Si alguien me hubiera preguntado hace unos años, «¿Es el ministerio un ídolo para ti?», Les habría dicho enfáticamente: «Absolutamente no. Estoy comprometida; Soy apasionada. Tengo un propósito y un llamado. Pero el ministerio no es un ídolo para mí». Sin embargo, descubrí que mi corazón me había engañado.
A través de una serie de circunstancias, Dios me mostró que, en efecto, mi corazón había elevado el ministerio a un lugar donde nunca debería haber estado. Fue un proceso gradual, tan sutil que no pude detectarlo.
Este ídolo se disfrazaba de pasión, misión, visión, impulso y preocupación por los necesitados y los perdidos. Pero cuando el ministerio donde estaba sirviendo se disolvió, vi por primera vez cómo el «ministerio» se había convertido en aquello donde encontraba mi identidad y mi valor.
Ya sea un ministerio, una relación, una posición o un trabajo, todas estamos inclinadas a exaltar cosas, incluso cosas buenas, por encima de Cristo. En la fidelidad de Dios, aquí hay algunas lecciones que aprendí (¡y todavía estoy aprendiendo!) sobre la idolatría en el ministerio.
Identidad: se trata de pertenecer, no hacer
No había luchado con «problemas de identidad» en el pasado. Sabía quién era en Cristo, y sabía lo que Él quería que hiciera. Entonces terminó el ministerio donde servía, y comencé a preguntarme: ¿Quién soy yo?
Lo que descubrí es que mi identidad se había vinculado más estrechamente a lo que hacía en lugar de a quién pertenecía. La actividad en el ministerio se igualaba a mi identidad. En algún momento de mi viaje comencé a buscar la aprobación de mi liderazgo más que la aprobación de Dios. Encontraba más satisfacción en mi trabajo que en el trabajo de Cristo.
Pero aquí está la verdad que me trajo la libertad: la identidad no se encuentra en las personas a las que ayudo o en la causa con la cual estoy comprometida. La identidad debe encontrarse y arraigarse en el carácter de Cristo y en quien soy yo en Él. Las personas, la causa o la organización pueden cambiar, pero Cristo nunca cambia. Mi identidad suprema es que mi vida está «escondida con Cristo en Dios» (Col. 3:3), no en las cosas que hago por Él.
La pendiente resbaladiza del orgullo
Tener una alta visión de uno mismo (orgullo) conduce al aislamiento y la idolatría. El orgullo apareció cuando pensaba cosas como, soy la única que puede hacer esta tarea o ayudar en esta área. Cuando pensamos que somos los únicos humanos en el planeta que pueden lograr algo o ayudar a alguien, estamos en una pendiente resbaladiza hacia el pecado.
El rey Nabucodonosor mostró el mismo tipo de pensamiento cuando miró a su reino y declaró: «¿No es ésta la gran Babilonia que yo he edificado como residencia real con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad?» (Dan. 4:30). No, Nabucodonosor no construyó toda Babilonia por sí mismo, ni tampoco nosotras logramos todo nuestro trabajo por nuestra cuenta.
Mientras servimos en el ministerio, nos paramos sobre los hombros de aquellos que nos han precedido y de quienes caminan a nuestro lado. No somos las únicas que Dios equipa para ciertas tareas. Si lo desea, Él puede proveer otras personas para servir en nuestra área.
Ciertamente, Jesús nos llama y nos equipa para hacer buenas obras para su gloria. Pero servirle a Él nunca incluye el engrandecimiento personal (orgullo) o la privación personal (aislamiento).
Dios es glorificado por medio del corazón contrito y humillado y a través de la persona que estima a los demás como mejores que ella misma. Como dice Filipenses 2:3: «Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo».
A veces, la mejor manera de despojarse de este tipo de orgullo es dejar que otros entren en tu terreno. Déjalos llevar tu carga en el ministerio. Permíteles usar sus dones para servir al Cuerpo de Cristo contigo. Tráelos a tu lado y alienta sus dones dados por Dios. Y no olvides pedir ayuda cuando sirvas en el ministerio. Lo más probable es que haya alguien que quiera involucrarse y aún no sepa cómo puede hacerlo.
¿Cuál es tu actitud?
Todo, cada posesión y cada posición, debe tenerse con las manos abiertas. Dios tiene el derecho a cambiar la forma en que sirves en tu ministerio particular, las personas en tu equipo o la estructura organizacional de tus actividades de alcance. Para mí, esto significó dejar ir nueve años de arduo trabajo porque Dios vio que esta temporada de servicio estaba completa.
Ciertamente no se sentía «completa» en ese momento. Se sentía mal, y fue doloroso ver desaparecer los años de inversión. Pero en la sabiduría de Dios, se completó. Dios sabía que era más importante para mí aprender la lección de la rendición, tener las manos abiertas, que continuar sirviendo con las actitudes del corazón que tuve en los años anteriores.
Un mejor final
Cuando el ídolo del ministerio se vino abajo en mi vida, pensé que tal vez mi «temporada de ministerio» había terminado. Sin embargo, el ministerio nunca se detuvo. En cambio, comenzó una temporada de ministerio más fructífera. Se ve completamente diferente para mí a comparación de años anteriores. Pero encuentro que un ministerio fructífero no se mide por la actividad y participación; más bien se mide por la obediencia al Espíritu de Dios y la fidelidad a Cristo.
No cambiaría esos primeros años de ministerio por el mundo, pero estoy agradecida de que mi identidad se haya reorientado en Cristo, mi orgullo expuesto y que mi postura cambiara de ser tacaña a abierta. Que mi idolatría te sirva como un recordatorio valioso para que exaltes solo a Cristo, y no al ídolo del ministerio. ¡Solo Él vale nuestro todo!
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