Hace algunos años, los televidentes enviaron casi 500 millones de votos para apoyar a su concursante favorito en American Idol. Es natural que alabemos aquello que disfrutamos.
Promovemos la música de nuestro artista favorito, discutimos las habilidades de un atleta admirado, recomendamos la comida de un buen restaurante, o describimos la belleza de un lugar especial de vacaciones. Prácticamente todas nosotras hemos escuchado a un joven enamorado hablar con entusiasmo desmedido sobre la chica que ha cautivado su corazón.
Lo que nos deleita va de la mano con la alabanza. Cuando algo o alguien nos emociona, no podemos evitar expresarlo. El regocijo no se completa sino decimos algo. Las expresiones de asombro siguen a lo que nos place, igual que el relámpago es seguido por el estruendo del trueno.
En una ocasión, C.S. Lewis dijo, «La alabanza no solo expresa, sino que completa el gozo; es su cumplimiento esperado». En otras palabras, la alabanza significa para el regocijo lo mismo que cruzar la meta representa para el correr la carrera. Disfrutar algo, nos conduce a alabarlo. Se encuentran tan estrechamente unidos que la ausencia de uno, generalmente implica la ausencia del otro. Esto ayuda a explicar la razón detrás del mandamiento de la Biblia de alabar a Dios. Al mandarnos a alabarle, en esencia, Dios nos invita a disfrutarlo.
Aumenta tu alabanza
¿Con qué frecuencia y qué tan eufóricamente alabas a Dios? El escritor de Hebreos animó a sus amigos «ofrezcamos continuamente mediante Él, sacrificio de alabanza a Dios, es decir, el fruto de labios que confiesan su nombre» (Heb. 13:15).
Es mucho lo que este versículo nos enseña sobre la oración. Primeramente, la palabra «confiesan» indica que la alabanza es algo que hacemos verbalmente. Otras versiones usan la frase «fruto de labios» para traducir la palabra hebrea original.
La alabanza no puede contenerse en silencio. Rebosa del corazón y se derrama a través de los labios. Como dijo David “Bendeciré al SEÑOR en todo tiempo; continuamente estará su alabanza en mi boca” (Sal. 34:1).
La segunda lección que aprendemos de este versículo es que la alabanza debe ser continua. La alabanza va más allá de lo que hacemos en la iglesia los domingos. Y abarca mucho más que elevar un canto de alabanza. La Biblia dice que «continuamente» debemos alabar a Dios en voz alta.
Otra cosa que la Biblia nos insta a hacer continuamente, es a orar. Éstas no están desvinculadas entre sí. La alabanza es una parte importante de la oración. Al final, la oración no es más que hablar con Dios, y la alabanza es simplemente expresarle lo que amamos de Él. La alabanza aumenta nuestro deleite en Él –lo cual, a su vez, aumenta nuestra alabanza. Por eso se nos manda a alabarlo todo el tiempo.
Otro punto importante que debemos tomar en cuenta respecto a la alabanza es que implica «sacrificio». Bajo el sistema del antiguo pacto, los judíos tenían la opción de traer al templo, una ofrenda de granos, como un sacrificio de alabanza y acción de gracias a Dios. El sistema sacrificial terminó con la muerte y resurrección de Jesús. Sin embargo, aún podemos elegir honrar a Dios dándole un tipo distinto de sacrificio –la alabanza de nuestros labios.
El diccionario define sacrificio como «la rendición de algo deseable a fin de obtener una concesión mayor o más apremiante». Se le llama sacrificio porque implica renunciar a algo. Tiene un costo. ¿Qué necesitarías sacrificar para alabar más a Dios? ¿Un poco de sueño? ¿Tiempo de mirar TV? ¿Escuchar el radio mientras conduces al trabajo? La alabanza es un sacrificio porque nos cuesta tiempo y esfuerzo.
La lección final que encierra este versículo tiene que ver con el contenido de nuestra alabanza. Después de elevar algunos «Alabado sea el SEÑOR» y «Aleluyas», muchas de nosotras nos atoramos y no sabemos qué más decir. La alabanza es algo mucho más rico y profundo que esos clichés religiosos. De acuerdo al Salmo 66, alabamos al proclamar «la gloria de Su nombre» (v. 2).
¿Sabías que la Biblia registra cientos de nombres de Dios? Cada uno revela algo especial respecto a Su carácter y personalidad. La alabanza implica identificar y reconocer estas cosas. Tal como un hombre enamorado expresa admiración por su amada –diciéndole cuánto ama el brillo de sus ojos o el aroma de su piel – de la misma manera, nosotras podemos hablar de la gloria del Señor en oraciones de alabanza. Hay tanto que alabar, porque Sus maravillas son muchas. Como el salmista dijo, «¡Aleluya! Dad gracias al SEÑOR… ¿Quién puede relatar los poderosos hechos del SEÑOR, o expresar toda su alabanza?» (Sal 106:1-2).
Alaba Su Nombre
Hay cientos de nombres de Dios en las Escrituras. Inicia tu alabanza pensando y orando con los que se listan debajo:
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Creador (Is. 43:15).
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Dios Santo (Is. 57:15).
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El SEÑOR Fuerte y Poderoso (Sal. 24:8).
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Majestuoso (Ex. 15:11).
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Señor de Reyes (Dn. 2:47).
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Dios Eterno (Is. 40:28).
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Dios Grande y Temible (Dt. 7:21).
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Dios Compasivo y Clemente (Ex. 34:6).
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El SEÑOR mi Pastor (Sal. 23:1-3).
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El SEÑOR mi Refugio (Sal. 91:9-10).
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Dios de toda Consolación (Is. 51:3).
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Padre de Huérfanos (Sal. 68:5).
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Refugio (Dt. 33:26-27).
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Dios Fiel (Dt. 7:9).
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Dios de mi alabanza (Sal. 109:1).
¿De qué maneras podrías aumentar tu alabanza a Dios? ¿En cuáles de estos nombres de Dios podrías enfocar tus oraciones de esta semana?
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