Uno de los pasajes más poderosos y conocidos del Nuevo Testamento es en el que Jesús dijo a sus seguidores que hicieran discípulos y que les enseñaran a obedecer a Cristo.
«Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:19-20).
La mayoría de los creyentes reconocen este versículo como un mandato para las misiones evangélicas, y así es. Pero este pasaje también significa mucho más. Hacer discípulos es multiplicar el mensaje del evangelio y también multiplicar (a lo largo de la vida) la verdad que cada creyente necesita para su crecimiento espiritual.
El discipulado requiere una relación sincera entre dos creyentes. Cuando pensamos en enseñar a alguien a obedecer, deberíamos pensar en niños pequeños nuevos en el mundo, incapaces de saber lo que es bueno y correcto sin que alguien maduro los entrene.
He sido muy impactada por numerosas mujeres piadosas en las últimas décadas. Los testimonios de su fe o fragmentos de sus enseñanzas se han quedado grabados en mí. Incluso mis «compañeras espirituales» agudizan mi fe cuando estamos juntas y hablamos del Señor. Sin embargo, hay una relación en particular que se destaca como fundamental en mi camino con Cristo. Mientras reflexiono sobre lo que la influencia que esa persona ha hecho en mí, me asalta la idea de que necesitamos más mujeres dispuestas a invertir en las vidas de las demás.
Si te has preguntado qué implica ser mentora, o si dudas si estás realmente «calificada» para enseñar a otra mujer, tal vez te anime lo que compartiré hoy. Para cada una de las áreas a continuación, ofreceré puntos de partida para mostrarte lo poco intimidante que es ser mentora de otra mujer.
Mi hermana en Cristo alimentó mi fe de las siguientes maneras:
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Cubrió una necesidad emocional desesperada.
Mi hijo menor tiene autismo, y sus efectos fueron graves durante su infancia y adolescencia. Mi mentora estaba allí para escuchar mi dolor y, a menudo, simplemente para ser mi amiga. Aunque el autismo le era ajeno, se adentró en mi dolor y aprendió de él. Me apoyó espiritualmente en el proceso guiándome hacia las Escrituras en las que podía anclarme. A lo largo de los años, hablamos de la crianza de los hijos, de consejos de cocina, del cuidado futuro de los ancianos y de todo lo demás. Y no puedo contar las veces que nos reímos de las tonterías de la vida. Como dice Eclesiastés:
«Más valen dos que uno solo, pues tienen mejor pago por su trabajo. Porque si uno de ellos cae, el otro levantará a su compañero; pero ¡ay del que cae cuando no hay otro que lo levante! Además, si dos se acuestan juntos se mantienen calientes, pero uno solo ¿cómo se calentará?Y si alguien puede prevalecer contra el que está solo, dos lo resistirán. Un cordel de tres hilos no se rompe fácilmente» (4:9-12).
Inténtalo tú misma:
- Conecta con otra persona para ayudar a satisfacer una necesidad.
- Ofrécele apoyo, al mismo tiempo que la orientas espiritualmente.
- Observa su inmadurez, pero no trates de arreglar todo.
- Sé tú misma una amiga piadosa que se resiste al pecado.
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Me enseñó a orar.
Eso suena raro, ¿no? ¿No crees que un cristiano ya sabe cómo orar? Sin embargo, incluso los propios discípulos de Jesús tuvieron que ser enseñados a orar (Lucas 11:1-13). Si no se nos enseña a orar, es fácil que nuestras oraciones se centren sólo en nosotras y en nuestra pequeña burbuja de vida.
Mi mentora me enseñó a orar al orar conmigo. Nos reuníamos cuando era posible, y ella y yo orábamos juntas por lo que el Espíritu de Dios ponía en nuestros corazones. Primero, pasábamos tiempo hablando de los temas por los que estábamos preocupadas, y luego ella se tomaba el tiempo para mostrarme las Escrituras.
Hemos orado mientras conversamos en la mesa de su cocina, y también nos hemos reunido en un santuario poco iluminado junto al altar. Y mientras orábamos juntas, la oía orar las Escrituras. Eso fue poderoso porque la Palabra está viva. Cuando la Palabra de Dios se entreteje en nuestras oraciones, estamos orando con convicción.
