Hace unos años, cuando llegó el momento de seleccionar los materiales del estudio bíblico para el año siguiente, el comité del currículo de mi iglesia informó a las mujeres del equipo de estudios bíblicos que no debían usar más los estudios bíblicos de una autora en particular. La llamaremos Susie Smith.
En la medida que se corrió la voz, la noticia no cayó muy bien entre las mujeres, incluyéndome a mí misma. ¡Amábamos los estudios bíblicos de Susie Smith! Dios se había movido con poder a través de esos estudios, y no veíamos absolutamente nada malo en esos estudios. ¿Por qué los líderes de la iglesia revocaron algo que había sido un catalizador para el crecimiento espiritual? Ciertamente no habían pedido nuestra opinión. Lo menos que estábamos era indignadas.
Nuestros pastores se enteraron de las quejas que había en los pasillos de la iglesia y convocaron una reunión para discutir el asunto.
Ahora, estoy segura de que mi corazón hambriento de control cegó mi perspectiva, pero ahora así es como recuerdo esa reunión: nuestro pastor caminó hacia el frente de un salón lleno con cerca de veinticinco mujeres. Él dijo «Queremos que sepan que sus ancianos las amamos y nos preocupamos por ustedes; por esa razón hemos decidido que no tendremos más estudios bíblicos de Susie Smith. Ésa es la decisión final y estamos abiertos a responder sus preguntas.»
Hubo varias preguntas (principalmente mías). Él respondió brevemente, luego dio la vuelta y salió. Luego las 25 mujeres nos fuimos en llanto y empezamos a abrazarnos las unas a las otras. Estábamos frustradas, heridas, airadas.
Una mujer dijo con amargura «estoy más escéptica de nuestros pastores que de Susie Smith. ¡Confío en ella!» Otra dijo «La iglesia que se encuentra en esta misma calle estará ofreciendo los estudios bíblicos de Susie Smith. ¿Qué les parece si todas vamos allá?» Otra más dijo, «Quizás tendré un estudio bíblico en mi casa. ¡Pienso que podemos tener los estudios bíblicos que queramos!»
No puedes imaginarte el conflicto que siguió. Señor ¡perdónanos!
Conflicto en la iglesia
Los conflictos pueden ocurrir en cualquier escenario, pero en la iglesia tienen mayor intensidad. En la iglesia no solo contribuimos a una organización. ¡Estos son nuestros actos de servicio ante Dios! Son dones espirituales que estamos derramando ante el altar.
Nos apasionamos con lo que tenemos que ofrecer y cuando alguien no quiere escucharnos o desacredita nuestro punto de vista, naturalmente nos sentimos ofendidas y malentendidas. Esto es verdad en ambos lados del argumento.
En el caso que describí mi pastor pudo haber dicho «Oye, estuve en el seminario. He trabajado, me he preparado y he estudiado para desempeñar este rol. Te he servido y he orado por ti. He tomado esta decisión pensando en lo que más te conviene, ¿y estás dudando de mí?»
Pero las mujeres decían, «Espera, me estás diciendo que no puedo servir en este ministerio (que estaba yendo muy bien, ¡gracias!) de la manera como considero que es la mejor? He derramado mis dones y mi pasión en esto, he dado horas de mi tiempo cada semana y no recibo un salario. Hago esto por Jesús. ¿Y me dices que no estoy en lo correcto?»
Las Mujeres Controladoras en la iglesia
Tanto las mujeres como los hombres son controladores; pero en las mujeres se manifiesta de manera diferente. La mayoría de los hombres tienden a confrontar de manera más franca y abierta. Generalmente están más abiertos al conflicto. Los hombres controladores tienden a denigrar, intimidar o tratar de manera despectiva. No sucede igual con las mujeres controladoras.
Las mujeres tendemos a ser más sutiles. Chismeamos, reclutamos quienes nos apoyen, usamos las emociones y votamos con nuestros pies (nos alejamos de la persona). Las mujeres controladoras tendemos a ser rígidamente resistentes o a mantener agendas escondidas. En la reunión que describí, ninguna de las partes tenía malas intenciones. Las mujeres no estaban esperando ser divisivas. Nuestro pastor no estaba tratando de crear tensión. Pero la división y los conflictos surgen naturalmente cuando creyentes comprometidos pero falibles tratan de ministrar juntos.
El conflicto es común y las mujeres controladoras, también.
En aquel entonces yo no sabía que era una mujer controladora. La diferencia ahora es que puedo ver el problema en mí misma, y lo veo como el común denominador detrás de los conflictos que he tenido. Como líderes, no podemos decidir por las demás, pero podemos usar nuestra influencia.
¿Cómo invitamos a las mujeres a quienes servimos a ser transformadas de Mujeres Controladoras a Mujeres de Jesús?
Control vs. Rendición
La vida de Jesús es el epítome de la rendición. En el momento de Su más grande conflicto, en lugar de tomar el control, Él dijo «No mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42). ¿Escuchas la dulce rendición en esas palabras? La rendición es el antídoto al control.
