El consuelo de Dios a una sierva desanimada

«“Oh Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, que se sepa hoy que Tú eres Dios en Israel, que yo soy Tu siervo y que he hecho todas estas cosas por palabra Tuya. Respóndeme, oh Señor, respóndeme, para que este pueblo sepa que Tú, oh Señor, eres Dios, y que has hecho volver sus corazones”. Entonces cayó el fuego del Señor, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y secó el agua de la zanja» (1 Reyes 18:36-38).

Seis días antes, Elías había visto llover fuego del cielo y cómo Dios demostraba Su poder frente a la nación. Él había visto cómo Dios había contestado a su petición de terminar con la sequía que llevaba tres años y medio. También había corrido más rápido que un carruaje.

Pero estaba desanimado.

Tal vez tú te has sentido de la misma manera. O quizás, te estás sintiendo así justo ahora. Has visto cómo Dios responde a oraciones grandes. Has visto Su fidelidad y Su poder en toda su extensión. Incluso, en ocasiones, has sido el instrumento a través del cual Él ha elegido trabajar.

Pero sigues desanimada.

Santiago nos dice que, aunque Elías era un hombre fuerte que estuvo cara a cara con los profetas de Baal y el rey de Israel, él seguía siendo una persona como el resto de nosotras (Santiago 5:17). Él luchó con sus emociones. Él experimentó la soledad. Él sufrió desánimo.

Conforme le damos la vuelta a la página y leemos sobre su gran victoria en el Monte Carmelo en 1 Reyes 18, vemos el ministerio personal de Dios hacia Su sirviente desanimado en el capítulo 19. Aunque las circunstancias exactas probablemente no son iguales a las nuestras, el método de Dios para cuidar a Elías puede ayudar a reforzar nuestro desánimo y animarnos mejor las unas a las otras.

Alza tus ojos

Elías se sentía como un perdedor. En dos ocasiones le dijo a Dios exactamente como se sentía: «He tenido mucho celo por el Señor, Dios de los ejércitos; porque los israelitas han abandonado Tu pacto, han derribado Tus altares y han matado a espada a Tus profetas. He quedado yo solo y buscan mi vida para quitármela» (1 Reyes 19:10). A pesar de que Elías había hecho todo bien y había ganado la batalla en el Monte Carmelo, Él sentía que había fracasado. Erróneamente creía (o decía creer) que los otros seguidores de Yahweh habían tirado la toalla, y ahora, también Acab quería matarlo. «¿Cuál es el punto?», se preguntaba.

Interesantemente, Yahweh no contestó directamente las preocupaciones de Elías. No le recordó su reciente reunión con Abdías, un seguidor de Yahweh (18:7-16). Ni que Abdías había conseguido refugio para los 100 profetas del Señor (18:4-5). En su lugar, Dios le recordó a Elías sobre Su gloria.

Mientras Elías observaba, Dios le envió un poderoso viento que destrozaba los montes y quebraba las peñas (19:11). Tal vez, Elías tuvo que sostenerse de la entrada a la cueva sobre la que estaba parado para poder resistir y seguir de pie. De pronto, repentinamente, así como comenzó, el viento se detuvo.

Después, el suelo de la cueva comenzó a temblar. Tal vez el suelo se partió frente a los ojos de Elías o tal vez vio árboles arrancados por el temblor de la tierra. Probablemente recordó otra ocasión en la que ese mismo monte tembló ante la presencia del Señor, mientras Yahweh descendía y le daba la ley a Moisés (Ex. 19:18). De repente, la tierra se quedó quieta.

Fuego reemplazó el temblor, las llamas estaban por todas partes. Seguramente Elías cerró sus ojos y se cubrió la boca para no inhalar el humo. Pero el fuego no lo consumió. Al igual que el viento y el terremoto, pasó rápidamente.

¿Pará qué hacer este espectáculo? La Biblia específicamente dice que Dios no se encontraba en ninguna de estas cosas (19:11-12). Aún así, desplegaron Su gloria y soberanía. Elías tenía que alzar sus ojos al Señor de los cielos y la tierra.

Y lo mismo necesitamos hacer tú y yo en momentos de desánimo.

Elías se había vuelto miope, viendo solo sus circunstancias y distorsionándolas. Aunque había sido testigo del poder de Dios de primera mano, él aún necesitaba ser recordado sobre la gloria de Dios. En nuestras temporadas de desánimo, tú y yo también lo necesitamos. Tenemos que volver a la Palabra y contemplar a nuestro Dios. Él no ha dejado Su trono, aunque nuestro mundo parezca tambalearse.

«Levantaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi ayuda? Mi ayuda viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra» (Salmos 121:1-2).

Necesitas de una voz gentil

El viento, el temblor y el fuego se detuvieron. Y una brisa apacible, como un susurro, vino a Elías (19:13). Aunque Dios demostró Su grandeza de manera espectacular, no le habla a Elías en el fuego o en el torbellino; le habla en un suave susurro. Él reconoce exactamente lo que su desanimado profeta necesita.

