como maestras podemos luchar en estas áreas por diversas razones:
En primer lugar, somos pecadoras que necesitamos la intervención de Dios para que haga el ministerio a través de nosotras, permitiendo que dé fruto a medida que permanecemos en nuestro Señor Jesús. También somos personas que sufrimos, que nos enfrentamos al quebrantamiento de este mundo con cuerpos y mentes que no funcionan de la forma en que fueron concebidos originalmente. Las relaciones provocan estrés, miedo y dolor en nuestros corazones. Las circunstancias nos afectan y nos debilitan. Estos y otros factores amenazan con debilitar nuestra fidelidad en el trabajo al que Dios nos llama. Maestras, necesitamos ser conscientes de estas realidades.
Recuerda lo más importante sobre quién eres
Pero, hermana, más que cualquier otra cosa, eres una hija de Dios: ¡una santa! Si eres salva por la fe, habiendo nacido de nuevo por obra del Espíritu, eres una mujer que está en Cristo: elegida, santa y amada (Col. 3:12). Estas son las verdades que describen tu identidad eterna como una santa que pertenece al Señor.
Nuestra identidad como creyentes es un fundamento crucial para nuestro ministerio, especialmente cuando luchamos para hacer lo que Dios nos ha llamado a hacer, incluyendo el coordinar grupos pequeños. Cuando nos sentimos mal capacitadas o sin motivación necesitamos recordar: no me pertenezco a mí misma, pertenezco al Señor.
Y luego, oremos: Padre, lléname de una disposición alegre para abrazar lo que Tú me has llamado a hacer. Independientemente de lo que sienta, ayúdame a creer que Tú me has dado todo lo que necesito para amar y guiar a estas mujeres (Heb.13:20-21).
Maduramos como maestras eficaces de grupos pequeños cuando desarrollamos humildemente nuestros dones y reconocemos nuestras debilidades. Debemos comprender que Dios nos ha creado de una manera única y maravillosa y también reconocer que no somos iguales (ver el Salmo 139). Por ejemplo, tus dones espirituales influyen en el tiempo que necesitas y en la facilidad con que te preparas para dirigir un debate, así como en la forma en que responderás a las mujeres de tu grupo que parecen estar constantemente dolidas y necesitadas. Tu personalidad influye en la forma en la que pasas las horas previas a la reunión del grupo. Las introvertidas como yo necesitamos pasar tiempo a solas y en silencio antes de reunirnos con un grupo de mujeres para estar emocional y mentalmente preparadas para enseñar.
La idea principal es la siguiente: ser santas no nos da licencia para ser negligentes o egoístas con respecto al ministerio que Él nos confía. Sin embargo, podemos confiar en que aun cuando seamos infieles, Él es fiel y proveerá abundantemente para toda buena obra que haya preparado para nosotras (Ef. 2:10). Él no nos deja en nuestra debilidad y pecado, sino que nos invita a acudir a Él tal como somos para transformarnos (ver Ro. 8:28-29, Flp. 1:6 y Heb. 4:14-16).
Reconoce que también tú eres una santa que tiene necesidad
Recuerda, ¡no naciste santa! Tu condición es una herencia que te ha sido dada a través del amor misericordioso de Dios en Cristo. Pablo lo dice de esta manera: «Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios» (Ef. 2:8). Sin embargo, el resultado de tu naturaleza pecaminosa permanece. Tu «yo» natural será expuesto diariamente mientras sufres y pecas al vivir en un mundo también quebrantado por el pecado.
El sufrimiento viene de muchas formas. Aquella noche de grupo, mi cuerpo y mi mente estaban cansados. Mi corazón estaba cansado de un día entero escuchando historias dolorosas que me habían confiado mujeres en busca de consuelo y consejo. También lloraba la muerte de un familiar que había vivido durante décadas en la tierra bendita de Dios. Por último, el estrés de una pandemia mundial, las tensiones raciales y las respuestas volátiles a la injusticia estallaban en todo el país. Sufrí dolor cerca y lejos, desde dentro y desde fuera. No me sentía con fuerzas para guiar a otros que también estaban sufriendo.
Me gustaría poder decir que siempre respondo al sufrimiento de manera santa, pero no es así. Aquella noche, respondí inicialmente de forma egoísta cuando me enfrenté a la responsabilidad de dirigir una discusión en grupo para la que no me sentía preparada. Ansiaba la tranquilidad y no tenía ganas de servir a los demás. No me sentía emocionada por morir ante mí misma cuando estaba necesitada, triste y cansada. Qué vergüenza. Pero esa es la verdad.
Maestra, no te creas la mentira de que tienes que ser una versión 2.0 de Ester, Elisabet Elliot y Joanna Gaines, todo en uno. Tanto las heroínas bíblicas como las mujeres cristianas admirables siguen siendo santas que cometen pecados, ¡como nosotras!
¿Está el sufrimiento en tu vida amenazando con desviar la atención de tu corazón hacia Jesús? Él sabe dónde está tu corazón, como sabía cómo estaba el mío ese día cuando me dirigía a una noche de estar «activa» cuando yo solo quería estar «desconectada». El Siervo Sufriente, nuestro Salvador, Jesús, nos permite llevarle humildemente nuestro quebrantamiento, abandonándonos a Su misericordia en el trono de la gracia en nuestro momento de necesidad (Heb. 4:16).
Hermana, ¿hay tentaciones que compiten por la lealtad de tu corazón? Esta es una forma de sufrimiento, pero si cedes a ellas, tu condición de pecadora triunfa. Pensamientos, comportamientos, respuestas, palabras, relaciones, sexualidad, consumo de medios de comunicación, etc., serán áreas que necesitarán la transformación de Cristo a lo largo de tu vida. ¡Anímate! Tu Salvador sabe que vestirse de justicia y despojarse de las actividades pecaminosas es un camino de arrepentimiento que dura toda la vida. Pero también, ¡sé consciente! El pecado es serio y hay que alejarse de él. No te quedes en sus falsos consuelos. Pon tu esperanza en Cristo con una mente sobria, dependiendo de Su gracia mientras persigues la santidad (1 Ped. 1:13).
Tomar conciencia en Cristo transforma nuestra autoconciencia
La sabia conciencia de uno mismo procede en última instancia de la conciencia de Cristo alimentada por la fe. Pablo dijo que es el amor de Cristo el que nos controla y nos envía (2 Cor. 5:14-15), no a vivir para nosotras mismas, sino para los demás. Eso nos incluye a nosotras, a quienes se nos ha encomendado guiar. La sabiduría nos recuerda que no debemos encontrar nuestra identidad en un punto de vista mundano, sino en Cristo, por quien somos una nueva creación (2 Co. 16-17).
Entonces, ¿qué pasó esa noche con mi grupo pequeño? Dirigí, escuché y traté de amar a las mujeres que tenía delante. Dios apareció como siempre lo hace, y tuvimos una dulce y alentadora conversación sobre las Escrituras y cosas de la vida real. Me arrepentí, pidiendo perdón al Señor por mi pereza y egoísmo; Él me consoló con bondad. Y luego, me levanté de haber estado postrada ante el trono de la gracia y seguí adelante.
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