«Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados». Mateo 5:4
Desde hace algunas semanas experimentamos una combinación de conmoción, tristeza y ansiedad. De repente, nos encontramos educando a nuestros niños en casa, con montones de papel acumulado y muy poca vida social. Como Alicia en el país de las maravillas cuando cayó por la madriguera del conejo, así se vuelven nuestras vidas cada día más extrañas. Y aparte de higienizar nuestras manos y del distanciamiento social, realmente no tenemos el control sobre la pandemia y el cambio mundial que nos rodea.
Esta pandemia global nos ha dado una razón para llorar. Muchas personas están sufriendo con la pérdida de seres queridos y la caída de la economía; pero Dios no nos ha dejado sin esperanza. El cristianismo tiene métodos para ayudarnos a procesar el duelo y a seguir adelante. Aun cuando nos tambaleamos por las consecuencias de la pandemia en nuestras vidas, podemos animarnos a llorar con esperanza y a encontrar consuelo en las promesas de Dios.
Tiempo para llorar
Cuando Jesús dijo: «Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados», no nos prometió una vida fácil. De hecho, Él dice claramente que vamos a llorar.
Como vivimos en un mundo caído, experimentamos dolor y pérdida. Durante estas semanas, muchas personas han dejado de recibir ingresos y están sufriendo por la pérdida de su estabilidad económica. Otros ya no tienen a sus seres queridos a su lado. Todos estamos sufriendo la pérdida de la comunión y de la normalidad, nadie sabe qué nos deparará el mañana.
Al ser esposas de pastores y líderes del ministerio de mujeres, estamos rodeadas de personas dolidas. Y es en este momento cuando podemos «llorar con los que lloran» (Ro. 12:15). No hay necesidad de apresurar a las personas a salir de su sufrimiento. Así como Israel cantaba salmos de lamentación, así también nosotras necesitamos oportunidades para lamentarnos con nuestra iglesia local. Ahora es el tiempo para oídos comprensivos, abrazos espirituales y oraciones intercesoras.
Eres bendecida
Aun cuando lloramos, Jesús nos recuerda que somos bendecidas. Nuestro lamento no es el final de la historia. En Cristo tenemos una estrecha relación con Dios y una herencia espiritual aguardándonos. Nuestras vidas, no importa que tan desoladas se vean en este momento, están aseguradas en Él.
Algunos veranos atrás, mi familia visitó un lago que tenía un parque inflable flotante. Fue una experiencia reveladora, por así decirlo, pues me di cuenta que mi habilidad física y mi agilidad se habían disminuido significativamente desde mi niñez. Torpemente me trepaba y resbalaba, mientras los niños gritando y rebotando hacían que yo cayera dentro del agua. Completamente incapaz de poder regresar a ese loco brincolín inflable, sentí una gran impotencia cuando me hundía, hasta que la fuerte mano de mi esposo me haló de regreso.
Las pandemias son aterradoras. Pueden hacernos sentir como una madre de mediana edad, que no está en forma, siendo sacudida por un inflable; sin embargo, Cristo es esa mano sólida que nos sostiene y nos levanta. Él es «el ancla segura y firme de nuestra alma» (Heb. 6:19). Él es lo único sólido en un mundo cambiante y deforme.
Las palabras de Jesús en Mateo 5 no tienen sentido para el mundo. ¿Cómo puede ser posible que el llorar sea una bendición? Pero Jesús afirma que esto es una realidad para el creyente. Aún cuando lamentamos las pérdidas a nuestro alrededor, estamos unidas a Cristo y colmadas de «toda bendición espiritual en los lugares celestiales» (Ef. 1:3).
Lamenta con esperanza
Jesús prometió que aquellos que lloran serán consolados. Nuestros lamentos solo tienen sentido si los vemos a la luz de la eternidad. Nosotros no sufrimos «como lo hacen los demás que no tienen esperanza» (1 Tes. 4:13). Los cristianos se lamentan con esperanza, esto puede parecer una contradicción, pero sí es posible experimentar ambas cosas al mismo tiempo. Lamentamos la pérdida hoy, pero nuestra esperanza es que Cristo viene otra vez. Su venida nos da esperanza porque Él limpiará toda lágrima de nuestros ojos. La muerte, el sufrimiento y el dolor desaparecerán (Ap. 21:4).
La crisis de salud actual ha traído muchos retos a nuestras vidas; no obstante, mientras lamentamos nuestras pérdidas, seamos conscientes de nuestras riquezas espirituales en Cristo. Esta prueba es una oportunidad para soltar aquellas cosas que nos daban una falsa seguridad, pues a menos que Cristo regrese pronto, moriremos físicamente y no podremos llevarnos nuestro dinero a dónde vamos. Sin embargo, la mano poderosa de Cristo nos da seguridad eterna. Quizá, al animarnos unas a otras a aferrarnos a Cristo en medio del caos que nos rodea, también podamos encontrar seguridad y esperanza duraderas.
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