Características de la maestra del bien

Es un privilegio inmerecido que el Señor nos llame a andar como Él anduvo y que, en Su gracia, nos conceda ser maestras del bien para Su pueblo. Sin embargo, antes de poder enseñar a otras, nosotras debemos ser alumnas diligentes de nuestro Maestro por excelencia: nuestro glorioso Señor Jesucristo, en quien habita la bondad, el amor y la sabiduría perfecta.

La prioridad de una maestra del bien 

Lo más importante en una maestra del bien no es su elocuencia, ni su carisma, ni su capacidad de aconsejar, sino su conocimiento personal del Señor Jesús. Y no a un Jesús domesticado o hecho a la medida de nuestras preferencias, sino el Cristo glorioso y soberano de las Escrituras. Él es la fuente de toda verdadera sabiduría (Col. 2:3-4) y el único que puede transformar vidas. Pablo estimaba todas las cosas como pérdida «por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús», su Señor, y todo lo tenía por basura con tal de ganar a Cristo (Fil. 3:8). Como señala Dane Ortlund: «Determina hoy, ante Dios, que pasarás el resto de tu vida adentrándote en las inescrutables riquezas del verdadero Cristo. Deja que Él, en toda Su eterna plenitud, te ame mientras creces».

Cristo debe ser el centro de nuestra vida, nuestra adoración y nuestro servicio. Como dice el himno «Sé Tú mi visión»: 

«Altísimo Rey del cielo, mi tesoro eres Tú. Solo Tú y Tú primero en mi corazón. Tú, mi mejor pensamiento, de día o de noche. Tu presencia, mi luz».

Hermana, ¿reflejan estas palabras lo que hay en tu corazón? Si queremos enseñar a otras, nuestro objetivo principal debe ser guiarlas a Cristo, no hacer copias de nosotras mismas. Nuestra meta no es que nos admiren, sino que le adoren a Él. Ya que estamos en Cristo, Su Espíritu nos capacita para reflejar Su bondad y para enseñar a otras a seguir Sus caminos.

El peligro de una vida cristiana sin Cristo

Podemos caer en la trampa de vivir una vida cristiana sin Cristo, como sucedió con los efesios en Apocalipsis 2:2-4. Ellos trabajaban arduamente, eran celosos en la doctrina, pero habían dejado su primer amor. ¿Cómo es el primer amor? Es un amor lleno de admiración y devoción, dispuesto a todo por el ser amado. Sus pensamientos y palabras están llenos de alabanza, y su vida gira en torno a aquel a quien ama. Pero con el tiempo, la rutina puede apagar el fervor, y la costumbre puede reemplazar la comunión viva con el Señor.

Es fácil aprender a hablar cristianés y decir frases como «Dios está en control» o «todo obra para bien», sin que nuestro corazón realmente descanse en esas verdades. Pero Dios no toma a la ligera cuando le relegamos a un segundo plano. En Apocalipsis, el Señor no solo amonesta a los efesios, sino que les dice: «Tengo contra ti…». ¿Puedes imaginar algo más serio que el Señor diciendo que tiene algo en contra de nosotros?

Dios nos ha amado con un amor eterno, nos ha dado a Su Hijo… y, sin embargo, con el tiempo podemos empezar a vivir en automático, sin depender de Él, sin amarle con todo nuestro ser, como si fuéramos merecedores de Su favor. Jesús mismo nos recuerda que el mandamiento más importante de la ley es: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mt. 22:37).

La maestra del bien vive en dependencia de Cristo

Jesús dijo en Juan 15:5: «Separados de mí, nada pueden hacer». El primer amor no es solo emoción, sino una dependencia absoluta y continua de Cristo. Piensa en la emoción que sentimos al recibir un regalo valioso. Al principio, no dejamos de admirarlo; pero con el tiempo, se vuelve parte del paisaje, algo olvidado en algún rincón de la casa. ¡Cuánto más trágico es cuando nos acostumbramos a Cristo y perdemos la maravilla de Su gracia! Podemos ser maestras de escuela dominical, cantar en el coro, servir en la iglesia… pero si no tenemos amor ni dependemos de Él, nada de eso tiene valor que realmente produzca fruto en nosotras para la gloria de Dios (1 Co. 13:1-3).

Por ejemplo, el amor genuino y su gran necesidad es lo que llevó a la mujer pecadora que entró en casa de Simón, el fariseo, a derramar su perfume sobre Jesús y a lavar Sus pies con sus lágrimas (Lc. 7:37-38).

Sabiduría y humildad: dos marcas de la maestra del bien

En Proverbios 3:5-7 se nos advierte: «Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia… No seas sabio en tu propia opinión». La prudencia es la capacidad de discernir lo bueno de lo malo, y lo bueno de lo excelente. La mujer sabia «ve el mal y se esconde» (Prov. 22:3).

¿Cómo se practica esta prudencia? Teniendo al Señor presente en cada pensamiento y decisión. Reconociendo Su soberanía en todo tiempo y rindiéndonos a Su voluntad. No se trata de «seguir tu corazón», sino de aferrarnos a lo que Dios dice en Su Palabra. Un corazón humilde es aquel que está postrado ante la voluntad del Señor, que no confía en su propia lógica, sino en la sabiduría del Dios Todopoderoso.

Resumiendo: ¿Cómo es una maestra del bien?

  1. Es una seguidora que ama con todo su corazón al Señor Jesús.

Él es su tesoro y su prioridad.

  1. Vive sometida a la Palabra y a la voluntad de Dios. 

Por eso es miembro comprometida en una iglesia local.

  1. No confía en su propio entendimiento. 

Evita el orgullo disfrazado de sabiduría.

  1. Tiene un corazón manso y humilde.

Su meta es andar como Cristo anduvo.

En pocas palabras, la maestra del bien busca más de Dios, anhela crecer y se duele cuando su amor por Cristo se enfría. No se conforma con una relación superficial con el Señor ni se engaña pensando que está bien solo porque sigue haciendo «las cosas correctas».

¿Qué hacer si descubrimos que hemos caído en tibieza espiritual?

Si nuestro amor por Cristo se ha enfriado, no lo aceptemos como algo normal. Busquemos el rostro del Señor con humildad. Estudiemos Su Palabra con más diligencia. Oremos con mayor fervor. Es decir, seguramente hemos dejado de hacer estas cosas que quizá nos llevaron a lugar de tibieza, así que, retomarlas es la respuesta. Y retomarlas junto a otra hermana, pues todas necesitamos de otras mujeres. La epístola de Santiago nos exhorta: «Acercérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes» (Santiago 4:8).

Preguntémonos con sinceridad:

  • ¿Qué ha desplazado a Cristo de mi corazón?
  • ¿Qué o quién está ocupando el lugar que solo a Él le corresponde?
  • ¿Cuál es la fuente de mi mayor deleite en esta vida?

Si hemos permitido que otras cosas se interpongan entre nosotras y el Señor, clamemos por un arrepentimiento sincero y por una renovación de nuestro amor por Él, pues el Señor es fiel y poderoso para restaurarnos. Él nos llama a un amor ferviente, no a una rutina vacía. Y esto modelamos a otras mujeres.

Que Su gracia nos lleve cada día a amarle con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Amén.

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Sobre el autor

Gloria de Michelén

Gloria de Michelén, esta casada con el pastor Sugel Michelén desde 1981, ha enseñado a mujeres, tanto en su propia iglesia -Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo- en Santo Domingo, República Dominicana, así como en Cuba, España, Colombia , Venezuela y … leer más …


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