El peligro de enseñar

Todas las mujeres están llamadas a enseñar ya sea por precepto o por ejemplo. En Tito 2 vemos este mandamiento con claridad, pero hoy vamos a referirnos de manera especial a aquellas mujeres que Dios les ha dado un don de enseñanza y que lo usan de una manera más formal en sus iglesias. Enseñar la Palabra de Dios siempre será un gran privilegio, pero por nuestra naturaleza caída, debemos estar atentas y poner vigilancia sobre nuestros corazones que, sabemos por la Palabra, son engañosos (Jeremías 17:9).

Con el paso del tiempo, Dios ha traído enseñanzas a mi vida mostrándome debilidades en mi propio corazón. Aquí se las quiero compartir:

  • No tenemos nada de que gloriarnos. Todos los dones, incluido el de enseñanza, son dados por Dios y para Su gloria. 1 Corintios 4:7 nos dice: «…¿Qué tienen que Dios no les haya dado? Y si todo lo que tienen proviene de Dios, ¿por qué se jactan como si no fuera un regalo?» (NTV). En otras palabras, no eres especial porque enseñas, eso no te hace mejor que nadie. Si enseñas y enseñas bien, es porque Dios escogió «simples siervos» a los que encargó la tarea de explicar los misterios de Dios (1 Corintios 4:1).
  • Este material es bueno para enseñarlo a otras hermanas. Cuando leo o me expongo a buenos materiales, tengo el anhelo inmediato en mi corazón de compartirlo con las hermanas. Esto en sí mismo no es malo, el problema es que con más frecuencia de lo que quisiera admitir, me veo de una manera inmediata pensando y estructurando en mi cabeza cómo lo enseñaría. ¿Dónde está el peligro de esto? Mi mente de maestra me lleva a pensar en lo bueno que esto sería para otras hermanas sin traerlo primero a mi propia vida. Aunque lo creo y veo su importancia, me he descubierto preparando algo que no lo he usado como espejo para mi propio corazón. Romanos 2:21 nos dice: «Ahora bien, si tú enseñas a otros, ¿por qué no te enseñas a ti mismo? ...» (NTV). Entonces debemos mirarnos a nosotras mismas en el espejo de la Palabra primero y pedirle al Señor que nos muestre lo torcido.
  • Somos el ejemplo perfecto de lo que enseñamos. Todos tenemos la tendencia generalizada de pensar que quien enseña, cumple todo lo que dice y lo hace de una manera perfecta. No podemos hacer nada para controlar este pensamiento en otras personas, pero sí podemos ser cuidadosas e intencionales al enseñar, no mostrando lo que no somos ni dando a entender que lo hemos logrado ya. El apóstol Pablo, habiendo sido un hombre tan usado por Dios, decía claramente lo siguiente: «No quiero decir que ya haya logrado estas cosas ni que ya haya alcanzado la perfección; pero sigo adelante a fin de hacer mía esa perfección para la cual Cristo Jesús primeramente me hizo suyo. No, amados hermanos, no lo he logrado, pero me concentro únicamente en esto: olvido el pasado y fijo la mirada en lo que tengo por delante, y así avanzo hasta llegar al final de la carrera…» (Filipenses 3:12-14 NTV).

Si estás leyendo esto y eres maestra, al igual que yo, sabes que con frecuencia tratamos de mostrarnos (ya sea consciente o inconsciente) no como perfectas «pero más o menos perfectas». En el fondo queremos impresionar a nuestra audiencia. Pero ¡cuidado!, no estás llamada a hablar de ti, sino de tu Maestro. Él es el perfecto. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Él no comparte Su gloria con nadie y mucho menos con seres tan imperfectos como nosotras.

  • Buscamos la aprobación de quienes enseñamos. Con frecuencia escucho algunas personas decir (y aun yo misma lo he dicho) «a mí no me importa lo que piensan los demás». Pero siendo honestas, «a todos nos importa en alguna medida lo que piensan los demás». Esta puede ser una trampa terrible para el que enseña, y en el caso de nosotras las mujeres, que somos tan relacionales, mucho más. Me encanta lo que dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 4:3-4: 

«En cuanto a mí, me importa muy poco cómo me califiquen ustedes o cualquier autoridad humana. Ni siquiera confío en mi propio juicio en este sentido. Tengo la conciencia limpia, pero eso no demuestra que yo tenga razón. Es el Señor mismo quien me evaluará y tomará la decisión» (NTV).

Pablo nos dice aquí que:

  • Tomó la determinación de no poner su corazón en la adulación de los hombres. 
  • No confiaba en su propio juicio.
  • Entendía que eso no demostraba que él tenía la razón aunque tenía una conciencia limpia.
  • Sabía que Cristo era quien lo evaluaría.

¿Se dan cuenta mis hermanas? Es de Cristo de quien debemos buscar la aprobación, no de los hombres. Él es quien nos evaluará y Él ve nuestro corazón. Cuando Pablo tomó esta determinación, lo hizo porque la tentación de encontrar su aprobación en otros era latente. 

Procura ser fiel

Ya que tienes el privilegio de enseñar a otras personas, procura ser fiel en lo que se te ha encomendado. 

«Ahora bien, alguien que recibe el cargo de administrador debe ser fiel» (1 Corintios 4:2 NTV).

Debe ser nuestro anhelo que en aquel día cuando seamos llamadas a dar cuentas, podamos venir delante de la presencia del Señor y traer a Él lo que hicimos con los dones que nos dio. Nuestra fidelidad al enseñar debe ser por amor y gratitud a Aquel que nos llamó. 

Preguntas de Reflexión 

  • ¿Qué buscas cuando enseñas?
  • ¿Estás llamando la atención sobre ti o estás llamando la atención sobre Cristo?

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Sobre el autor

Fanny de Gómez

Es maestra de profesión y sirve en el ministerio de damas de su iglesia. Su pasión es enseñar a las mujeres sobre feminidad bíblica. Esta casada con Eric Gómez, pastor de la Iglesia Bautista Reformada de Santiago, República Dominicana. Tienen … leer más …


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