Fomentando comunidad, no competencia, en tu iglesia

Cuando mis niños estaban en preescolar, me pidieron dirigir un estudio bíblico en la iglesia. Nuestro grupo se reunía los jueves en las mañana, la misma mañana en que se reunía el grupo de madres en el otro salón al final del pasillo. Amaba esto porque significaba que mis niños podían participar en el maravilloso programa de cuidado infantil a esa hora. Por otro lado, estos dos grupos funcionaban independientemente el uno del otro. Tal vez demasiado independientes.

Recuerdo haber hablado con Sarah durante el verano, un domingo por la mañana en la iglesia. Sarah era una mujer piadosa con hijos adultos, y yo siempre había querido conocerla mejor. Le dije, «Sarah, escuché que no serás una de las mentoras del grupo de madres este año. ¿Podrías considerar ser parte de las que dirigen el estudio bíblico? Necesitamos un par más». 

Con una mirada de sorpresa en su rostro, me dijo, «Oh, yo … yo nunca podría hacer eso. El grupo de madres podría encontrar eso altamente ofensivo». 

¿Ofensivo? ¿Dirigir un estudio bíblico? Le dije a Sarah que no entendía, pero se esforzó en articular el por qué. Ella dijo, «Podría considerar dirigir uno de los grupos nocturnos si lo necesitan, pero no podría dirigir uno matutino». Me marché desconcertada y decepcionada.

Aproximadamente un mes más tarde, estaba en el parque con otras madres de la iglesia, y mientras empujábamos a nuestros hijos en los columpios, dije: «Deberían considerar unirse al grupo de estudio bíblico este año. Creo que les gustaría mucho lo que estaremos estudiando». Mis amigas se notaron incómodas frente a esta sugerencia. Una de ellas dijo, «Oh, creo que me sentiría demasiado culpable. «¡Me sentiría como una traidora!» ¿Una traidora? ¿Por asistir a un estudio en su propia iglesia? De nuevo, le dije a mi amiga que no entendía. Las demás se sumaron, coincidiendo en que parecería desleal. «¿Te imaginas pasar por delante del grupo de madres de camino al grupo bíblico?», expresó una de ellas. «¡No lo soportaría!»

Sin embargo, estoy segura de que tanto el grupo de estudio bíblico como el de madres estaban dirigidos por mujeres piadosas que usaban apasionadamente sus dones espirituales para servir al Señor. De igual manera estoy convencida de que ninguna de las líderes del estudio bíblico dijo, «¡Intentemos robar algunas de las jóvenes del grupo de madres!» Y ninguna de sus líderes expresó, «Si dejas este grupo, serás vista como una traidora.» 

A pesar de esto, aunque estas cosas no fueron expresadas en voz alta, el mensaje estaba siendo claramente recibido. Había un trasfondo de competencia que corría por el pasillo entre estos dos grupos.

¿Tienes una situación como esta en tu iglesia o ministerio? Tal vez una iglesia a pocos kilómetros está creciendo mientras que la tuya se está reduciendo. Tal vez tu grupo de estudio bíblico está comprometido con los demás y se conecta profundamente, mientras que el otro ministerio está desvinculado y es poco sincero. O tal vez las mujeres mayores se quejan de que la iglesia siempre satisface las peticiones de las más jóvenes.

¿Qué podemos hacer de manera individual y como mujeres que sirven, para ayudar a fomentar un sentido de comunidad y no de competencia, en nuestras iglesias y ministerios? Pensando en estos dos grupos de los jueves por la mañana, podría haber tenido algunas ideas de programación para ayudar a conectar y disipar la rivalidad. Sin embargo, dudo que el trasfondo de la competencia se debiera a la falta de coordinación. La unidad se construye cuando nosotros, individualmente y como líderes, lidiamos con nuestro propio sentido de inferioridad y superioridad ante el Señor. 

Comunidad

Comunidad es unidad colectiva. Significa que cada uno de nosotros pertenece y está conectado a los demás. Cultivamos la comunidad que anhelamos al buscar la unidad que Dios ordena. Efesios 4:3 dice. «Esforzándose por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz». Filipenses 2:2 nos exhorta a estar «en un mismo sentir y unidos en un mismo espíritu». 

La competencia crea desunión entre las personas, lo cual desintegra a la comunidad en su conjunto. Cuando una mujer se compara con los demás y trata de superarlos o se mide a sí misma en contra de ellos, aunque considere que sus actitudes son privadas o sutiles, afecta a todo el grupo más de lo que pueda imaginar. Así como mis amigas que al sentirse destrozadas con respecto a transferirse al estudio bíblico, nos permiten percibir un sutil trasfondo de rivalidad. 

Entonces, ¿cómo podemos reemplazar nuestros celos, decepciones y rivalidades con comunidad? Usualmente tratamos de usar las cosas que tenemos en común para construir la unidad, pero la respuesta del apóstol Pablo podría sorprenderte. Él nos dice que consideremos no solamente nuestras similitudes, sino también nuestras diferencias. 

¿Dejar de compararse?

