¿Has escuchado alguna vez el término «crisis de identidad»? La mayoría de nosotras está familiarizada con esta frase y la usamos casi bromeando, pero la verdad es que muchas veces las cristianas están en medio de una crisis de identidad sin siquiera darse cuenta. «¿Quién soy?» «¿Quién quiero ser?» Estas son preguntas que cavan nuestra esencia.
Nosotras a menudo nos sentimos presionadas a definir nuestra identidad. El problema (y más peligroso es que la mayoría de las personas son incluso conscientes) es cuando construimos nuestra identidad sobre los fundamentos equivocados.
Cuando servimos dentro del ministerio de mujeres nos encontraremos con un sinfín de ellas que están construyendo su identidad sobre bases o cimientos que pueden derrumbarse bajo presión. Y el hecho de que nosotras seamos maestras, no nos hace inmunes a estas crisis en nuestras propias vidas. No podemos guiar a nuestras mujeres a encontrar la verdadera fuente de su identidad si nosotras mismas estamos en medio de nuestra propia crisis de identidad. ¿Entonces, cuáles son los fundamentos equivocados de nuestra identidad?
Dos fundamentos desmoronados
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Construimos nuestra identidad en torno al pecado.
Esto suena un poco obvio, pero permitámonos pensar acerca de esto antes de que lo obviemos. Son muchas las mujeres que han construido una identidad en torno a su propio pecado. «Yo sé que parezco un poco ruda y severa. Tendrás que pasarlo por alto cuando lo haga, es que tengo ese tipo de personalidad». «Yo sé, debería confiar en el Señor en esto, pero preocuparme es parte de mi naturaleza».
Tomar nuestro pecado e incorporarlo en nuestra identidad es tan sutil, tan fácil de hacer, que nosotras usualmente no notamos cuando lo hacemos, pero definirnos a nosotras mismas por el pecado tiene resultados devastadores.
Primero, esto puede permitirnos justificar ese pecado en lugar de trabajar para matarlo. Nosotras podemos reconocer que la preocupación, el lenguaje tosco, gastar demasiado, la glotonería o cualquier otro pecado en nuestras vidas está mal; pero cuando empezamos a creer que es solo la manera en la que somos, paramos de pelear contra eso.
Podemos decirnos a nosotras mismas que esa es «la cruz que tenemos que cargar» y decimos que no podemos esperar hasta que Jesús venga a hacernos libres de este pecado. Convertimos nuestro pecado como en un pequeño y feo perro de raza con una cadena. Realmente no nos gusta, nos muerde cada vez que lo alimentamos, pero de todos modos lo mantenemos en la familia.
¡La verdad es que Jesús ya nos ha liberado de nuestro pecado! Continuar identificándonos con el pecado después de haber puesto toda nuestra confianza en Jesucristo, es decir una mentira acerca de Cristo. Afirmamos que Él nos ha rescatado de nuestro pecado, luego continuamos revolcándonos en el lodo de donde Él nos sacó.
El mundo sabe que hemos anunciado transformación en el nombre de Cristo, así que Su reputación está en juego cuando nos aferramos a la vieja vida en lugar de caminar en la nueva. Jesús nos hizo completamente nuevas. En Cristo, las cadenas del pecado ya no nos atan más.
Romanos 6:6 -11 dice:
«Sabemos esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado; porque el que ha muerto, ha sido libertado del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él,sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, no volverá a morir; la muerte ya no tiene dominio sobre Él.Porque en cuanto a que Él murió, murió al pecado de una vez para siempre; pero en cuanto Él vive, vive para Dios.Así también ustedes, considérense muertos para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús».
Si estamos diciéndonos a nosotras mismas que no podemos cambiar o le enviamos señales confusas al mundo que observa si Dios realmente nos ha transformado; si construimos nuestra identidad en la base del pecado, entonces mentimos acerca del poder redentor y transformador de Dios. Este fundamento será derrumbado una y otra vez.
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Construimos nuestra identidad en torno a nuestra propia justicia.
Esta es una trampa que particularmente atrapa a las «mujeres buenas de la iglesia». Cuando estamos ocupadas en buenas obras, sirviendo en la iglesia, ministrando en la comunidad, entrenando a nuestros hijos en justicia y cuidando del que sufre, podemos empezar a perder lentamente la mirada de la obra de Cristo si no somos cuidadosas. Todas nuestras buenas obras comienzan a llenar nuestro campo de visión.
