¿Cuánto vale la unidad?

Meg y yo habíamos sido amigas desde hacía varios años y teníamos una buena relación. Ella era parte de un grupo que yo ayudaba a liderar en mi iglesia. Un día Meg me llamó para decirme que ella no estaba de acuerdo con una decisión que se había tomado en el grupo. De hecho, estaba herida y se sentía ofendida de que hubiéramos decidido eso.

Bueno, esto me sorprendió. Era una decisión sin importancia que conllevaba que se hicieran cambios ínfimos. No habíamos previsto que alguien se sentiría ofendido ni herido. Compartí con Meg cuál había sido el razonamiento detrás de la decisión, pero como ocurre en la mayoría de los casos, había algunos datos que eran privados y no se los podía mencionar a ella.

Meg no se sintió satisfecha con la explicación que le di, probablemente en parte se debió a que había espacios en blanco en mi explicación. De nuevo me dijo que estaba ofendida y herida; en esta ocasión lo hizo en un tono más subido. Esto me molestó y ¡me sentí frustrada! Compartir lo que había provocado esta pequeña decisión, no haría la diferencia.

Las cosas escalaron rápidamente. De una manera no sabía le dije a Meg que yo estaba ofendida y herida con relación a que ella se sentía ofendida y herida. ¿Acaso no confiaba en nosotros? ¿No sabía que la amábamos y estábamos tratando de tomar la mejor decisión? Cuando hice estas preguntas, ella respondió con las suyas. ¿Por qué me sentía ofendida y frustrada? Ella no había hecho nada incorrecto. Ella era quien se encontraba en posición de sentirse ofendida y herida, no yo.

Esto se convirtió en un complicado y circular enredo, provocado por una decisión insignificante hecha por nuestro grupo. Después de varias rondas de “pero me siento herida y ofendida” no quise seguir conversando. No se estaba resolviendo nada. Era notorio que necesitaba hacer algo diferente, pero ¿qué?

Promoviendo la unidad entre las mujeres

El conflicto es en la unidad de la iglesia, como una telaraña que se rompe. Si lo dejas sin revisar, pueden fracturar las relaciones que tomaron años construirse, y pueden dividir en pedazos, hasta a los grupos cristianos con los lazos más estrechos. A veces la división puede perdurar más allá del desacuerdo. Los “lados” siguen existiendo, pero nadie recuerda cómo surgió la disputa.

En particular, las mujeres tienden a aferrarse a los conflictos. Tendemos a tomarlos de manera personal, especialmente en la iglesia. Cuando alguien nos dice que la manera como estamos sirviendo a Jesús es incorrecta o que nuestro punto de vista no es válido, fácilmente nos sentimos provocadas. Las emociones hierven y se forman las divisiones. Los ánimos se irritan y las diferencias aumentan. Abundan los sentimientos heridos y los resentimientos crecen.

En la medida en que se esparcen los conflictos nos sentimos amenazadas y confundidas preguntándonos ¿por qué todo el mundo está en mi contra? ¡Solo trataba de servir al Señor!

Así me sentía en mi conflicto con Meg. Ella estaba exagerando con su reacción frente a algo tan pequeño. Pasé horas pensando y llorando sobre esto. No quería ver a Meg los domingos en la iglesia. No sabía ni siquiera cómo haría contacto visual con ella. Nada que ver con el diseño de Dios para Su iglesia.

Lee Efesios 4:4-6 y cuenta cuántas veces encuentras la palabra “un/una”:

Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, …en una misma esperanza; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.

No se supone que la iglesia esté llena de mujeres que evadan hacer contacto visual en el atrio después del servicio de adoración.  ¿Cómo podemos nosotras las mujeres que estamos en liderazgo ayudar a cultivar la unidad cuando las mujeres a nuestro alrededor (incluyéndonos a nosotras mismas) somos tan proclives a la unidad?  

El efecto de la humildad

Jesús dedicó su vida a sacar a las personas del conflicto y conducirlas a la unidad – tanto con Dios como con los demás. ¿Cómo lo logró? Si tuviera que describir en una palabra el nacimiento, vida y muerte de Jesús sería humildad.

Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por] la sangre de Cristo. Porque Él mismo es nuestra paz, quien de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne la enemistad, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un nuevo hombre, estableciendo así la paz, y para reconciliar con Dios a los dos en un cuerpo por medio de la cruz, habiendo dado muerte en ella a la enemistad. Y vino y anunciopaza vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca; porque por medio de Él los unos y los otros tenemos nuestra entrada al Padre en un mismo Espíritu. Así pues, ya no sois extraños ni extranjeros, sino que sois conciudadanos de los santos y sois de la familia de Dios. Efesios 2:13-19

Como miembros de esta familia, nuestro trabajo es continuar la obra de Jesús. Debemos edificarnos en amor unos a otros y cultivar la unidad entre todos. Y al igual que Jesús, lo logramos por medio de la unidad.

El orgullo en conflicto

El conflicto naturalmente saca a la luz el orgullo no la humildad. Cuando estamos en medio del conflicto, queremos demostrar que la otra persona está equivocada. Tomamos una vara milimétrica (apropiada para medir las motas) para contar las 762 faltas que vemos en la otra persona. Y luego tomamos una vara de medir (apropiada para medir la viga) para minimizar nuestras minúsculas faltas. Pero Jesús dijo:

¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad para sacar la mota del ojo de tu hermano. Mateo 7:5

Es bastante humillante descubrir que en tu ojo hay una viga, que desconocías. Y es todavía más humillante que te lo diga alguien a quien le estabas ofreciendo tus servicios de cirugía ocular para sacar la mota de su ojo.