Muchos dicen que para construir la unidad necesitamos «dejar de compararnos». Algunos de los habitantes de Corinto se comparaban y se sentían superiores (1 Cor. 12:21-24). Otros se comparaban y se sentían inferiores (1 Cor. 12:14-20). Veamos las palabras de Pablo en estos versículos: 

 «Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios el que hace todas las cosas en todos» 1 Cor. 12:4–6.

Necesitaban ver que su unidad no estaba construida sobre la uniformidad, sino sobre las diferencias que Dios diseñó.

Comparándote en el pasillo

Tomemos las tres instrucciones que nos ofrece Pablo en estos versículos para aplicarlo a nosotras mismos. Escoge el ministerio, maestra o iglesia con la que estás más tentada a comparar y competir, y mientras lo piensas, haz también un inventario de tu corazón. ¿Te sientes secretamente celosa y amenazada? ¿Te sientes orgullosa y demasiado importante? Detente por un momento y anota una descripción de este ministerio «al final del pasillo» y cómo está respondiendo tu corazón a ello. 

¿Lista? Ahora rellena los espacios en blanco con el nombre de la iglesia, ministerio o maestra que has escogido, y considera las siguientes tres verdades.

  1. _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ está dotado por el mismo Espíritu. 

Dios ha puesto en nuestras manos dones espirituales destinados para el pueblo de Dios. Como enfatiza 1 Corintios 12:4, tenemos una diversidad de dones, que tienen el propósito de ser compartidos como un estilo buffet de alimentos. Sería una pena que todos trajeran lo mismo. 

Nuestros dones son variados, así como nuestros ministerios y pasiones. En la ilustración que compartí, del ministerio de madres, este fue probablemente formado por una mujer con dones para la mentoría y el de la consejería, mientras que el estudio de la Biblia fue probablemente formado por una mujer con un don para la enseñanza y la exhortación. Estas diferencias fueron a propósito y por diseño de Dios. 1 Corintios 12:18 dice, «Ahora bien, Dios ha colocado a cada uno de los miembros en el cuerpo según le agradó».

En tu mente, piensa en el ministerio que has escogido y nota las diferencias formadas por estos diversos dones espirituales. Entonces expresa «______________ está dotado por el mismo Espíritu que yo», y alaba a Dios por nuestras diferencias. 

  1. _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ sirven al mismo Señor.

No solamente nuestros dones son distintos y variados, sino también nuestra manera de servir. Piensa en la palabra «siervo». El siervo no es el que trata de superar a los demás. Es el que se inclina para humillarse a sí mismo.

¿Cómo se inclina tu iglesia a servir de una manera diferente a la que otros sirven? ¿Hay una necesidad o un tipo de personas a las que cada uno de ustedes está respondiendo de manera específica? ¿Cómo te ha colocado Dios para servirle de un modo distinto y único?

El problema está cuando asignamos valor a estas diferencias. En la iglesia, no tenemos una jerarquía de servicio. El servicio de una maestra que dirige el grupo de madres no es más importante que el de una que dirige el estudio bíblico. El que sirve en una pequeña iglesia no es menos útil que el que sirve en una iglesia grande. El que sirve a un grupo próspero no tiene más valor que el que sirve a un grupo quebrantado y con luchas. 

Medita con quiénes has estado tentada a compararte y competir. Imagínate a esa persona dirigiéndose a servir de manera única ante Dios, y expresa: «____________ sirve al mismo Señor que yo». Alabado sea Dios por su servicio.

  1. _ _ _ _ _ _ _ _ _ está capacitada por el mismo Dios. 

Si tienes el poder de Dios, no necesitas ningún otro ingrediente. Si alguna vez has experimentado el favor de Dios, sabes que esto es cierto. Cuando Dios imparte Su poder en un esfuerzo o «actividad» de un ministerio no importa cuánto talento en bruto tengan los contribuyentes. Dios compensa cualquier carencia. De hecho, a menudo escoge a los pequeños y débiles para que su poder sea significativamente manifestado. (2 Cor. 12:9).

Mira a los ministerios cercanos a ti y considera cualquier resultado favorable que ellos hayan experimentado como evidencia del poder de Dios. Ahora considera cualquier dificultad, defecto o debilidad en la que ellos están limitados como nuevas oportunidades para que Dios muestre su gran poder. Entonces expresa, «_____________ están capacitados por el mismo Dios que yo». 

Amiga, el enemigo quiere dividirnos con celos, rivalidad, egocentrismo y orgullo. Pero nuestro Jesús cultiva la unidad entre miembros que son tan diferentes como puedan ser, pero que sirven al mismo gran Dios. 

¿Cuál de estas tres instrucciones de Pablo fue la más confrontadora para ti? ¿Cómo puedes ayudar a la comunidad (no a la competencia) a desarrollarse en tu iglesia o ministerio adoptando la manera única en que Dios te ha posicionado y equipado para servirle? ¿Cómo puedes fomentar la comunidad (no la competencia) abrazando la particularidad en que Dios ha posicionado y equipado a otras personas para servirle? 

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Sobre el autor

Shannon Popkin

Shannon Popkin es una conferencista y escritora de Grand Rapids, Michigan, quien disfruta combiner su amor por el humor y el contar historias con la pasión por la Palabra de Dios.

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