Mi esposo y yo nos casamos justo cuando su carrera musical estaba en pleno apogeo. Ambos estábamos deseosos de honrar a Dios en esta época y a menudo pedíamos palabras de sabiduría a hombres y mujeres mayores en nuestras vidas. Por encima de todo lo que oímos, hubo dos cosas que resonaron profundamente en ambos y que aún hoy recordamos.
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El escenario es el lugar más peligroso para el corazón humano.
Un escenario puede darte autoridad, poder y atención. Puede darte un propósito y un significado. Y lo más peligroso, el escenario puede ser adictivo. Una muestra de los halagos, la adoración y la atención del público puede engancharte de por vida.
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Nadie puede manejar la adoración sino Dios.
Nosotras fuimos creadas. No estamos destinadas a ser el objeto del afecto, las esperanzas, los sueños y el amor de otras personas. No podemos soportarlo. No estamos destinadas a ello. Hay una razón por la que muchas celebridades parecen colapsar una vez que están en el centro de atención; no pueden manejar ser adorados.
Una cultura de captación de audiencias
La mayoría de los escenarios de hoy en día no son como los del auditorio de tu antiguo centro de estudios. Un escenario puede ser cualquier cosa que cree una audiencia para ti. Twitter e Instagram, los blogs y los canales de YouTube, los sitios web y los libros son formas de escenarios. A través de estas vías en línea, ahora puedes crear tu propio público con poco o ningún riesgo. No tienes que mirar a la gente a los ojos desde tu escenario. Puede ser un escenario en tus propios términos.
Una muestra de los elogios, la adoración y la atención del público puede atraparte de por vida.
Además del fácil acceso a un escenario, nuestra cultura celebra la creación de audiencias. Asombrados por los que han llegado a la cima, muchos anhelan unirse a las filas de esos blogueros y Youtubers con millones de seguidores. Pero para los que siguen a Jesús, que nos enseñó que la verdadera grandeza es el servicio (Marcos 10:43-45), ¿está bien perseguir un escenario? ¿Promover un blog? ¿Escribir un libro? ¿Buscar nuevos seguidores? Si el escenario es tan peligroso para nuestros corazones, ¿cuál es nuestro punto de vista de las plataformas que ya tenemos?
Enseñanzas de un hombre que come langostas
Al responder a estas preguntas, veamos a un hombre que tenía una gran reputación, de quien Jesús dijo que era el hombre más grande que había vivido (Mateo 11:11).
Para ser un hombre que vivía en el desierto, comía insectos y usaba pelo de camello para vestirse, Juan el bautista tenía muchos seguidores. «Entonces Jerusalén, toda Judea y toda la región alrededor del Jordán, acudían a él» (Mateo 3:5). Su cuenta de Twitter habría tenido decenas de miles de seguidores, su libro se habría vendido más rápido de lo que lo pusieron en las librerías. Él era una gran sensación en Israel.
Entonces entra en escena Jesús, e inmediatamente su número empieza a descender. Y como el ministerio de Juan está decayendo, sus discípulos expresan su preocupación: «[Jesús] está bautizando, y todos van a él» (Juan 3:26). He aquí la respuesta de Juan ante la extinción de su ministerio:
«Juan les respondió: “Ningún hombre puede recibir nada si no le es dado del cielo. Ustedes mismos me son testigos de que dije: ‘Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de Él’. El que tiene la novia es el novio, pero el amigo del novio, que está allí y le oye, se alegra en gran manera con la voz del novio. Y por eso, este gozo mío se ha completado. Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya”». (Juan 3:27-30).
He aquí cinco cosas que podemos aprender de la respuesta de Juan sobre cómo pensar sobre los escenarios.
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Tener una actitud de mayordomía, no de propiedad.
Juan dio crédito a Dios por su plataforma: «Ningún hombre puede recibir nada si no le es dado del cielo». Al igual que Juan, debemos tener muy claro que cualquier audiencia que tengamos no es algo que nosotros creamos, sino que nos lo da Dios. Por lo tanto, es algo que debemos administrar, sabiendo que un día daremos cuenta a Dios.
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Conoce quién no eres.
Juan se puso en una categoría diferente a la de Jesús: «Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de Él». Sabía perfectamente que Jesús es Dios. Solo Él debe ocupar el centro del escenario. Al igual que Juan, haríamos bien en tener esta verdad consolidada en nuestros corazones: no somos el Cristo. Nuestras palabras no pueden salvar, nuestras ideas no pueden salvar, nuestra percepción no puede salvar, nada de lo que ofrecemos puede salvar o redimir. Jesús salva. Jesús redime. Quiera Dios que nos veamos a nosotras mismas como la alfombra roja desplegada ante Él, como un foco que apunta continuamente a Jesús, la única fuente de salvación.
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Saber que el pueblo de Dios pertenece a Jesús.
«El que tiene la novia [el pueblo de Dios] es el novio [Jesús]». Como Juan, nuestros seguidores, nuestros fans y nuestro público no nos pertenecen. Pertenecen a Jesús. Si abandonan tu escenario para ir a otro lugar, recuerda que no eran tuyos en primer lugar.
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Alégrate de que las personas sigan a Jesús, no a ti.
A la luz de las personas que acudían a Jesús (y, en consecuencia, se alejaban de él), Juan se alegró. «Y por eso [a la luz de las multitudes que iban a Jesús] este gozo mío se ha completado». Juan no había creado un público de gente que dependiera de él, sino que los preparó para que dependieran de Jesús. Del mismo modo, no deberíamos crear audiencias que dependan de nosotras, que necesiten volver continuamente a nuestro blog/libro/canal de YouTube. Nuestro objetivo debería ser animar a otros a acudir a Jesús y depender de Él.
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Reajusta tu visión del éxito.
En el apogeo de su ministerio, Juan insistió en que era correcto que menguara: «Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya». La mayoría de la gente considera un fracaso la pérdida de seguidores. Juan no lo consideraba un éxito, sino que lo consideraba exactamente como debía hacerlo. ¿Sientes lo mismo? ¿Puedes alegrarte de la gloria que obtiene Dios a costa de tu propio éxito?
Sé una embajadora
¿Te ha dado Dios una audiencia? ¿Está tu visión de tu plataforma alineada con la de Juan? Si actualmente estás tratando de construir una audiencia, ¿con qué fin estás deseando ser conocida? ¿Se trata de ti o de Jesús? ¿Se trata de que tú crezcas o de que Jesús crezca?
¿Puedes alegrarte de la gloria que obtiene Dios a cambio de tu propio éxito?
«Somos embajadores de Cristo» (2 Cor. 5:20). Un embajador no desea darse a conocer, sino dar a conocer a la persona a la que representa. Juan era un embajador de Jesús. ¿Podría decirse lo mismo de nosotras? Sigamos haciéndonos buenas preguntas mientras interactuamos con este peligroso lugar llamado escenario.
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