¿Has perdido el asombro ante la majestad de Dios?

Escrito por Lucía Armir

«Otra parte cayó entre espinos y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron…» Lucas 8:7

Hace un tiempo mi esposo y los niños nos preparamos para ver ir al campo a ver una lluvia de meteoritos conocida como «Perseidas». A mi marido le gusta mucho la astronomía y está enseñando algunos conceptos básicos a los niños al respecto. Así que allí estábamos viendo ese espectáculo de estrellas que caían. Yo nunca había visto una lluvia de estrellas, fue realmente muy bonito. 

Al día siguiente mi esposo me enseñó las fotografías. Había una muy bonita donde se apreciaba muy bien la vía láctea y me quedé muy sorprendida al escuchar su explicación, pues para lograr esa imagen tuvimos que salir al campo a varios kilómetros de la luminosa ciudad, a una zona oscura libre de esa «contaminación luminosa». Además el objetivo de la cámara tuvo que tener el lente abierto durante un tiempo suficiente como «contemplando el cielo» hasta que la cámara captó la suficiente luz para obtener esa imagen. 

Esto me recuerda mucho de cómo necesitamos apartarnos de los brillos de este mundo y buscar una íntima comunión con Dios para contemplar la majestad de Dios. También es necesario permanecer tiempo suficiente contemplando su palabra y meditando en ella en oración, hasta que podamos captar en plenitud la majestuosidad de nuestro Dios. 

En la Biblia leemos cómo los israelitas se levantaban en fe y prometían seguir al Dios verdadero y abandonar sus ídolos, pero prontamente se desenfocaban y caían en peores pecados. Vemos en el libro de Josué, que Él les exhorta a abandonar los ídolos y volverse a Dios. El pueblo escucha, dice arrepentirse y promete servir a Dios, pero a continuación vemos que cada uno hacía lo que bien le parecía. 

Hoy vivimos en tiempos donde podríamos decir que cada quien vive y hace lo que bien le parece, pero nosotros como pueblo de Dios a veces empezamos a dejarnos ocupar por esa gran cantidad de quehaceres que, en efecto, nos mantienen ocupadas, pero que si no nos esforzamos en esa búsqueda íntima y profunda del Señor, vamos perdiendo el asombro y por tanto nuestro sentido de propósito en esta vida. 

Creo que se nos dificulta en nuestros días, porque estamos llenos de quehaceres, de prisas, de actividades, y de «necesidades», que nos roban las fuerzas, el tiempo y muchas veces el gozo. Las mujeres que estamos sirviendo a otras hermanas no somos inmunes a este tipo de vida acelerada, atendiendo muchas demandas; las de nuestros hijos, esposos, los quehaceres de casa, trabajos fuera de casa y el ministerio. Cada uno requiere bastante dedicación. Aún así debemos detenernos y meditar sobre la etapa de vida en la que nos encontramos. Nos debemos detener y reconocer que, cualquiera que sea el ritmo que llevemos, si algo necesitamos es nutrirnos de esa vid verdadera que sustenta continuamente a sus pámpanos.

Ahora, ¿cómo hacemos para no desenfocarnos y perder el asombro ante la majestad de Dios?

El escritor A.W Tozer dice en su libro del Conocimiento del Dios Santo «La realidad más portentosa acerca de cualquier ser humano no es lo que él pueda decir o hacer en un momento dado, sino la forma en que concibe a Dios en lo más profundo del corazón». 

Para nosotras como sus hijas, es vital que podamos tener un conocimiento profundo de nuestro Dios, aquel que nos ha adoptado como hijas, borrando nuestra culpa y otorgándonos vida eterna juntamente con Él para disfrutar de Él para siempre. 