Tanto el control como la rendición son contagiosos. Cuando estamos rodeadas de personas controladoras, nos sentimos impulsadas a ser controladoras. Y cuando estamos cerca de personas que viven profundamente rendidas a Dios, nos sentimos movidas a rendir nuestros corazones también.
Debajo encontrarás algunas maneras cómo puedes influenciar a que las Mujeres Controladoras a quienes sirves, se rindan a Dios.
1. Identifica.
Es fácil enfocarme en las otras mujeres controladoras en mi iglesia o ministerio y estar ciega a mi propia tendencia a tomar medidas drásticas o poner zancadillas. A menudo cuando alguien me provoca, se debe a que quiere lo mismo que yo: control.
En una ocasión me encontraba frustrada con una hermana del ministerio llamada «Sonia». ¡Sentía que era tan controladora! Cuando llamé a una amiga para que me ayudara y me diera claridad, ella me dijo «haz una lista de todas las similitudes entre tú y Sonia. Entonces ora con esa lista y pide a Dios que trabaje en ambas».
El resultado fue impresionante. Me di cuenta de que Sonia y yo ¡éramos tan parecidas! Cuando oraba, me imaginaba a Sonia y a mí, ambas a los pies de la cruz con las debilidades que teníamos en común. Lloré por el dolor fresco de reconocer mi sentido de superioridad y rendí esa carga de tratar de controlar a Sonia. ¡Cuánta libertad me trajo!
Cuando surgen los conflictos, la primera persona a quien tengo que hacer que se rinda, ¡es a mí misma! Es tan fácil empezar a tratar de controlar las situaciones y las personas que me molestan. Dios quiere que recuerdes que Él ya está en control, por lo que yo no tengo que estarlo.
¿Tienes una Mujer Controladora con quien luchas? Haz una lista de las debilidades que tienen en común. Ora fervientemente que Dios las transforme a ambas.
2. Afirma sus buenas intenciones.
A menudo las mujeres que más luchan con el control son a menudo las que más se invierten. A ellas les preocupa profundamente el ministerio. Tienen una historia. Al final, ¡ellas quieren servir a Dios! Pero con el tiempo, han hecho suyo el ministerio que le corresponde a Dios.
Cuando surjan los conflictos, también es útil comenzar por afirmar sus buenas intenciones. Podrías decir, «sé que esto te interesa porque tienes pasión por llevar el evangelio». O, «aprecio tu pasión por Dios y tu profundo amor por las mujeres de nuestra iglesia».
No debo esperar que esta mujer controladora vea inmediatamente su pecado. Dios debe abrir sus ojos y a menudo eso toma tiempo. Mi objetivo debería ser que, al terminar nuestra conversación, ella se retire habiendo escuchado que se le presta atención a lo que dice, que ella es valorada y amada.
¿Tienes a alguien que se pasa de la raya o te desautoriza? ¿Cómo puedes afirmar sus intenciones? Al hacerlo así, eliminas los obstáculos que pudieran impedir que ella se rinda a Dios.
3. Lucha por la unidad no la uniformidad.
Uniformidad es cuando todo es igual, sin ninguna desviación ni variedad. Pero Dios diseñó la iglesia para que esté unificada, ¡no uniforme! No se necesitaría la unidad si todos fuésemos iguales.
La unidad ocurre cuando personas que son muy, muy diferentes -en perspectivas, pasiones, dones y llamados – se vuelven de una sola mente. La unidad no viene como resultado de que una persona tome el control. ¡Eso sería uniformidad! La unidad se produce cuando cada una rinde un poco de control. Como líderes, debemos ser las primeras.
¿Hay una mujer controladora en tu iglesia o en tu grupo que lucha por imponer su perspectiva? En lugar de decir, «¡Ella necesita hacer lo correcto!» reflexiona «¿cómo Dios la ha diseñado a ella de manera diferente a ti?». Pide a Dios que te muestre cuáles cosas debes rendir. Todo lo que se sustente en un versículo bíblico será válido.
Liderar con el ejemplo, no es suficiente. Tu hermana controladora podría necesitar ser retada a rendirse por el bien del ministerio. ¡Cuánto vas a necesitar preparar tu corazón para sostener esta conversación! Ten el cuidado de deshacerte de una actitud de rechazo y no la sostengas a regañadientes ni irritada. Por el contrario, ¡persigue la unidad con entusiasmo!
Lee estos versículos en voz alta y llena los espacios en blanco según corresponda:
«Yo, __________, voy a vivir de una manera digna de la vocación con que he sido llamada a servir en ____________. En mis relaciones con _____________, lo haré con toda humildad y mansedumbre, con paciencia. Soportaré las debilidades de ___________, en amor, esforzándome por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz». (Efesios 4:1-3)
Las mujeres controladoras pueden causar angustia, conflicto y división. Pero debemos ser líderes que viven «esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.» (Ef. 4:3). En la medida en que nos rendimos e invitamos a otras a unirse a nosotras a hacerlo, Dios permeará nuestras iglesias y grupos con paz, gozo y unidad.
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