En los ocho años en que he estado en el ministerio, he tenido el increíble beneficio de aprender sobre liderazgo de parte de muchas mujeres sabias y hombres piadosos que me han mentoreado y moldeado como líder. Una de las enseñanzas más beneficiosas que he recibido ha sido que siempre debo esforzarme por aprender a delegar. A pesar de todo lo que admiro y respeto a estos hombres, les confieso que esto me parecía demasiado contra-intuitivo. Pero con el tiempo he visto la sabiduría que envuelve este reto.
Es bueno para tu ministerio u organización:
Muchas queremos sentirnos necesitadas y valiosas. Queremos saber que somos importantes y que tenemos algo con qué contribuir. Esto es así tanto en las relaciones interpersonales como en los ministerios y organizaciones. No hay nada que sea necesariamente malo en esto. Pero con frecuencia nuestras inseguridades y deseos de control, validación y aprobación nos tientan a crear una organización en la cual somos indispensables, una que depende de nosotras. Cuando hacemos esto, ponemos la organización en riesgo y limitamos su potencial.
En el libro de Éxodo, Jetro el suegro de Moisés, observó todo lo que Moisés hacía – trabajaba desde la mañana hasta la noche por el pueblo de Israel. Un día Jetro confrontó a Moisés y le dijo:
“No está bien lo que haces. Con seguridad desfallecerás tú, y también este pueblo que está contigo, porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no puedes hacerlo tú solo”. (Éxodo 18:17-18).
Moisés debe haberse sentido responsable por los israelitas y que él era el único equipado para hacer el trabajo. Pero Jetro reconoció que Moisés no podía continuar con todas esas responsabilidades por mucho tiempo.
Moisés se estaba dirigiendo hacia un agotamiento extremo. Así que Jetro le propuso una solución:
“Además, escogerás de entre todo el pueblo hombres capaces, temerosos de Dios, hombres veraces que aborrezcan las ganancias deshonestas, y los pondrás sobre el pueblo como jefes de mil, de[c]cien, de[d] cincuenta y de diez. Y que juzguen ellos al pueblo en todo tiempo; y que traigan a ti todo pleito grave, pero que ellos juzguen todo pleito sencillo. Así será más fácil para ti, y ellos llevarán la carga contigo. Si haces esto, y Dios te lo manda, tú podrás resistir y todo este pueblo por su parte irá en paz a su lugar.” (Éxodo 18:21-23).
El consejo de Jetro a Moisés fue que encargara el trabajo del ministerio a otros y que, haciéndolo así, traería sostenibilidad, longevidad y paz al pueblo de Dios y a Moisés mismo.
El trabajo del ministerio es a menudo pesado, y la lista de necesidades nunca termina. Y la desafortunada verdad es que muchos líderes se desgastan, porque muchas veces cargan con todo el ministerio sobre sus hombros. Como líder, una lección importante que debo tener presente es que si creo una situación donde el ministerio solo depende de mí, el desgaste será inevitable y el pueblo de Dios que se me ha confiado, sufrirá las consecuencias. Una buena pregunta que debo hacerme es ésta ¿si tuviera que irme hoy, esta organización podría no tan solo sobrevivir sino también florecer?
Es bueno para el Cuerpo de Cristo:
El Creador, en Su infinita sabiduría, diseñó a cada persona de manera única para reflejar Su imagen. Entregó dones y fortalezas a cada mujer y a cada hombre que les sirven para desempeñar una función única ministrando al Cuerpo de Cristo.
En el libro de Efesios, el apóstol Pablo nos dice que, como líderes de ministerio, nuestro trabajo es equipar a los santos para la obra del ministerio (Efesios 4:11-12). Es decir, debemos equipar, preparar y enviar al pueblo de Dios a hacer la obra de Dios “para edificación del cuerpo de Cristo”. Esta obra debe continuar hasta que alcancemos la unidad en la fe y el conocimiento del Hijo de Dios que resulte en madurez en el Señor.
En la medida en que miro hacia atrás y veo cómo aquellos que estaban en autoridad me equiparon y me encomendaron con la obra del ministerio, es fácil ver el impacto que su influencia tuvo en mi crecimiento en la fe. Las lecciones que he aprendido en la obra del ministerio son innumerables y de infinito valor.
A través de los años Dios ha expuesto mis deseos de gloria y control. Él ha revelado mi orgullo y me ha humillado incontables veces. Él continúa enseñándome cómo recibir críticas y palabras ásperas, así como a recibir palabras de alabanza y afirmación. Me ha conducido por tiempos de profunda dependencia de Él exponiendo mi incapacidad separada de que Su gracia opere en mí. Me ha enseñado que sin importar cuánto planifico y trazo estrategias, Él está en control.
