Hubo una época en mi vida cuando pensé que el éxito del ministerio de mis padres estaba construido en la tumba de mis sueños. Anhelaba encajar, echar raíces en un solo lugar, establecer mi propia identidad; pero sentía que todo se quedaba rezagado por su «llamado».
Por ese llamado nos mudamos alrededor del mundo; también provocó que mis amistades se evaporaran, y, de iglesia en iglesia, me convertía en el objeto de las miradas. No me malinterpretes, era un llamado digno. Durante 40 años mis padres fueron misioneros en la lndia, Sri Lanka y en las Filipinas. Pero en cierta forma, este increíble llamado que hacía avanzar la Gran Comisión, logró reducirme a una pecera donde todos me miraban, pero donde nadie en realidad me veía.
Criando a los hijos del ministerio
¿Por qué tiene que ser tan doloroso? ¿Por qué hay que pagar un precio tan alto por el ministerio? Ahora, como esposa de pastor me hago las mismas preguntas con una perspectiva completamente nueva. Estoy dispuesta a pagar lo que sea por el bien del evangelio – ser herida, levantarme de nuevo una y otra vez, perdonar, soportar, sacrificarme. Pero ¿mis hijos? ¡Oh, no! ¡Dios, no! no quiero que mis hijos sufran debido a que su padre es un pastor.
Pero en el fondo sé que sufrirán. Ser un hijo del ministerio significa recibir un pase para estar detrás de bastidores, la parte sucia del ministerio. Conozco a la esposa de un pastor de una mega-iglesia quien dijo que en una ocasión su hijo adolescente hizo una búsqueda en Google con el nombre de su papá y se sintió tan afectado que hasta lloró. ¡Su esposo no había hecho nada escandaloso! Simplemente era un pastor prominente en un mundo altamente crítico y pecaminoso.
Los hijos del ministerio no solo conocen la parte más débil del ministerio, sino que también llevan la carga de las expectativas de otras personas. Una vez escuché a Barnabas, hijo de John Piper, contar la historia de una falta técnica un juego de baloncesto en la secundaria. Él estaba tan furioso que maldijo delante de todo el estadio. De inmediato el entrenador le dio una reprimenda.
«¿Qué estás pensando, Barnabas? Precisamente tú no deberías estar comportándose así. ¡Tu padre es un pastor!»
«Él estaba en lo correcto» admitió más tarde Barnabas. «Pero no debía actuar así. . . no porque mi padre era John Piper. Sino porque yo era un seguidor de Cristo».
Una respuesta de una sola palabra
¿Cómo podemos proteger a los hijos del ministerio para que no tengan un sentido espiritual distorsionado de su identidad? ¿cómo evitamos que obedezcan por las razones equivocadas? ¿Cómo impedir que se hastíen de Cristo y de Su iglesia? Barnabas abordó estas preguntas en una sesión para pastores y esposas en una conferencia. Si pudiera resumir su consejo en una sola palabra, elegiría «autenticidad».
Como padres en liderazgo cristiano, debemos ser intencionales en cultivar y mantener la autenticidad con nuestros hijos. La autenticidad significa que no usamos «tono de voz de oración». No hablamos de ser pecadores sin confesar nuestro propio pecado, de manera específica frente a nuestros hijos. No dibujamos la parte fea del ministerio en un retrato hermoso y ficticio, porque si lo hacemos así estaremos quitando la necesidad de gracia.
Como padres debemos ser auténticos. Debemos escuchar sin predicar. Conversar sin estar aconsejando siempre. Construyamos relaciones íntimas y vulnerables con nuestros hijos que reflejen el Evangelio de manera personal.
En muchos sentidos, la autenticidad de mis padres es la razón por la que pude cerrar el ciclo completo. Elegí regresar al mundo del ministerio vocacional con mis ojos bien abiertos. ¿Por qué? Porque durante años vi a mis padres vivir 2ª Corintios 4:8-10. Los vi “Afligidos … pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos”. En la debilidad de ellos, vi Su fortaleza.
Como padres, nuestra insuficiencia es una de las plataformas más convincentes para ganar nuestros hijos para Cristo. Después de todo, Dios nunca prometió revelar Su gloria a través de nuestra perfección, sino de nuestra debilidad (2ª Co. 12:9).
Ser una familia de pastor o misionero no predestina a nuestros hijos a la rebelión. Pero sí los introduce a retos únicos. Maravillosamente, estos retos pueden convertirse en el suelo fértil donde ellos encuentren a Cristo en formas reales y significativas.
Ayúdanos a llegar a otras
Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Maestra Verdadera?
Donar $3
Únete a la conversación