Aquellas que sirven en roles de enseñanza en el ministerio pueden ser incluso las más susceptibles. Podemos recibir alabanza y afirmación que pulen esas buenas obras y las hacen parecer más hermosas. Las mujeres a las que servimos pueden decirnos que hemos cambiado sus vidas, que las hemos salvado de una situación desesperada, que si no fuera por nosotras sus vidas serían un desastre ahora.
Si no somos constantemente cuidadosas en desviar esas alabanzas fuera de nosotras y darle la gloria a Dios, a quien le pertenece, comenzaremos a amontonar esas buenas obras en la base de nuestra identidad. Desafortunadamente esa base descansa sobre la arena. «Y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron y azotaron aquella casa; y cayó, y grande fue su destrucción» (Mateo 7:27).
Hay muchos pasajes que advierten sobre la construcción de nuestra identidad con buenas obras. Veamos solo dos:
«Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios;no por obras, para que nadie se gloríe.Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas». -Efesios 2:8-10
«Todos nosotros somos como el inmundo, y como trapo de inmundicia todas nuestras obras justas». -Isaías 64:6
Espero que las maestras en el ministerio de mujeres sean rápidas en anunciar que la salvación es por gracia solo a través de la fe y no por obras. Sin embargo, a veces, aun cuando afirmamos esto podemos continuar basando nuestra identidad sobre nuestras propias obras en lugar de la obra de Cristo, y. esos dos pasajes pueden ayudar a remediar esto.
En Efesios 2 vemos no solo que nuestras obras no pueden salvarnos, sino que cualquier buena obra que hagamos después de la salvación es la obra de Dios en nuestras vidas. Dios preparó estas obras para que nosotras las hagamos y trabajó en nosotras al hacernos capaces para llevarlas a cabo. Nada bueno en nosotras proviene de nosotras mismas. De hecho, Isaías dice que incluso nuestras obras más justas son como trapo de inmundicia comparada a la justicia de Dios. Todo es por Su gracia. Construir nuestra identidad sobre la base de nuestra propia justicia es muy peligroso en realidad. Se derrumbará y grande será su caída.
El único y verdadero fundamento
Entonces, ¿cuál es nuestra identidad como mujeres rescatadas y redimidas por Jesucristo? Somos transformadas. Él hace todas las cosas nuevas. Él toma la historia del pecado y las heridas, y escribe una nueva historia de sanidad y justicia en la cual Él es el personaje principal. Él toma nuestra esclavitud y nos da libertad. Él toma nuestros lamentables intentos de justicia y nos ofrece Su propio expediente perfecto. De hecho, Él toma nuestros propios esfuerzos fallidos de construir nuestra propia identidad y nos ofrece Su identidad.
Considera las increíbles promesas en este pasaje:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo.Porque Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él.
En amornos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme a la buena intención de Su voluntad, para alabanza de la gloria de Su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado.
En Él tenemos redención mediante Su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de Su graciaque ha hecho abundar para con nosotros. En toda sabiduría y discernimientonos dio a conocer el misterio de Su voluntad, según la buena intención que se propuso en Cristo,con miras a una buena administración en el cumplimiento de los tiempos, es decir, de reunir todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra.
También en Él hemos obtenido herencia, habiendo sido predestinados según el propósito de Aquel que obra todas las cosas conforme al consejo de Su voluntad, a fin de que nosotros, que fuimos los primeros en esperar en Cristo, seamos para alabanza de Su gloria.
En Él también ustedes, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de su salvación, y habiendo creído, fueron sellados en Él con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de Su gloria (Efesios 1:3-14, énfasis añadido).
Mira todas esas promesas. Medita en ellas. Deja que se filtren en cada fibra de tu ser. Si tú estás en Cristo, todas son verdaderas para ti. No hay identidad que podamos construir por nosotras mismas que pueda estar cerca de encajar con la que Cristo nos ofrece. Descansa en Él hoy. Permite que tu identidad sea Cristo, y entonces podrás ayudar a las mujeres que sirves a encontrar su identidad en Cristo también.
¿Has estado construyendo tu identidad en un fundamento equivocado? ¿Ves a las mujeres que sirves sufriendo por crisis de identidad? Pide al Señor que te ayude a comprender la verdad de Sus preciosas promesas para tu propia vida y para las mujeres que sirves.
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