Quizá esta frase te parecerá algo exagerada, pero como cita C.S. Lewis «Fue a través del orgullo como el demonio se convirtió en demonio: el orgullo conduce a todos los demás vicios: es un estado mental completamente anti-Dios». Así que, si quieres averiguar qué tan orgullosa eres, basta con conocer un poco de lo que hay en nuestros corazones.
De todos los personajes de la Biblia, probablemente «el fariseo» fue uno de los que se creía más justo. En la parábola de Jesús, él oraba en el templo diciendo: «Dios, te doy gracias que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano.» (Lucas 18:11). Es muy probable que al leer esta parábola hayas pensado: «¡qué hombre tan orgulloso!», pero lo más irónico es que al condenar a ese orgulloso fariseo podemos caer en la misma actitud de sentirnos muy justos. Uno de los problemas más grandes del orgullo es que podemos verlo en otras personas, pero no en nosotros mismos. Pablo dijo «¿Tú, pues, que enseñas a otro, no te enseñas a ti mismo?». Amiga, te invito a acompañarme en oración para que el Señor revele el orgullo que solamente Él puede ver en nuestras vidas.
Las Escrituras dicen en Santiago 4:6: «Dios resiste a los soberbios», por lo que cualquier persona con estándares morales más elevados que se considera superior a otra en cualquier área, es alguien que se ve más justa que los demás. Esto lo digo con tristeza, ya que, como creyentes, en muchas ocasiones nos consideramos mejores que otros por tener estándares más elevados.
Mencionaré algunos ejemplos sencillos:
- Creer que necesito hacer las cosas personalmente porque los demás no sabrían hacerlo tan bien como yo.
- Considerar que mi opinión es la más importante frente a los demás.
- Sentir placer en ser elogiada cuando realizo algo bien.
- Criticar con frecuencia a otros.
- Buscar defectos en otras personas.
- Despreciar a los demás porque no te importa lo que piensen de ti.
¿Pudiste identificarte con alguno de estos ejemplos? El último ejemplo, podría ser correcto si lo hacemos por las razones adecuadas, es decir, debe importarnos muchísimo más lo que piensa Dios que la opinión de las personas. El problema en los ejemplos anteriores no radica en hacer las cosas bien, sino en el sentimiento de superioridad hacia los demás. Las tendencias de orgullo son hábitos muy arraigados en muchas de nosotras que hemos sembrado semillas de exaltación propia a lo largo de nuestra vida.
El orgullo es el elemento fundamental de toda conducta pecaminosa, es el deseo de ser como Dios. Esto ha convertido al hombre en un ser altamente peligroso hacia sus semejantes, ya que fuimos creados a la imagen de Dios y cuando nos sentimos superiores a nuestro prójimo no le damos la gloria y la honra a Él.
¿Pero cómo podemos cuidarnos de caer en ese pecado? Vamos a considerar algunas acciones para luchar contra el orgullo:
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Cultiva una actitud de humildad.
Debemos reconocer que somos criaturas necesitadas de Dios, y únicamente por su gracia somos lo que somos: «Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿Por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1 Corintios 4:7). La humildad es ser libre del orgullo y reconocer quienes somos en Cristo, nuestro deseo debe ser el de vivir en integridad moral en lugar de sentirnos moralmente superiores.
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Identifica el pecado del Orgullo en tu vida.
La Palabra de Dios nos revela las cosas que Jehová aborrece: «los ojos altivos» (Proverbios 6:7-8). El orgullo encabeza esta lista porque la persona orgullosa busca glorificarse a sí mismo y no a Dios, este pecado nos convierte en competidores con Dios y levanta nuestro corazón contra Él.
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Reconoce una dependencia y necesidad de Dios.
Deberíamos decir como el Salmista: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos» (Salmo 139:23). Examinar nuestra forma de pensar y actuar del día anterior, nos ayudará a traer la verdad del evangelio, reconociendo nuestra dependencia de Dios y la necesidad que tenemos de él.
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Recuerda que nada es nuestro, todo es de Él.
Nuestras habilidades, intelecto, salud, talentos naturales, e incluso las oportunidades de triunfar, todo viene de Dios. No hay nada que hayamos recibido por méritos propios, todo proviene de nuestro Creador. Así que debemos recordar en todo tiempo que cualquier cosa que tengamos y que hayamos logrado no ha sido por nosotros mismos, sino que proviene de su mano. Dejar de reconocer que las cosas provienen de Dios es promover nuestro orgullo, robándole la gloria y la honra que solamente le pertenecen a Él.
Así que te animo a estar orando, pidiéndole al Señor sabiduría y gracia para que traiga a tu mente toda tendencia de orgullo en cualquier área de tu vida. El orgullo no solo destruye nuestra relación con Dios, también nos engaña al no permitirnos ver con claridad nuestro pecado y tomar conciencia de nuestros defectos. En su libro Mero Cristianismo, C.S. Lewis escribe: «Si alguien quiere adquirir humildad, ... El primer paso es darse cuenta de que uno es orgulloso… Si pensáis que no sois vanidosos, es que sois vanidosos de verdad». Si has identificado alguna área en la cual el orgullo se ha filtrado a tu vida, recuerda que tenemos una promesa: «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes» (Santiago 4:6). Así que no te desanimes, el Señor nos enseña a caminar en el poder del Espíritu Santo y no en nuestras propias fuerzas.
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