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Yamell de Jaramillo- Blog Maestra Verdadera
La vida cristiana es tediosa y el estudio de la Biblia es aburrido.
Sí, lo dije, pero nunca lo diría en voz alta. Solo en mis oraciones privadas me atrevía a expresar mi frustración y desánimo, pues la fatiga del fracaso me había agotado y ya no tenía deseos de intentar una vez más dominar el fruto del Espíritu, el «Bienaventurados sois» y las prohibiciones de la ley.
Después de casi 25 años de leer la Biblia, de intentar aplicarla a mi vida y de fracasar, mi vida cristiana se sentía más como una sentencia que como un perdón. Una sentencia de solo esforzarse, fallar y buscar el perdón mientras cargaba con la culpa de no estar entusiasmada por mi «vida abundante» en Cristo.
¿Pero qué podía hacer? ¿Irme? Estuve de acuerdo con Pedro cuando dijo: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn. 6:68).
Era lo suficientemente inteligente, o mejor: tenía un poco de la sabiduría del Espíritu Santo, para saber que el problema no radicaba en el cristianismo, ni mucho menos en Dios, sino en mí.
Busqué mi Biblia.
Las respuestas deben estar dentro de sus páginas. De hecho, nunca la leí de principio a fin porque, bueno, es demasiado larga, pero me quedé sin opciones.
Antes de resignarme a aceptar la vida cristiana como algo tedioso, decidí leer toda la Biblia. Así me tomara un año, no importaba. Leería cada nota, cada comentario y hasta los mapas en busca del secreto del contentamiento que Pablo disfrutaba a pesar de los naufragios, las mordeduras de serpiente y la prisión (Hch. 27:27-28:5; Flp. 4:12).
Muéstrame tu gloria
No sabía cuando abrí mi Biblia en Génesis 1:1 que la desesperación de mi corazón tenía el mismo eco que Jacob: «No te dejaré ir a menos que me bendigas» (Gn. 32:26).
Tampoco me di cuenta cuando clamé a Dios: «Muéstrate en cada página», que el grito de mi corazón reflejaba también el de Moisés: «Por favor, muéstrame tu gloria» (Ex. 33:18).
Pensaba que conocía a Dios hasta que su Palabra me humilló y la confesión de Job se convirtió en la mía. «He sabido de Ti solo de oídas, pero ahora mis ojos te ven» (Job 42:5).
En esa hora fresca de la mañana, cuando el sol salía y el café estaba servido, simplemente volví a Génesis 1:1 y oré: «Señor, ya no quiero vivir una ‘buena vida cristiana’. Solo te quiero a Ti. Muéstrame a Jesús».
Me tomó tres años llegar a la última página de mi Biblia, pero solo tardé unos pocos meses para que la Biblia comenzara a transformarme. Dios había respondido a mi oración. ¡Oh, cómo Él respondió!
Vi al Señor exaltado y sublime en cada página
Si has leído Génesis, has notado que Adán y Eva aparecen en medio de la creación y rápidamente se roban el espectáculo (a menos que, como yo, los estés ignorando y solo busques a Dios).
Esta vez no me enfoqué en esos dos pecadores, ni en las tres maneras de evitar caer en las mentiras de Satanás como ellos cayeron (lo cual no es una mala lección, pero no quería más lecciones). En cambio, aprecié al Dios Todopoderoso de la creación. O más precisamente, noté el silencio del Todopoderoso. En solo dos capítulos de la Biblia algo nefasto ya estaba en marcha en el jardín; pero a pesar del silencio, Él estaba allí. Él está en todas partes (Jer. 23:24, Sal. 139:7-12).
Miré el desastre del jardín con otros ojos.
Esta vez vi a un Dios que espera para actuar. Yo hubiera entrado en escena al instante corriendo y gritando; no obstante, esta vez, vi a un Dios que es completamente diferente a nosotros.
Acababa de empezar mi viaje, pero ya me había dado cuenta de lo poco que realmente sabía o entendía sobre el Dios que me creó y me salvó.
Seguí leyendo.
A través de las historias del Antiguo Testamento, Dios continuó revelándose a sí mismo de maneras sorprendentes. El Padre, el Espíritu Santo y Jesús estaban enhebrados en cada libro de la Biblia, no solo en el Nuevo Testamento.
