No es una experiencia inusual, pero aun así duele. Empieza con una simple pregunta de domingo por la tarde: «¿Has visto a Billy y Amy últimamente?». «No, hace tiempo que no los veo, ¿y tú?». Ambas se dan cuenta de que han estado faltando al culto los últimos domingos. Durante una reunión de café la semana siguiente, te cuentan que han decidido ir a otra iglesia.
¿Qué? ¿Cuándo pasó esto? ¿Por qué? ¿Cómo? Buscas dentro de ti tratando de entender cómo es que esto pudo suceder. Esta era una pareja en la que habías invertido profundamente. Compartieron comidas alrededor de tu mesa. Fuiste la anfitriona de su baby shower. Te reuniste con ellos mientras sufrían y te sentaste en la sala de espera mientras ella era intervenida quirúrgicamente. Prometiste orar cada vez que te lo pedían, y lo hiciste. Les llevaste comida cuando estaban enfermos. Construiste puentes de amor para ellos en tu iglesia y les ofreciste maneras significativas de servir a los hermanos de la congregación. Y, sobre todo, visualizaste una larga amistad en el futuro.
Entonces se alejaron. Sientes la pérdida, el rechazo y la culpa de haberles fallado de alguna manera, y quizá incluso al Señor Jesús. La tristeza te invade cuando piensas en ellos. Los ves de lejos en las redes sociales y te preguntas cómo estarán. Llega su cumpleaños, ¿deberías enviarle una tarjeta? Incluso empiezas a preguntarte si tienes el valor de seguir abriendo tu casa y tu corazón a los demás.
¿Alguna vez te ha pasado algo similar? Si has estado en el ministerio por más de un año, estoy segura que sí. ¿Cómo es que nosotras como esposas de pastores podemos continuar sirviendo a nuestro Rey y a Su pueblo cuando pareciera que por más que damos nunca es suficiente? Aquí hay algunas sugerencias que creo te ayudarán:
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Escucha a Jesús
En primer lugar, escucha a Jesús en lugar de murmurar contigo misma. No malgastes tu energía espiritual y emocional (que, para empezar, es limitada) discutiendo dentro de tu propia cabeza. Deja que Jesús hable a tu corazón. ¿Está hablando palabras de convicción? ¿Hay formas en las que Él quiere que cambies? Si es así, hazlo inmediatamente.
Pero si no es así, si no puedes oír Sus palabras de sagrada convicción mientras tratas de explicar esta pérdida, entonces pídele que te ayude a entregar a estas amigas a Él como una ofrenda, un sacrificio de servicio a tu Salvador.
«Por tanto, ofrezcamos continuamente mediante Él, sacrificio de alabanza a Dios, es decir, el fruto de labios que confiesan Su nombre. Y no se olviden ustedes de hacer el bien y de la ayuda mutua, porque de tales sacrificios se agrada Dios». -Hebreos 13:15-16
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Mira a Jesús
Fija tus ojos en Jesús. Imítale. Él vino a servir, no a ser servido. Su vida fue una ofrenda a Su Padre para que hiciera con ella lo que quisiera. Jesús dio todo de Sí mismo, sabiendo incluso antes de ofrecer Su vida que habría dolor, pérdida y rechazo en la ofrenda. Y Él nos llama a seguirle:
«Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les ha ordenado, digan: “Siervos inútiles somos; hemos hecho solo lo que debíamos haber hecho”». -Lucas 17:10
Él nos entiende. Mira a Jesús. Él es capaz de compadecerse de nuestras debilidades. Mientras nos acercamos confiadamente al trono de la gracia recibiremos misericordia, y hallaremos gracia para la ayuda oportuna (Hebreos 4:16).
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Vive para Jesús
Que tu vida sea un sacrificio para el Rey. Él valora el dinero que gastas, el amor que ofreces. Él lo cuenta como amor ofrecido a Él. Animémonos las unas a las otras a ministrar con las manos abiertas, unas manos que reciban a la gente con amor, les sirvan generosamente y les dejen marchar sin amargura. Todo ministerio es una ofrenda de manos abiertas a Él, pues sabemos que «nuestro trabajo en el Señor no es en vano» (1 Corintios 15:58).
¿Te ha ocurrido alguna vez la situación que te he compartido hoy (o algo similar)? ¿Cómo estás aprendiendo a servir al Señor con las manos abiertas?
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