«¡El ministerio es complicado!». Eso es algo que mi pastor del grupo universitario me dijo hace mucho tiempo, cuando era una nueva creyente lista para servir a Cristo. Quería salir y hablarle al mundo acerca de Jesús, amarlos, y ver corazones y vidas cambiadas. ¡Grandes metas!
Pero lo que todavía no entendía es que, por maravilloso y asombroso que sea servir a los demás y compartir el amor de Cristo con ellos, no siempre es fácil, y no va a estar envuelto en un paquete bonito y ordenado.
Las personas son imperfectas. Somos pecadoras. A veces, nuestras emociones, acciones y reacciones pueden ser totalmente desastrosas. Pero, aun así, estamos llamadas a amarlas, servirlas, honrarlas y respetarlas.
Estaba pensando en las palabras de mi pastor universitario esta mañana mientras reflexionaba sobre algunos de mis propios desafíos ministeriales y personales durante esta temporada.
El grupo de madres que estoy ayudando a dirigir en mi iglesia no va tan bien como quisiera. Algunas hermanas en el equipo del ministerio no están haciendo lo que creo que es su trabajo. Los voluntarios para el cuidado de los niños han tenido que renunciar por varias razones, y necesitamos desesperadamente más ayuda. Y algunos de nuestros miembros podríamos decir que son «difíciles».
Mi ministerio en casa también ha tenido sus retos. Estoy lidiando con un niño de cuatro años que de repente ha decidido que ahora es el momento de su vida cuando las rabietas, los gritos y la falta de respeto parecen apropiados. Estoy luchando por encontrar la manera correcta de disciplinarlo y corregirlo que sea eficaz sin dejar que mi péndulo de castigo se incline demasiado hacia el lado del martillo o demasiado hacia el lado permisivo.
En ambos casos, tenía expectativas (poco realistas) de cómo irían las cosas. Me he encontrado desanimada recientemente por todo el desorden y a veces me pregunto, ¿todo este esfuerzo que pongo en estas cosas, vale la pena?
Jesús ciertamente sabía que Su ministerio podía ser complicado. Obraba milagros asombrosos como sanar a los enfermos, y los líderes religiosos lo criticaban. A menudo lo seguían grandes multitudes (piensa en necesitados, sucios y malolientes) quienes querían algo de Él. En un momento dado, después de una de sus enseñanzas, muchos de sus seguidores decidieron marcharse (Jn. 6:66). Y entre sus doce amigos más íntimos, los que deberían haber entendido perfectamente Su ministerio, hubo discusiones sobre quién se sentaría a Su lado en el cielo (Mt. 20:20–24). Sí. Eso me suena bastante complicado.
Pero, ¿la respuesta de Jesús? Se compadeció de la multitud (Mt. 9:36). Se hizo siervo y lavó los pies a Sus discípulos. (Jn. 13:1–20). Soportó los abusos y las burlas de los soldados romanos y se dejó clavar voluntariamente a la cruz porque comprendía Su propósito y sabía que Su ministerio valía la pena.
Así que, cuando esta mañana me preguntaba si lo que estaba haciendo tenía importancia, Dios me recordó:
- A esa mamá de mi grupo que tiene una situación matrimonial y financiera difícil. Ella necesita el apoyo de este grupo y escuchar el mensaje centrado en Cristo que ofrecemos.
- Cuando mi hijo fue amable, servicial y obediente sin que yo se lo pidiera. Cuando le habló a su hermana pequeña de la cruz y cómo Jesús murió por nuestros pecados. Y como la otra noche en nuestra sesión familiar musical cantó a pleno pulmón:
Todo lo que sé es que no he llegado a mi casa todavía
Aquí no es donde pertenezco
Toma este mundo y dame a Jesús
Aquí no es donde pertenezco
Oh, sí, el desorden y lo complicado en el ministerio vale la pena. ¿Qué complicaciones has experimentado en tu ministerio recientemente? ¿Cómo manejas esos momentos sin desanimarte?
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