Los estudiosos de la Biblia sabían esto mucho antes de que Gutenberg encuadernara una Biblia, pero yo nunca lo había visto. Había estado tan preocupada por aprender a ser una mejor versión de mí misma (y fallado en ello), que no había visto su carácter incomparable y su inmensa gloria en cada página.
Ahora veía que el Antiguo Testamento no era un largo prólogo que antecede a la verdadera historia que comienza con un bebé en un pesebre. Y, más importante aún, descubrí que la Biblia no es sobre mí. Se trata de Jesús, quien revela al Padre y es glorificado por el Espíritu Santo.
Muéstranos al Padre y nos basta
El discípulo Felipe deseaba saber más cuando le dijo a Jesús: «Muéstranos al Padre, y nos basta» (Jn. 14:8). Por supuesto que ver al Padre bastaría, pero Felipe había visto a Jesús. Él y los otros discípulos habían caminado con Jesús por casi tres años y, sin embargo, no entendían que Jesús y el Padre son Uno.
Más de una vez, Jesús les había dicho que debía ser traicionado y morir, pero que resucitaría al tercer día; sin embargo, sus discípulos no entendieron y, debido a que no entendieron , cuando el sol salió en ese tercer día, se escondieron en una habitación cerrada con llave en lugar de hacer una fiesta de resurrección en su tumba.
Su ignorancia acerca de Jesús los había llevado al temor, a la confusión y a la desesperación. Hoy en día, nuestra ignorancia acerca de Él nos lleva a las mismas trampas, trampas que hacen flaquear a muchos que han sido cristianos durante años. No tenemos excusa.
En aquel momento, Dios todavía no había abierto las mentes de los discípulos para que vieran la verdad completa de quién era Jesús (Lc. 24:45); pero hoy en día, en el mismo momento de la salvación, cada cristiano recibe el Espíritu de Dios. Él conoce la mente de Dios y es nuestro maestro (Jn. 14:26; 16:13-14; 1 Cor. 2:10-16).
Leyendo la Biblia, pero sin entender el punto
Si Dios me había dado Su Palabra y Su Espíritu en la salvación, ¿por qué solo hasta ahora estaba siendo transformada en maneras que antes había anhelado experimentar? Porque yo, como los fariseos de los días de Jesús, leía las Escrituras pero no entendía el punto.
No es el simple hecho de conocer la Biblia lo que nos cambia. Los fariseos conocían las Escrituras (lo que ahora llamamos el Antiguo Testamento), citaban largos pasajes de memoria, los enseñaban diariamente y practicaban innumerables tradiciones religiosas. No obstante, sus corazones permanecieron duros hacia Jesús.
No habían entendido que todas las Escrituras (toda la ley de Moisés que proclamaban con vehemencia) apuntaban a Jesús (Lc. 24:27; Jn. 5:45-46). No vieron quién era Él y, si no tenemos cuidado, también podríamos ser como los fariseos.
Simplemente, no hay escapatoria. Si queremos crecer en nuestra fe, debemos conocer a Dios, su carácter, su naturaleza y sus caminos. Sin embargo, nunca conoceremos verdaderamente al Dios de la Palabra sin la Palabra de Dios, toda la Palabra de Dios (incluyendo Levítico). Como el pastor y teólogo A.W. Tozer declaró tan brillantemente: «Nada, excepto una Biblia completa, puede hacer a un cristiano completo».
No se trata de dominar las Escrituras, se trata de que las Escrituras nos dominen a nosotros
Después de abandonar mis intentos vanos de dominar el fruto del Espíritu, el «Bienaventurados sois» y las prohibiciones de la ley, simplemente leí toda la Biblia para encontrar a Dios y todo cambió. Bueno, más bien, yo cambié; porque finalmente vi el punto de la Escritura. No se trata de que podamos dominar la Biblia, sino de que ella nos domine a nosotros. Y es entonces, cuando el estudio de la Biblia se convierte en una aventura y la vida cristiana en un gozo permanente.
En la Parte 2 de esta serie, Jean comparte tres preguntas que debemos hacer cuando estudiamos la Palabra de Dios para ayudar a fijar nuestros ojos en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y traer riqueza a nuestro estudio bíblico.
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