Juntas reflexionamos sobre las muchas oraciones de la Biblia, y descubrimos que las oraciones bíblicas no son las típicas oraciones de nuestra generación. En su mayoría son oraciones para la gloria de Dios, para el avance del evangelio y para que se haga Su perfecta voluntad en la tierra.
Nunca más veré la oración simplemente como algo que hay que hacer para «bendecir la comida» o para «comenzar una reunión». Aprendí que la oración es un asunto de Dios. La oración es un trabajo fundamental y vale la pena dedicarle tiempo.
Inténtalo tú misma:
- En lugar de compartir sólo las peticiones de oración, oren juntas.
- Enséñale a orar bíblicamente.
- Ora tanto por las necesidades cotidianas como por las espirituales.
- Sé vulnerable. Comparte tus propias luchas y necesidades de oración.
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Corregía suavemente las falsas creencias.
Esta es un área en la que la mayoría de la gente teme involucrarse. Pero también es un área de la vida de las mujeres cristianas que nos frena tremendamente. ¿Alguna vez has conocido a una creyente que se desilusionó de Dios después de una gran decepción en la vida? Lo más probable es que tenga algunas creencias falsas sobre las que necesita orientación. En mí había algunas mentiras a las que me había suscrito.
Mi mentora no me golpeó en la cabeza cuando detectó áreas de creencias erróneas. Más bien, me animaba con frecuencia a obtener mis creencias de las Escrituras. No era raro que me preguntara: «Entonces, ¿de dónde sacaste esa creencia?». A menudo sus comentarios me llevaban a preguntarme si una creencia en particular era sólo algo que me hacía sentir bien, si la gente la repetía lo suficiente como para que yo la creyera, o si era realmente bíblica. Entonces reflexionaba y empezaba a enviarle correos electrónicos inquisitivos. Me llevó un tiempo, pero empecé a separar la verdad del error y a fortalecer mi teología.
Inténtalo tú misma:
- Ora sobre cualquier creencia falsa que notes y pídele al Señor sabiduría.
- No tengas miedo de sacar a relucir alguna creencia en particular y preguntarle en qué cree.
- Hagan un breve estudio bíblico juntas sobre un tema.
- Entreteje discusiones sobre sus creencias a medida que Dios abre puertas.
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Ella tenía los pies en la tierra.
Después de corregirme, mi mentora a menudo me decía que agradecería mi corrección si alguna vez sentía que me estaba orientando mal. Me miraba a los ojos y me decía: «Sé una buena bereana. Si encuentras en la Palabra que estoy equivocada, dímelo».
A veces me pregunto si estaría tan fundamentada como lo estoy ahora, si no hubiera sido por alguien lo suficientemente sensible al Espíritu Santo y lo suficientemente amable para guiarme. Tal vez Dios te está llamando ahora mismo a ayudar a otra mujer con lo que sabes de Él.
Inténtalo tú misma:
- Estudia la Palabra y está dispuesta a guiarla tiernamente para que se aleje de las falsas creencias.
- Varía tus métodos de enseñanza: vayan juntas a conferencias, estudien con grupos, etc.
- Incorpora la enseñanza bíblica en la vida diaria. ¡Incluso una Escritura que ilumine una conversación es poderosa!
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Me animó a alcanzar a otras mujeres.
En algunas de mis primeras visitas con mi mentora, recuerdo que me dijo que debía empezar a tratar de alcanzar a otras mujeres para influenciarlas para Cristo. Esto inicialmente me sorprendió. Sentía que una mujer tenía que estar muy avanzada en su viaje espiritual para influenciar a otras.
Sin embargo, no sabía cómo Dios usaría cada verdad que había llegado a conocer. Me di cuenta de que había todo tipo de formas de decir la verdad y animar a los demás. Aprendí que dar dirección espiritual puede ser tan simple como guiar a otra mujer a través de un problema, hablar de la verdad a una amiga en el supermercado, o responder a un largo mensaje de una mujer cristiana derramando su corazón.
Me alegro de que mi mentora me animara a compartir mi fe con otras mujeres. El tiempo que una mujer ha dedicado para nutrirme se está multiplicando ahora.
Inténtalo tú misma y comienza a orar para ver cómo Dios quiere usarte.
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