En la parábola de la semilla que se encuentra solo en Marcos 4:26-29, Jesús dice que el reino de Dios es como un agricultor que sale a esparcir semilla en la tierra. Luego, el agricultor continúa con su vida. «…y se acuesta de noche y se levanta de día, y la semilla brota y crece; cómo, él no lo sabe.La tierra produce fruto por sí misma; primero la hoja, luego la espiga, y después el grano maduro en la espiga». Y cuando llega el momento, el agricultor siega la cosecha aunque no ha tenido nada que ver con su crecimiento.
Lo que me sorprende de esta parábola es la sencillez del trabajo del agricultor. Camina por el suelo esparciendo semillas, luego duerme, observa y espera a que crezcan las semillas. Pero cuándo, cómo y cuánto producen las semillas no depende del agricultor.
Debido a que Jesús dice que esta parábola representa el reino de Dios, veo cinco recordatorios esenciales para los líderes de ministerio.
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No somos tan importantes como pensamos.
Aquí está la verdad: tiendo a pensar que soy más importante de lo que realmente soy. Vivo como si Dios no pudiera realizar Su obra sin mí y me necesitara para ayudarlo. Pero Dios no me necesita más de lo que un conserje necesita un balde de agua sucia. No soy necesaria; soy invitada. Si dejara de existir, Dios no vacilaría, sin embargo, Él me invita por gracia a participar en Su reino que avanza de la misma manera que un agricultor del primer siglo sembraba su semilla.
No somos (y nunca seremos) el cultivador de semillas. 1 Corintios 3:7 dice: «Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento". El problema es que nos gusta medir el éxito en el ministerio por crecimiento y números, cuando esa parte no está en la descripción de nuestro trabajo, ni podemos atribuirnos el mérito. El éxito de cualquier obra de construcción del Reino es obra de Dios. Simplemente estamos aquí para sembrar fielmente la semilla, tanto si pensamos que crecerá, como si no.
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La semilla es la Palabra de Dios.
Es solo la Palabra de Dios la que es viva, activa y más cortante que cualquier espada de dos filos (Hebreos 4:12) y capaz de penetrar la tierra áspera de un corazón pecador. ¿Es la Palabra de Dios lo que estamos ocupadas sembrando? ¿O estamos principalmente sembrando reuniones de comidas, noches de juegos y presentaciones divertidas y atractivas para la familia? No estoy diciendo que debamos dejar de divertirnos o incluso reducir la calidad de nuestros eventos, pero si además de la diversión, no hay Palabra de Dios, entonces no estamos plantando semillas cultivables.
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El crecimiento espiritual es gradual.
Hay tres actividades humanas en esta parábola: sembrar, esperar y confiar, todas las cuales son importantes y necesarias. Sin embargo, vivimos en un mundo vertiginoso al que no le gusta quedarse quieto. Queremos resultados, y los queremos ahora, pero el cultivo de las cosechas lleva tiempo. Santiago 5:7 dice: «Por tanto, hermanos, sean pacientes hasta la venida del Señor. Miren cómo el labrador espera el fruto precioso de la tierra, siendo paciente en ello hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía».
El reino de Dios no es una venta rápida, ni una solución de treinta días. La santificación es un proceso, como una mazorca de maíz: «primero la hoja, luego la espiga, y después el grano maduro en la espiga» (Marcos 4:28). Los resultados toman tiempo y, para ser honestas, es más probable que nos robemos el crédito cuando un ministerio se expande rápidamente. Pero cuando un ministerio crece con el tiempo, es más probable que veamos la mano de Dios y le demos la gloria.
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Habrá una cosecha.
El agricultor en esta parábola no tenía idea de cómo sucedió, pero de alguna manera sus cosechas se convirtieron en una cosecha floreciente, madura y lista, ofreciendo una promesa a todo sembrador dispuesto: la cosecha está llegando. No tenemos ninguna razón para tirar la toalla. La Palabra de Dios no regresa vacía, sino que siempre cumple Su propósito (Isaías 55:11). Cuando sembramos el tipo correcto de semillas, crecerá el tipo correcto de plantas. «Pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará» (Gálatas 6:7).
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Sembrar la Palabra puede parecer insignificante, pero no lo es.
No necesitamos rociar la Biblia con Crecilac para que sea más eficaz. ¡Solo necesitamos presentar la Palabra de Dios! Esta parábola es tan cierta hoy como lo fue hace dos mil años porque la Palabra de Dios es tan poderosa hoy como lo era entonces.
Aunque muchos han tratado de detenerla, rechazarla y llamarla obsoleta, la Palabra de Dios no ha perdido su efectividad o eficiencia. No le debemos disculpas a este mundo por lo que dice. Tampoco hay ninguna razón para esconder versículos o poner excusas. Dios puede cuidar de sí mismo.
Como creyentes, nuestra lealtad ya no es para este mundo; nuestro compromiso es con la Palabra. Dios no nos está pidiendo que encontremos una manera de hacerla crecer. Nos pide que la creamos, la vivamos y la plantemos. Y si un creyente está dispuesto a sembrar la Palabra de Dios, con el tiempo crecerá, incluso cuando no podamos ver cómo.
La falta de crecimiento de los cristianos hoy en día no se debe a que nos falten programas, dinero o incluso influencia. La falta de crecimiento se debe a que no sembramos la semilla. Solo Dios a través de la Palabra puede producir un cambio real y duradero en un corazón depravado y pecador. No dudes en decir la Verdad. Créela, vívela, plántala. Luego pon tu esperanza en el Señor, confía y espera en que Él la hace crecer.
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