Aún desearía que las cosas hubieran sido diferentes.
Mi esposo, Jason, y yo acogimos en casa a un hijo adoptivo de trece años llamado Daniel, con la esperanza de adoptarlo. Llegamos a quererlo, orar con él, llevarlo al colegio y prepararle la cena durante casi un año. Luego... se fue. Algunas historias de adopción terminan con fotos de una familia sonriente. La nuestra no. Nuestro hijo pasó a vivir con otra familia. Ahora está en la universidad y lo saludamos una o dos veces al año.
Dios me ha llevado a través de niveles de aprendizaje a raíz de esa pérdida. Primero, Dios curó suavemente mis heridas. Esa parte del proceso llevó años.
Pero últimamente Él me ha estado enseñando una lección más profunda acerca de esa temporada de intenso ministerio: no es mi trabajo controlar el fruto. Ese es el trabajo del Jardinero. Debo ser fiel para plantar, regar, nutrir y cosechar cuando Dios me lo diga, pero no es mi trabajo controlar el resultado de mis esfuerzos por el Reino.
Dios ha utilizado la historia de Jonás para recalcar este punto. Todos conocemos a Jonás. Dios lo llamó para predicar el mensaje de arrepentimiento al pueblo de Nínive. A Jonás no le gustaban los ninivitas y trató de huir de Dios. Como no se puede dejar atrás a Dios, el plan de Jonás resultó en convertirse en el almuerzo de un gran pez, pasar tres días en las entrañas del pez y finalmente arrepentirse. Cuando toda la amargura de Jonás brotó, debió saberle mal al pez, así que escupió a Jonás en una playa.
Jonás acabó llevando el mensaje que Dios le había confiado, pero se aferró con fuerza a las riendas. Quería controlar la respuesta de los ninivitas. Más grave aún, quería controlar la respuesta de Dios.
A menudo hago lo mismo cuando amo a otros o busco ministrarles. Quiero manipular a la gente para que responda de cierta manera, y quiero que Dios se mueva a mi señal. Específicamente, me gustaría que Él forzara a la gente a amar a Dios (y a mí) en mi tiempo. Quiero que amar a los demás funcione como un cajero automático. Yo les doy, y ellos me dan exactamente lo que les pido. En cambio, es más como una máquina tragamonedas. Nunca sé lo que voy a obtener a cambio, y a veces no obtengo más que "X" en todo el tablero.
Pero yo no soy el Jardinero. Mi trabajo es obedecer a Dios. Mi trabajo es amar a mi prójimo como a mí misma. Mi trabajo es tratar a los demás como quiero ser tratada. El trabajo de Dios es cambiar corazones y vidas. El legado del ministerio de Jonás es trágico. Toda la ciudad de Nínive se salva, pero la historia de Jonás termina con él quejándose de la compasión del Señor y lloriqueando por una planta (Jonás 4). Es una llamada de atención para revisar nuestros propios corazones y motivaciones y pedir a Dios que nos ayude a evitar cometer los errores de Jonás.
Luego de años en retrospectiva me han dado la claridad necesaria para saber que tener a Daniel en casa durante un año fue un regalo. Ahora que pienso en él, me aferro con fuerza a la promesa de Dios en Isaías 55:11:
«Así será Mi palabra que sale de Mi boca, No volverá a Mí vacía, sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié».
Dios trajo a Daniel a mi vida y me pidió que le enseñara y modelara la Palabra. Puedo aferrarme a la promesa de que esa Palabra no volverá vacía y que logrará lo que Dios se propone, que no es necesariamente lo que yo me propuse para esa situación.
No tengo que manipular ni forzar el fruto de la obra de Dios. Solo tengo que ser fiel para ir cuando Él me llame, amar a quien Él me envíe y entregarle a Él mi propio corazón y mi vida.
¿Y tú? ¿Ministras a otras con la expectativa de que Dios se mueva de cierta manera? ¿Amas a otros esperando que respondan a tu señal? ¿Confías en que Dios traerá fruto donde tú has sembrado y regado, o quieres controlar con tus fuerzas lo que Él hace?
Lamentablemente, ningún vientre de pez o grito de arrepentimiento pudo enseñarle a Jonás sobre el amor de Dios. No quiero repetir los errores de Jonás. Buscaré amar bien a los demás y ministrar cuando Dios me llame a hacerlo y dejaré que Él se encargue a partir de ahí. ¿Y tú?
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