¿Cómo acompañar a otras en la enfermedad?

Por cinco años aproximadamente, el Señor me dio el regalo de tener una mentora en mi vida, una maestra del bien llamada Rosy. Rosy era una mujer apasionada del Señor, le encantaba servir a otros, le encantaba enseñar a las jóvenes de la iglesia, hacía desayunos en su casa, daba estudios semanales, las invitaba a cafés, etc., y también tenía una pequeña librería en su casa. Rosy comenzó una amistad con mi mamá, fue así como empecé a ser testigo de su testimonio de vida y anhelar aprender de ella en lo que hacía para servir al Señor. 

Un buen día, ella me invitó a hacer inventarios en su pequeña librería, y lo que empezó como un deseo de acercarme y aprender cómo servir mejor al Señor, terminó en un discipulado maravilloso al tener pláticas profundas del evangelio y de la vida cristiana cotidiana: lo que Dios nos llama a ser antes de hacer

Yo no lo tenía claro en ese momento, pero Rosy estaba obedeciendo al mandato que encontramos en Tito 2:3-5:

«Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta, no calumniadoras ni esclavas de mucho vino. Que enseñen lo bueno, para que puedan instruir a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a que sean prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada». 

En el pasaje notamos que la misión de ser maestras del bien es un llamado del Señor en lo cotidiano de nuestras vidas. No tiene como expectativa que sea una maestra super estrella espiritual o solo para mujeres casadas o solo para aquellas que son madres; todas estamos llamadas a cultivar un carácter piadoso para ser ejemplo de cómo debe vivirse el evangelio en cada área de nuestra vida frente a otras más jóvenes.

Por eso, el Señor nos permite tener diferentes experiencias en la vida, porque a través de la sabiduría que Dios da a lo largo de los años, no solamente a partir de nuestros «aciertos», sino de nuestros desaciertos (yo diría que mayormente de éstos), podemos, por la gracia de Dios, aprender de las mujeres que están antes de nosotras.

Nancy DeMoss dice: «las mujeres que por la gracia de Dios han cultivado el fruto del Espíritu en sus vidas, deben juntarse con otras mujeres que necesitan ayuda para desarrollar

dominio propio, bondad y prioridades bien ordenadas».

Este ministerio de enseñar y discipular, dice Nancy, ocurre en el «laboratorio de la vida», y así fue con mi mentora Rosy. Ella me enseñaba y yo aprendía mientras la acompañaba y apoyaba en algunos compromisos ministeriales, y en el camino platicábamos de nuestras vidas. Sin embargo, tiempo después, en la soberanía del Señor, el «laboratorio» incluyó un diagnóstico de reincidencia de cáncer con metástasis en el cuerpo de Rosy.

Por un momento no supe cómo se iba a desarrollar nuestra relación, si ella tendría que alejarse por la gravedad de su salud y habría distancia entre nosotras, pero lo que sí sabía era que yo no quería alejarme de ella, y si ella necesitaba ayuda, yo estaría ahí. Así se lo expresé y ella aceptó.

A partir de ese diagnóstico, y por los siguientes dos años, apoyé a la familia para llevarla a consultas, tratamientos, farmacias, hospitales, y a los compromisos ministeriales que nunca dejó mientras podía estar de pie. Cuando su salud no le permitía moverse mucho, simplemente la acompañé a comer, a leerle la Biblia y cantar para recordar las verdades del evangelio. 

Un día me llamó para ir a su casa lo más pronto posible, fui y me dijo: «Estoy lista para partir». Sentí como si el corazón se me hubiera detenido. Nos fuimos al hospital y el médico dijo que ya solo era cuestión de días. Y entre medicamentos y morfina, la acompañé en las últimas dos semanas que pasó en el hospital. Iba casi todos los días y cubría un turno mientras su esposo e hijos estaban en el trabajo y escuela. Uno de esos días fue su cumpleaños número 50; le ayudé a maquillarse, tomamos fotos y cantamos «Feliz Cumpleaños». Otros de esos días leímos la Biblia, conversamos sobre el evangelio, y en los últimos dos días, le ayudé a hacer videollamadas a sus familiares y amigos para despedirse, y finalmente le ayudé a levantar sus manos cuando cantó por última vez «A solas al huerto yo voy», horas antes de partir a la presencia del Señor. 

Querida hermana, acompañar a otra persona en la enfermedad no es una tarea fácil. El sufrimiento es compartido, el dolor no se puede evitar, las palabras de ánimo se terminan, las lágrimas no dejan de salir, los abrazos a veces parecen no ser suficientes, la energía disminuye cada vez más, pero una cosa aprendí: la compañía es invaluable. Hay mucho sacrificio personal ahí, pero la bendición es mucho más grande. La bendición de representar a Cristo al ayudar, sostener, animar y servir a tu hermana enferma es invaluable.

Entonces, ¿qué necesitamos? 

Tener la actitud de Cristo Jesús.

«No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás». -Filipenses 2:3-4

Cuando acompañas a otras en la enfermedad, pueden llegar momentos en los que te sientas cansada, no solo físicamente, sino emocionalmente. Pero si vemos el ejemplo de Cristo, el llamado es alto, considerar a los demás como más importantes y no pensar en nosotras mismas. Y cuando nos parecemos a Cristo, hay bendición. Él nos capacita con gracia suficiente para acompañar a otras.

Ser obedientes.

«Lleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo». -Gálatas 6:2 

Ayuda a las hermanas enfermas sosteniendo su carga y acompañándola hombro a hombro. Esfuérzate para ayudar con paciencia y resistencia. Ten los ojos siempre abiertos para identificar las necesidades y siempre pregunta por las que no puedes ver. Podrás, así, aligerar esa carga tan pesada que ella lleva. Recuerda, la gracia de Dios te basta.

El Señor me dio el gran regalo de ser testigo una mujer de fe, cuya esperanza eterna fue sostenida por la confianza que tenía en su Salvador. Sus últimas palabras para mí fueron de amor y de ánimo…me dijo: «Mony, desgasta tu vida para servir a tu Señor, sé fiel en lo que Él quiere que hagas y disfruta de Su presencia en tu vida a través de tu comunión con Él y la libertad que ya te ha dado». 

En medio de tus posibilidades y de los roles a los que el Señor te ha llamado como prioridad en tu vida, no te pierdas el privilegio de bendecir a otras hermanas que están pasando por circunstancias difíciles, y al mismo tiempo, ser bendecida al ver la mano del Señor obrar, sostener y guiarnos.

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Sobre el autor

Mónica Valadez de Sandoval

Mónica es originaria de Monterrey, México. Su más grande anhelo es conocer cada día más a su Creador, amarle, adorarle y servirle. Tiene una pasión por la consejería bíblica y una profunda convicción del llamado de Dios a servir entre … leer más …


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