Cuando me resisto a equipar y encomendar la obra del ministerio a quienes lidero les estoy robando valiosas lecciones que he tenido la oportunidad de aprender, y como resultado todo el cuerpo de Cristo sufre. Crecer delegando la obra del ministerio a otras cuando las equipo, es hacer una elección consciente para edificar el Cuerpo de Cristo en lugar de mi propio pequeño reino. No es mi tendencia natural, y requiere intencionalidad de mi parte. Algunas preguntas que puedo hacerme a mí misma:
- ¿Con quiénes comparto conocimiento, recursos y oportunidades?
- ¿Cómo me estoy colocando detrás del telón y poniendo a otras en el frente?
- ¿Cómo las ayudo a descubrir y utilizar sus dones para edificar el cuerpo de Cristo?
Es bueno para tu alma:
Si soy honesta conmigo misma, hay días en que no quiero confiar la obra del ministerio a otras. No quiero crecer al delegar en otras ni darle el voto de confianza para que lideren.
A veces tengo esta actitud debido al miedo de que lo hagan mejor que yo. Otras veces se debe a que temo que no lo hagan mejor que yo. ambos temores revelan orgullo, idolatría y motivaciones mezcladas que aún deben ser trabajadas en lo profundo de mi corazón.
Con frecuencia usamos el ministerio para buscar afirmación y aprobación. Lo usamos como una plataforma para edificarnos a nosotras mismas en lugar del cuerpo de Cristo. El ministerio se convierte en mi identidad y me siento amenazada cuando alguien más popular o poderosa aparece.
Nuestros egos son frágiles. La comparación, inseguridad, competencia y celos son fuerzas motivadoras con mucho poder que nos tientan hacia el control. A menudo se ocultan debajo de la superficie y no nos damos cuenta cómo nos dirigen diariamente en nuestras decisiones de liderazgo.
Nos daremos cuenta de que somos tentadas a minimizar los dones de otros o apuntar sus debilidades cuando hablamos sobre posiciones de liderazgo con otros. Retenemos información importante que puede ayudarles a tener éxito o que se les abran oportunidades ministeriales debido a que tenemos miedo de que lo hagan mejor que nosotras. O quizás sentimos la tensión en nuestro interior, pero no actuamos conforme a la misma. En cualquier lugar en que nos encontremos, elegir de manera consciente exaltar a otras al prepararlas para liderar es bueno para nuestra alma. Expone esas fuerzas que operan en nuestro interior y le niega a nuestra carne su deseo de gloria que no estamos equipadas para manejar de este lado de la eternidad.
Tres pasos prácticos:
A través de los años, he batallado con mi propia carne de tres formas específicas. Encuentro que son pasos prácticos que como líderes podemos dar para edificar ministerios más saludables, equipar a los santos y pastorear nuestras propias almas.
- A menudo busca incluir a otras mujeres.
Conócelas, aprende sobre sus fortalezas y debilidades. Ayúdalas a entender cómo Dios las ha diseñado de manera única y a buscar oportunidades para usar sus fortalezas en tu organización.
- Equipa y prepara otras mujeres.
Comparte conocimiento, recursos, relaciones y experiencias. Edifícalas. Ayúdalas a crecer. Ora por ellas y su ministerio al Cuerpo de Cristo.
- Confía responsabilidades a otras.
Resulta fácil delegar cosas que no queremos hacer, aquellas que no tienen ninguna “recompensa” y que no ofrecen ningún reconocimiento. Pero no es a eso a lo que estamos llamadas. En su lugar, recomienda a otras para roles de liderazgo. Pasa oportunidades a otras que consideres que están capacitadas, aunque quisieras esa oportunidad para ti misma. Invierte en tus sucesoras y dales la oportunidad de moldear, dirigir y liderar ahora.
En la medida en que lideramos en nuestras organizaciones, sería bueno atender las sabias palabras de Pablo. En el libro de Filipenses, Pablo nos advierte que no hagamos nada por ambición egoísta o vanagloria, sino que en humildad consideremos a los demás como superiores a nosotros mismos, no buscando nuestros propios intereses sino los de los demás. Nos exhorta a tener la misma actitud de Cristo “el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres” (Filipenses 2:6-7).
Como mujeres a quienes Jesús les ha encomendado Sus hijas amadas por las cuales tendremos que dar cuenta, que nuestro liderazgo refleje Su humildad, sacrificio y corazón de siervo.
Ayúdanos a llegar a otras
Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Maestra Verdadera?
Donar $3
Únete a la conversación