Pablo profundiza en esta misma idea en su primera carta a los Tesalonicenses: «Les exhortamos, hermanos, a que amonesten a los indisciplinados, animen a los desalentados, sostengan a los débiles y sean pacientes con todos» (1 Tes. 5:14).

Pablo nos enseña que diferentes tipos de personas necesitan escuchar la verdad de diferentes maneras, pero siempre con paciencia. Nadie es dejado fuera. Ya sea que estemos débiles, enfermas o desanimadas, todas necesitamos escuchar la verdad, pero no siempre en el mismo tono de voz.

Si te sientes desanimada hoy, recuerda que tu Salvador es manso y humilde (Mt. 11:29). Él no busca cargarte con tu fracaso o tu vergüenza, tu culpa o tu renuncia. Su yugo es fácil; Su carga es ligera. Corre hacia Él.

Si estás caminando con alguien que se siente desanimada, háblale la verdad en un susurro. Sí, probablemente necesitan que se les corrija la vista, pero no les hables a través de un torbellino o un terremoto. Háblales con un corazón compasivo. Apúntalas al Salvador humilde, manso y listo para reconfortarlas. Llévalas al Padre amable quien es compasivo con Sus frágiles hijas (Salmos 103:13).

Tienes trabajo por hacer

Dios escuchó la queja de Elías sobre ser «el último que quedaba» y luego lo envió a su camino con una triple tarea (1 Reyes 19:15-18). De todas las cosas que Dios hace en este pasaje, esta es, probablemente, la más difícil de aplicar. Sería ingenuo de mi parte decir que la necesidad de cada siervo desanimado es volver al juego. Aunque, esto fue claramente lo que Elías necesitaba, observa que esta instrucción llegó después de una pausa de seis semanas en el ministerio (19:8). Algunas temporadas pueden requerir un sabbath más largo, pero podemos suponer, a partir de la remisión de Dios a Elías, que el desánimo no es causa de descalificación.

Elías pudo haberse sentido como un fracaso, pero al mandarlo nuevamente al servicio, Dios rechazó esa afirmación. No sé por qué pudieras estar desanimada hoy, pero sí sé, que mientras sigues aquí, Dios tiene trabajo para ti. Tal vez no sea en forma de un ministerio público; puede no ser tu vocación de tiempo completo. Pero Él no te ha descalificado del trabajo solo porque estás desanimada. No sé qué te pueda llamar Dios a hacer: involucrarte en el ministerio de oración u hospitalidad, o que tu ministerio sea animar a otras hermanas, pero aunque parezcan triviales, estos son ministerios vitales para el reino de Dios. Puede que esto sea lo que Dios tiene para ti.

Amiga mía, no debemos dejar que nuestras circunstancias nos aparten del ministerio. Si no sabes lo que Dios quiere que hagas, busca Su rostro y pregúntale dónde quiere usarte. Cuando sientas que el Espíritu te guía, obedece. Por fe, con tus ojos en el Rey, avanza.

Necesitas una compañera

Mi parte favorita de esta historia es el capítulo final. La primera de las tres tareas que emprende Elías es ungir a su sucesor, Eliseo. Hay muchas cosas que podríamos decir aquí acerca de cuando estos dos se encuentran por primera vez, pero creo que la idea principal es esta: Dios le dio compañía a Elías.

Cuando su queja más grande fue sentirse solo, Dios le dio un compañero a Elías. Pero no romanticemos este primer encuentro. El versículo 19 dice que Elías se acercó al joven y le echó el manto por encima. No suena exactamente como una película que podríamos haber imaginado, ¿verdad? Se parece más a un viejo gruñón que hace lo mínimo y murmura: «Prepárate, chico. Tenemos trabajo que hacer».

Pero, al final de cuentas, Dios le dio una relación especial. El último día de Elías y Eliseo que vemos en 2 Reyes 2, arroja algo de luz al respecto (léelo si tienes tiempo).

No estamos llamadas a recorrer este camino solas. Por eso necesitamos estar conectadas a un cuerpo de creyentes y contar con personas que lleven nuestras cargas a nuestro lado (Heb. 10:24-25; Gál. 6:1). No debemos permitir que el desánimo nos aísle de nuestros hermanos y hermanas, es importante también que estemos atentas a las que están desanimadas y seamos la compañía que necesitan.

¿Cómo puedes acompañar a alguien hoy? 

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Sobre el autor

Cindy Matson

Cindy Matson vive en un pequeño pueblo de Minnesota con su esposo, su hijo y su ridículo perro negro. Le gusta leer libros, tomar café y entrenar baloncesto. Puedes leer más de sus reflexiones sobre la Palabra de Dios en … leer más …


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