Los conflictos surgen cuando dos personas dicen, “No, ¡tú eres quien no estás viendo claramente!” Pero la unidad aparece cuando una de ellas dice “Puede que tengas razón.”

Las mujeres que quieren cultivar la unidad son las que sueltan su vara milimétrica. No llevan un inventario de las faltas de sus hermanas. Y si su hermana toma la vara milimétrica, ellas eligen escuchar en lugar de volverse defensivas. De cualquier manera, se requieren cantidades masivas de humildad si la unidad ha de ser restaurada.

Haciendo morir

Cuando llamé a Meg, estaba decidida a no defenderme, ni siquiera una vez. Quería humillarme y escuchar sus inquietudes con un corazón abierto.

No fue fácil. Meg estaba todavía más herida que en nuestra primera conversación y aún más crítica de mi persona que antes. Sus palabras fluyeron libremente mientras enumeraba mis faltas detalladamente. Mientras hablaba, cuánto quise interrumpirla y defenderme. Ella me atribuía las mismas faltas que yo veía en ella. Estaba ansiosa por repetir cuán herida y ofendida me sentía y a presentarle mi propia lista de críticas hacia ella.

Pero no lo hice. Tomé notas de lo que me había dicho, le agradecí por lo que me había dicho y le prometí que lo consideraría en oración. Colgué y en privado gemí al Señor diciéndole “¡esto es lo que llamas morir a la carne!” Fue una de las conversaciones más difíciles que jamás he tenido.

Pero ¿sabes qué? Había cierta verdad en lo que Meg dijo. No pude verlo en el momento, pero en la medida en que mis emociones emergieron en los días siguientes, Dios usó los comentarios de Meg para mostrarme cosas en las cuales necesitaba trabajar.

Sin embargo, no hice más énfasis en la perspectiva de Meg que en la de Dios. Me recordé a mí misma que soy amada y aceptada por Él y que Su gracia es abundantemente suficiente para cubrir cada una de mis faltas. Pero sí oré con cuidado respecto a las quejas de Meg. Repetidamente rechazaba enfocarme en sus faltas sino en las áreas en que yo debía crecer.

Al final, pedí perdón al grupo respecto a algunos de los comentarios que Meg había hecho sobre mi persona y ayudé a que revisáramos nuestra decisión anterior. Se acabó el conflicto, se restauró la unidad, todo estaba bien.

Un llamado valioso

Ahora, ése es solo un ejemplo. Podría decirse de otros diez conflictos donde traté de humillarme, pero la unidad no fue restaurada, los grupos se dividieron y las relaciones nunca fueron las mismas. La unidad no es algo sobre lo cual tenemos control, seamos líderes (o no). Solo podemos hacer nuestra pequeña parte con la influencia que Dios nos ha dado.

Pero aún como una parte pequeña del Cuerpo de Cristo, es bueno recordarme a mí misma de mi llamado. Efesios 4:1-3 dice,

…os ruego que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor, esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.

Una vez estuve separada y lejos de Dios. No tenía esperanza y estaba sin Dios en el mundo (Efesios 2:12). Pero por la sangre de Jesús ¡fui hecha cercana e incluida en la familia de Dios! Mi actitud hacia mantener la unidad en esta familia es un reflejo de cómo me siento al ser llamada a formar parte.

¿Cuánto vale la unidad?

La unidad es costosa. Podrías tener que tomar dictado para tu lista de debilidades. En mi caso, Meg nunca pudo ver las cosas a mi manera. Nunca pidió perdón. Y yo nunca tuve la satisfacción de defenderme. Pero mantener la unidad con Meg, y en última instancia en el grupo, valía la pena.

Mantener la unidad en nuestra iglesia o ministerio también vale la pena; es más, es costoso. Jesús nuestro precioso Salvador murió para hacernos parte de esta familia. Él dijo que para lograr nuestra unidad con Dios y con los demás valía la pena que Él muriera.

Como líderes, nuestro rol es ir adelante. No podemos liderar a otros a que tengan una humildad extravagante si no mostramos primero esa humildad extravagante. ¡Esto es lo que Jesús hizo pro nosotras!

¿Cuánto estamos dispuestas a pagar por la unidad? ¿Haremos morir nuestro deseo de ser honradas, de defendernos a nosotras mismas y de que las cosas se hagan a nuestra manera? ¿Valoramos la unidad como Cristo la valora?

Piensa en un conflicto que estés enfrentando y ora estos versículos al Señor:

Señor, elijo no hacer nada por contiendas contra _____________ ni vanagloria hacia ___________. En humildad considero las necesidades, perspectivas y deseos de _______________ como superiores que las mías.  Señor, elijo no buscar mis propios intereses respecto a ____________. Sino que también buscaré los intereses de _____________. Quiero que en mi grupo de ________________ tengamos la misma mente que Jesús tuvo. Que seamos personas que no nos aferremos a posiciones, seamos humildes y obedientes como Jesús Quien murió en la cruz (Filipenses 2:3-8).

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Sobre el autor

Shannon Popkin

Shannon Popkin es una conferencista y escritora de Grand Rapids, Michigan, quien disfruta combiner su amor por el humor y el contar historias con la pasión por la Palabra de Dios.

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