Quiero mencionar 3 elementos que veo esenciales en el conocimiento y también en la permanencia en Dios:

1. Permanecer en la Palabra: Nuestro tiempo de lectura y meditación de la Palabra es fundamental, aunque muchas veces vivimos tan apresuradamente que nos vamos acostumbrando a breves tiempos de lectura y de oración. Me llama la atención como varios personajes de la Biblia estudiaban las Escrituras y oraban, y eso iba muy de la mano con sus vidas en un genuino caminar con Dios. 

Cuando permanecemos en la Palabra, una y otra vez somos llevados al evangelio y esto nos recuerda nuestra condición desde donde hemos sido rescatados, lo cual a su vez nos lleva a considerar la abundante misericordia de Dios, su inmenso e inagotable amor, y sentir en lo más profundo de nuestro ser como decía el apóstol Pablo «que el amor de Cristo nos constriñe, nos obliga...» Y es que deseamos ahora vivir para Él, para su Gloria, para agradarle. Nos lleva a decir como el salmista «el gozo del Señor es mi fortaleza».

2.  Orar en todo tiempo: La oración es esencial porque entre otras cosas, revela nuestra dependencia al Señor y nuestra gratitud a sus muchas bondades. 

3.  Tener comunión con los hermanos y edificarnos unos a otros: La vida en solitario del cristiano no existe, Jesús es el mayor de muchos hermanos. «Así nosotros, siendo muchos somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros»- Romanos 12:5. Así que necesitamos interaccionar con los demás, necesitamos de las vidas de los hermanos. Como mujeres necesitamos de esas amigas que son realmente como hermanas, que nos alientan, nos animan y nos desafían a ser más como Jesús, a buscar la santidad, a caminar con reverencia por la vida, recordándonos que servimos a un Dios, Santo, Santo, Santo. 

Como escribió San Agustín «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti». Y es así, nuestra alma tiene anhelos muy profundos de Dios, el problema es que, como el pueblo de Israel, empezamos a llenarnos de muchos otros ídolos que nos sacian temporal y superficialmente, ídolos que son como cisternas rotas, que no retienen agua. 

La parábola del sembrador habla de la palabra que cae entre espinos. El terreno en el que cae la semilla hace referencia al corazón; se refiere a los engaños que hay en esta tierra, los brillos que ahogan la Palabra y la hacen infructuosa. Los seres humanos nos sentimos atraídos por el brillo, por el oro, por la plata, nos encanta ser deslumbrados, pero la gloria de Dios es mucho más atractiva que todo eso. 

Pero para quedar extasiados por esa imagen de Dios que el hombre carnal no puede ver, como el fotógrafo, necesitamos apartarnos a lugares donde los brillos se opacan. Y así como esa imagen del fotógrafo no se capta en poco tiempo, sino que necesita de un tiempo prolongado para que la cámara vaya formando esa imagen poco a poco, así nosotros necesitamos contemplar la Palabra hasta que la imagen de Cristo sea reflejada en nosotros.

Ese contemplar no es un proceso automático de leer, memorizar o entender intelectualmente la Palabra, sino que significa exponernos a ella, hasta que esta Palabra atraviese lo más profundo de nuestro ser, hasta tener la certeza de que hemos tenido un encuentro con Él. Esto implica tiempo, esfuerzo intelectual, humildad y un corazón apasionado por su Señor. 

«Más la que cayó en buena tierra, estos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída y dan fruto con perseverancia». Lucas 8:13

Es mi oración que el Señor nos libre de los ídolos del corazón. Que por la gracia de nuestro Señor Jesucristo que ha cambiado nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, podamos ser llenas de su Espíritu, haciendo Él en nosotros lo que es agradable delante de Él, por los méritos de Jesucristo.

Que por Su gracia nos capacite para vivir conscientes de Su favor, de Su llamado y que el gozo y anhelo por estar en Su presencia eternamente nos ayude a vivir en expectativa, reteniendo la Palabra y dando fruto con perseverancia, mientras el día viene; ese día en que ya no habrá más dolor, ni más lucha con el pecado, y sea Dios, tan solo Dios, y estemos disfrutando del gozo pleno que habrá en el cielo.

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