Muchas de nosotras que servimos en el ministerio de mujeres sentimos el peso de expectativas no cumplidas. No importa qué tan duro trabajemos, siempre hay más que se puede hacer. Las mujeres no dejan de necesitar ánimo y ayuda espiritual a las 5 de la tarde. Deseamos tener más tiempo para preparar estudios bíblicos, más energía para expandir nuestro ministerio de mentoría y mayor capacidad para planificar eventos creativos y edificantes. A medida que se implementaban las restricciones para quedarse en casa en el tiempo de la pandemia, el nuevo territorio del ministerio posibilitado por Zoom abría oportunidades de ministerio aún mayores. ¿Cómo sabe un líder cuando parar y descansar?
Para las maestras de ministerio que son esposas, madres o cuidadoras, se añade otra capa a esta compleja pregunta. Dado que el ministerio en el hogar es nuestra primera prioridad, es un reto saber cuándo dejar de esforzarnos en una área para prestarle atención a la otra.
Desafortunadamente, no hay una fórmula mágica para ayudarnos a saber cuándo hemos hecho lo suficiente.
Cuando surgen múltiples necesidades a la vez y sentimos el peso aplastante de las expectativas, la manera en que respondemos es reveladora. ¿Intentamos abrirnos camino en el ministerio o confiamos en el poder de Dios para cumplir Sus propósitos? Todas necesitamos de sabiduría para saber cuándo hemos hecho lo suficiente, pero nunca tendremos una respuesta satisfactoria hasta que reconozcamos que Dios es capaz.
Su fuerza se perfecciona en la debilidad
Ya sea que estemos casadas, seamos madres o no, todas hacemos malabares con múltiples prioridades. Por eso es esencial que aprendamos a ver nuestro trabajo y decir «suficiente».
No es que nos gloriemos del trabajo desordenado y a medias, pero no debemos dejarnos paralizar por nuestras limitaciones. Podemos avanzar con confianza porque Él es ilimitado con Su capacidad, sabiduría y poder.
Cuando el apóstol Pablo le rogó al Señor que le quitara su debilidad, Dios respondió: «Te basta mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Cor. 12:9). El ejemplo de Pablo nos muestra un enfoque al ministerio centrado en Dios. No solo reconocemos nuestra debilidad, pero nos gloriamos en la fuerza de Dios. Es una confianza profundamente arraigada en la obra fortalecedora de Dios en nuestras vidas que nos da confianza para seguir adelante.
Él da lo que Él requiere
En su libro, «La caña cascada», Richard Sibbs escribió: «Dios sabe que no tenemos nada en nosotras mismas…no exige más de lo que da, sino que da lo que exige y acepta lo que da».
En otras palabras, Dios no requiere más de ti de lo que Él te capacita para hacer. Y más aún, lo que sea que hagas dependiendo de Él, Él lo aceptara. La debilidad nunca es un fin en sí mismo, pero como la fuerza de Dios se perfecciona en la debilidad, podemos confiar en que Dios proporcionará lo que necesitamos hoy.
En la práctica, lo vemos en nuestras vidas cuando nuestro tiempo es limitado. Quizás nuestros hijos necesitan ayuda con sus tareas escolares o están inesperadamente enfermos y vemos que el tiempo que habíamos designado para el estudio bíblico se agota rápidamente. En esos momentos en que nos sentimos presionadas para hacer las cosas, ¿confiamos en que Dios nos ayudará a prepararnos en menos tiempo? Es más, ¿confiamos en que la Palabra de Dios es poderosa? ¿Qué no volverá a Él vacía? (Is. 55:11).
Nosotras somos limitadas, Dios no.
Cuando nos sentimos acosadas por la culpa o la inseguridad sobre la calidad o la cantidad de nuestro trabajo, es importante recordar:
- Nos esforzamos por compartir la Palabra de Dios con precisión y creatividad, pero solo Dios hace que Su Palabra sea efectiva.
- Compartimos el evangelio con nuestros hijos, pero solo Dios los salva.
- Trabajamos duro hasta que no podemos más, pero solo Dios nunca se cansa ni se fatiga (Is. 40:28).
- Apoyamos a nuestro esposo al guiarnos, pero solo Dios puede hacer que su liderazgo sea fructífero.
- Intentamos hacer de nuestros hogares un lugar de paz y prosperidad, pero solo Dios puede crear paz interior y un corazón próspero en nuestros seres queridos.
¿Cuándo ya hice suficiente?
Aun así, podemos seguir luchando por responder a la pregunta: «¿Cuándo ya hice suficiente?». Estaría bien que hubiera una fórmula o una hoja de cálculo que nos ayudara a dividir nuestro tiempo y energía, pero no funciona de esa manera. Cada una de nosotras necesita buscar la guía del Señor, considerar nuestra capacidad y, si estamos casadas, considerar si este ministerio encaja con la dirección en que nuestro esposo está llevando a la familia.
En la mayoría de los casos podríamos hacer más, pero no siempre significa que debemos hacerlo. Dios no se impresiona por nuestro ingenio o capacidad física. Él se complace cuando servimos confiando en Él.
Saber que Dios actúa en nosotras y a través de nosotras con un poder ilimitado es liberador. Cuando chocamos con nuestros límites, la buena noticia es que Dios «es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros» (Ef. 3:20). Puede que necesitemos trabajar más duro y confiar en que Dios nos dará fuerzas más allá de lo que podríamos haber imaginado. O puede que tengamos que decir: «Basta» y descansar. De cualquier modo, nuestras acciones no están impulsadas por el temor y la inseguridad, sino por una sólida confianza en la capacidad y la provisión de Dios.
Si luchas con saber si has hecho lo suficiente, quizá tengas que dejar de preguntarte qué más puedes hacer y dedicar un poco de tiempo a luchar con la pregunta que hay detrás de la pregunta: ¿Es Dios capaz?
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